El próximo 29 de julio comienza a exhibirse en cines comerciales de Inglaterra el documental Author: The JT LeRoy Story, del cineasta Jeff Feuerzeig. Es el esfuerzo de un realizador por iluminar una zona oscura del corazón humano: la búsqueda de éxito a cualquier precio. No es el primer trabajo cinematográfico sobre esta historia, tampoco será el último.
El caso J.T. Leroy es un síntoma contemporáneo. En 1999 editoriales importantes descubrieron a un autor con dos potentes razones en sus alforjas: nervio narrativo y un pasado de esos que si no son ciertos merecerían haber existido. Infancia de abusos, droga, sida, sexo, manicomio, brutalidad, que construyeron a un joven andrógino, atravesado por el misterio y la timidez. Un muñeco que todo editor quisiera moldear en sus manos.
J.T. Leroy publicó tres libros, incluso en español: Sarah, El corazón es mentiroso y El final de Harold, todos en Literatura Mondadori. Un periodista, de esos que todo medio tiene, clasificó a Leroy como el nuevo William Burroughs, o si se quiere la reencarnación de Flannery O’Connor, aunque con la modernidad de un juguete reconvertido en animal propio del programa de Oprah.
La chispa se había encendido: celebridades comenzaron a declarar su admiración. Deborah Harry, Lou Reed, Nancy Sinatra, Matthew Modine, Gus Van Sant, Rosario Dawson, John Waters, Michael Stipe, Carrie Fisher, Winona Ryder, Courtney Love, Tom Waits. Que más, pues?
En un artículo sin desperdicios publicado por la prensa británica (The Guardian, Steve Rose, que venía investigando el caso) recuerda algunos rasgos de J.T. Leroy en la presentación de una película basada en El corazón es mentiroso, realizada por Asia Argento y presentada en el London Lesbian and Gay Festival de 2005. “Una leve figura afeminada con un sombrero de fieltro rojo, grandes gafas de sol y una peluca rubia. Parecía un imitador de Michael Jackson’’.
A finales de 2005 todo se vino abajo. Una investigación de The New York Times demostró que J.T. Leroy no existía. Era un fraude literario. La verdadera autora de esta puesta en escena se llamaba Laura Albert, de 50 años. El director de cine Jeff Feuerzeig pasó ocho días entrevistándola. Y dos años entre sus archivos. Ella coleccionaba obsesivamente todo: agendas, cuadernos, garabatos, recibos de teléfono, álbumes de fotos, mensajes en contestador automático de celebridades.
Laura Albert tuvo problemas en su niñez. Sufrió abuso sexual y físico desde muy temprano. La madre la metió en un hogar de cuidado. Aumentó de peso hasta sufrir una cirugía de banda gástrica y un cambio dramático en su apariencia. Desarrolló una “adicción” a telefonear a líneas directas de protección de niños. Le fascinaba adoptar acentos y personalidades.
Convenció a la hija de su amante, Savannah Knoop, para que fuera J.T. Leroy ante el público. La misma Albert aparecería acompañándola como una amiga, Speedie, con un acento cockney. Un circo para domesticar a medios y estrellas. En 2007 el Tribunal Federal de Nueva York condenó a Laura Albert a pagar 116.500 dólares por fraude, daños y perjuicios a una productora de cine que había comprado los derechos para filmar Sarah.
Laura Albert no se amedrenta. Ahora escribe sus memorias. Espera la repercusión de la película de Jeff Feuerzeig y una reedición de sus libros. Paul Auster no cree que haya engañado a nadie: “escribía ficción’’, ha dicho. Lo que es cierto.
Pero no deja de llamarme la atención que haya convertido el abuso sistemático y la infancia destruida (algo verdaderamente doloroso en una vida) no en la materia de su obra, sino en el pasaporte para la celebridad. Raros tiempos estos, en el que el sufrimiento es una moneda de cambio para el éxito.