Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Los enfermos terminales suelen agregar a su mal mayor un sinfín de desarreglos paralelos, productos del cuerpo en descomposición generalizada. Las escaras, por ejemplo, que desgarran el cuerpo tanto tiempo inmóvil. Así le pasa a este gobierno que uno ya no alcanza a concebir cómo subsiste. Cercado internacionalmente, con la inmensa mayoría del pueblo en contra, sujeto a la crisis económica y de servicios más atroz que el mundo recuerda, con millones de migrantes, arrastrando las culpas de una corrupción también sin precedentes e inequívocos y abundantes pecados de lesa humanidad…
Pero vale la pena pararse en esas pequeñas descomposiciones que acompañan ese descomunal desarreglo y que mucho dicen. Atengámonos al pasado más reciente, no hay que ir muy lejos. El señor Iván Simonovis, ¡buen viaje compañero!, era un preso emblemático del país, la de prensa que ha tenido, y un buen día se va de su casa por cárcel para Alemania. Y supone uno que alguna explicación tiene que haber de ese desacato flagrante a las fuerzas de seguridad y a la justicia nacionales. Posiblemente alguna complicidad, imaginable sobre todo por la conflictividad manifiesta y reciente que hay en los cuerpos de represión política. Bueno, no ha habido ni la menor explicación oficial, ni una de esas retoricas: investigaremos hasta el final, caiga quien caiga… generalmente mecánicas y falaces. Pero son de rigor. Si no, uno especula con mayor velocidad sobre el pandemónium que debe haber en el Sebin y otros cuerpos policiales, y por extensión en las fuerzas armadas.
Siempre he dicho que no hay cachetada más descarada y sin piedad a nuestra Constitución, poderes y no pocas leyes que la constituyente. Pero, además, ese montón de levantamanos siempre unánimes y que no han hecho sino cumplir órdenes del cogollo mayor, que no han hecho conocer ni una línea de la constitución prometida hace muchos meses, ahora han decidido prolongar su miserable vida para, supone uno a falta de explicación, multiplicar sus barbaridades supraconstitucionales cada vez que fuese menester. Ni siquiera el escultórico Escarrá, que puede justificar leguleyamente hasta el más enredado y perverso episodio patrio, ha abierto la boca.
Maduro, ¡Maduro!, que ayer no más celebraba el supuesto diálogo de Oslo y auguraba excelentes resultados, ha decidido súbitamente –¿el pajarllo? – y contra toda lógica y juridicidad, que la Asamblea tiene que adelantar elecciones. El “tiene” equivale a “a mí me da la gana”, ya que nada dice que hay que andarse legitimando caprichosamente, en vez de cumplir con rigor los períodos que consagra la carta magna. Y no es que esto sea peor que lo que le han hecho a Requesens, a Zambrano, a Caro y a los otros diputados que no han podido ponerle la mano, sino que esto lo plantea Maduro como solución a la grave crisis que vive el país y que el pueblo juzgará en ese evento, seguramente guiado por esa vestal cívica que es Lucena y su corte. (Por cierto que hay que felicitar al rector Rondón por haber abierto la boca en días recientes, ¿invernaba?). Los muy serios y fríos mediadores noruegos deben estar muy sorprendidos y seguramente lo atribuirán a los calores del Caribe que debe afectar la estabilidad psíquica con facilidad.
Un alto oficial se suicidó en un hotel, amigo del ex jefe del Sebin que liberó a Leopoldo López. Nada que decir, especule usted a su gusto.
Ahora el gran plato de la semana ha sido la rimbombante renuncia de Isaías Rodríguez. Para mí, confieso, se le debe una de las grandes tragicomedias de la era chavista, y mira que hay competencia, que es la que yo titularía “El testigo estrella era un cometa”. No voy a entrar a comentarla de nuevo porque me haría de nuevo sufrir y reír sin frenos. Pero hay que reconocer que es un tío de la primera hora y en su momento importante. La carta, además, es una joya rutilante, un homenaje impar a la cursilería y el dislate, bastante contradictoria, pero indudablemente un certero golpe al régimen en terapia. Ya mi amigo Laureano Márquez le hizo la disección humorísticamente seria, y da para más.
Son algunos de los síntomas menores que anuncian a su manera la proximidad de la mar inmensa en que terminará la era.
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