Por: Elías Pino Iturrieta
¿Cómo actuará Maduro ante la encrucijada que le presentan ciertos voceros de la ortodoxia chavista? ¿Saldrá del aprieto ante quienes lo acusan de traidor a los principios jurados en Güere? ¿Está ante un desafío personal, o ante una trifulca capaz de cambiar la marcha de la “revolución? Parecen asuntos que debe enfrentar con urgencia para que la borrasca principiante no se vuelva tormenta arrolladora, o quizá sean apenas escollos menores que superará con algunos movimientos en una cúpula dentro de cuyo seno apenas se observan unos pocos convencidos de la cruzada del caudillo muerto. Sea como fuere, lo que se puede perfilar como una fronda capaz de ramificarse no es otra cosa que la referencia a una causa a la cual deben atribuirse los desastres que ha sufrido el país en las últimas décadas. La rectificación que reclaman los ortodoxos consiste en la profundización de las penalidades de la sociedad, dilema que seguramente no tendrá importancia para quien busca la manera de aferrarse al poder sin pensar en los sacrificios de los gobernados.
Maduro puede convertirse en el retorno del buen juicio en las altas esferas, si se miran con cuidado las exigencias de los cruzados del chavismo originario. Como asesores o promotores de un supuesto plan de regeneración nacional, los protestantes tipo Giordani y Navarro piden que el presidente piense y actúe como Chávez, en el entendido de que solamente la vuelta a los orígenes de la “revolución” permitirá la salvación de la gestión administrativa y, en especial, la restauración de un único pensamiento gracias a cuya aplicación saldremos del atolladero. Los compañeros de la asonada del 4-F se quejan de una desviación de principios debido a la cual, entre muchos otros motivos de reproche, se ha cambiado la ruta del ejército bolivariano para convertir su causa en una prenda de degeneración. En los dos casos se acude a la figura de Chávez, sin la alternativa de pensar, ni siquiera en un rapto de ecuanimidad, que haya sido él, como invencionero del socialismo del siglo XXI y como escogedor de los arrieros de su camino, el motor de todos los desastres. Que Maduro se aleje del magisterio del comandante es el pecado capital que le reclaman, aunque pudiera convertirse en el principio de una rectificación como la esperada por las mayorías, en el supuesto negado de que esas mayorías creyeran, como calculan sin fundamento los catecúmenos de la antigüedad, que se llegará a un capítulo de nuevas definiciones.
Maduro también se anuncia como criatura y heredero de Chávez. Si se atreve, colocado al borde del precipicio de un país en ruinas, a realizar cambios en el manejo de la política y en los asuntos de la economía, encontrará la manera de relacionarlos con las ideas del “comandante eterno”. Con la creación de una nueva unión cívico-militar, por ejemplo, pese a que los golpistas originarios la juzguen como una aberración y los burócratas viejos como una amenaza. O con la invención de un plan de salvamento de la democracia participativa, según el método del personaje sacrosanto a quien acuden los bandos enfrentados. Maduro sabe que en la negación de la cartilla se le van la identidad y la vida, motivo que lo obliga a alejarse solo un poco del desastre originario. Sabe que esa cartilla, pese a su vaciedad, puede hacer de parapeto frente a los defensores del dogma. Que ellos piensen distinto tal vez no lo abrume demasiado, porque el templo no vibra de entusiasmo ante el sermón de unos predicadores alicaídos. Para que cese la discordia bastará con que una escurrida procesión salga sin campanas.
Las dos facciones alegan su descendencia de la misma paternidad. Los dos sectores se aferran a la patraña de un liderazgo que califican de omnisciente, pese a que constituyó uno de los fenómenos de entendimiento de la sociedad más limitado y estrecho de los últimos tiempos. Los dos fragmentos ven luz en el seno de la oscuridad. ¿Debemos esperar resultados de trascendencia? Todo terminará como empezó: sin grandeza. Todo quedará en el ámbito de las rencillas minúsculas y los arreglos movidos por el interés, probablemente, pero el pronóstico no sugiere a la oposición que vea la pugna como quien ve llover.
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