Es poco probable encontrar en la historia política reciente un descalabro como el sufrido por la oposición democrática en Venezuela. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) implosionó –casi en cámara lenta– bajo la presión de sus contradicciones internas y la ausencia de una política común que la cohesionara a partir del triunfo en las elecciones legislativas de 2015. Se podría afirmar que el éxito la desquició.
El torbellino de decisiones que se tomaron a partir de febrero 2016 –el catálogo es harto conocido– no solo condujo a la ilusión óptica de que la caída del régimen era inminente, también instaló la peregrina idea de que el camino electoral podía esperar en la acera ante el empuje de las manifestaciones y protestas de calle. La urgencia del “vete ya” pasó por alto la presión para realizar las elecciones regionales a tiempo y bajo condiciones justas. Cuando se quiso hacerlo, ya era demasiado tarde. Los reflejos para la organización electoral estaban adormecidos, sin la capacidad de otrora para burlar las tretas de la maquinaria oficialista.
El porrazo recibido en las regionales no ha dejado títere con cabeza y demostró que la Unidad es un esfuerzo cotidiano que requiere de un nutriente básico: creer en la política que se ha acordado. Las decisiones que se tomaban en la MUD eran boicoteadas apenas se cruzaba el umbral de la puerta para salir de la sala de reunión. La bulla que metían los impacientes atemorizó a más de un dirigente principal, y los hizo tartamudear a la hora de defender la ruta electoral como vía preferencial para el cambio. La repetición de consignas voluntaristas sustituyó el análisis serio de lo que estaba aconteciendo y se confundió el deseo con la realidad. (La Hora Cero, seguramente, tiene un puesto destacado en el panteón de las imbecilidades políticas).
Y henos aquí, frente a unas elecciones municipales hábilmente avanzadas por el oficialismo en vista del desconcierto reinante en la oposición democrática y que vienen a poner el sello de: cerrada por reparaciones mayores, en la fachada de la MUD. Mientras tanto, quienes celebran los quebrantos de la Unidad, no se percatan de la soledad que los circunda.
La decisión de no participar en las elecciones municipales es un magno error, sobre todo sustentado en el planteamiento de que lo importante, ahora, es cambiar el sistema electoral para garantizar condiciones justas en las elecciones presidenciales pautadas para el 2018. La pregunta que surge es obvia: ¿Y de no cambiarse el Consejo Nacional Electoral (CNE), entonces, tampoco se participaría en las presidenciales?
Pero, lo más grave, es dejar a los vecinos en manos de unos alcaldes puestos a dedo por el partido de gobierno, sin siquiera haber dado la pelea. El municipio es el eslabón más cercano con los problemas vitales de la gente, lo más próximo que tiene un político para serle útil a su comunidad y se ha puesto de lado a nombre de uno los designios mayores de la política. Ser presidente.
Habrá que esperar a que la MUD salga con bien de la terapia intensiva en la que se encuentra. Es mucho lo que el viento se llevó en estos últimos meses, pero hay que recuperar la premisa definitoria de que la ruta del cambio es democrática, constitucional y electoral en todos sus niveles, no la entreguemos así no más, como quiere el gobierno.
After all… tomorrow is another day, ¿no es cierto Scarlett?
@jeanmaninat