Por: Sergio Dahbar
Ciertos libros, películas, obras de teatro, canciones tienen un poder extraño en cierto momento: me recuerdan la relación que tuve con mi padre. Debe pasarle a mucha gente. Lo que me fascinaba de él. También lo que me alejaba de su personalidad.
Eso he sentido al leer cada línea de un libro absolutamente absorbente: Pasión por el peligro, de Norman Ollestad (Salamandra, 2011), que en inglés se llama Loco por la tormenta, es una memoria personal. Una de esas historias arrancadas de la vida por un narrador que después de haber vivido una experiencia dolorosa se repone y como el ave fenix resurge de las cenizas con una épica que sólo él puede contar de manera verdadera.
Aquí tiene sentido relatar qué fue lo que le pasó a Norman Ollestad. Cuando tenía once años, se montó con su padre, la novia de su padre y un piloto en una avioneta Cessna, en el aeropuerto de Santa Mónica. Iban a Big Bear a recoger un trofeo de esquí y aprovecharían la excusa para entrenar. Era el 19 de febrero de 1979. Norman medía metro y medio y pesaba 38 kilos. E iba sentado al lado del piloto. Su padre silbaba una canción de Willie Nelson.
Una tormenta los desvió de la ruta y la avioneta se estrelló contra la ladera norte de una de las montañas de San Gabriel, a 2600 metros de altitud, en el parque natural Cucamonga.
El piloto, el padre y la novia del padre murieron en el acto. Nueve horas más tarde Norman Ollestad fue encontrado con vida. Lo primero que pensó fue: “Papá arreglará esto’’. Pero ya su progenitor no podía salvarlo. Tenía que resolver el problema sin otra ayuda que sus fuerzas. Entonces, descendió una pendiente de esquí extremo con zapatillas de tenis y una mano fracturada.
La pregunta que cabe inmediatamente se la han hecho muchos lectores: ¿cómo fue posible que un niño de once años sobreviviera al dolor, a la hipotermia, al impacto y un clima brutal de nieve y tormenta a esa altura? La respuesta se encuentra en Norman Ollestad Senior, un padre fascinante y al mismo tiempo agotador por el que su hijo sentía una relación afectiva ambivalente.
Desde que nació el padre quiso que su hijo aprendiera a enfrentar las dificultades de la vida. La foto de tapa del libro es un joya que expresa el nivel de relación que tuvieron desde que Olllestad Junior vino al mundo. El padre está surfeando en 1968 en las playas de Topanga Beach y el hijo de meses está colgado en la espalda, con un arnés que lo sostiene en vilo.
Así cumplió Norman Ollestad su primer cumpleaños, con una mezcla de terror y fascinación por el peligro. Podía volar. Y esa maravilla se la debía a un padre que lo confrontó con la práctica del surf y el esquí de alta montaña. Sus amigos jugaban con bicicletas. El enfrentaba experiencias cada vez más extremas. No es casual que ya Warner Bros haya adquirido los derechos para el cine de esta historia, que dirigirá Sean Penn.
El padre de Norman Ollestad era abogado, había trabajado en el Departamento de Justicia de Estados Unidos a las órdenes de Robert Kennedy y fue agente del FBI. Al renunciar escribió un alegato honesto contra Hoover. Era un hombre atlético, un deportista obsesivo y un ser humano preocupado por la idea de darle herramientas a su hijo para que fuera un guerrero.
Sin duda una personalidad invulnerable para su hijo, Ollestad Senior tocaba la guitarra, tenía novias que muchas veces despertaban el deseo en su hijo como cierta escapada en la que se pierden los dos en las aguas de Playa Vallarta, en México.
La experiencia resulta alucinante. No se detienen ante los controles policiales, les disparan, huyen a una aldea de pescadores, allí conocen una muchacha bellísima que el padre seduce y el hijo desea.
La historia de Norman Ollestad y su padre no puede entenderse como una geografía en blanco y negro. Lo que tiene de intolerable se cruza con un aprendizaje de la vida y sus complejidades. Lo que parece peligroso y fatal para un niño fue curiosamente lo que le salvó la vida a 2600 metros de altura.
Pasión por el peligro fue escogido por los editores de Amazon como uno de los diez mejores libros de 2009. Y encabezó la lista de los más vendidos de The New York Times por once semanas. Lo cierto es que debe leerse de un tirón para corroborar aquellas palabras de Nietszche: “Lo que no nos mata nos hace más grande”.