Por: Asdrúbal Aguiar
Y la rabia altanera de Diosdado Cabello, que no cede siquiera ante la muerte por ser hijo de la parca, incubada un 4F, dice mucho acerca de la grave enfermedad que consume a Venezuela.
Si no le importan las condolencias por la ejecución – Nicolás Maduro confirma que fue obra de sicarios – del joven diputado Robert Serra, allá él. El dolor por el deceso de todo ser humano es cosa personal,muy íntima.
¡Mi sentido pésame, decimos todos!, hasta como rito que incluso cumplen los asesinos frente a las viudas de sus víctimas. Pero vayamos a lo esencial.
Nos desangramos como nación, y eso es lo prioritario. Nuestras mujeres protestan airadas por no encontrar un sobre de leche en los mercados. Pero sus carencias son el efecto de un virus más peligroso que el ébola. Me refiero a la disolución de los lazos morales, de identidad e históricos, alrededor de los que se teje la cohesión y el sentido de solidaridad de todo pueblo, con el hilo tomado de aquello que lo une en los afectos.
Sobre la pérdida de la memoria del venezolano, incapaz de valorar de dónde viene y necesaria para que transite con seguridad hacia el porvenir, ocurre nuestra colonización por la maldad absoluta – el narcotráfico, el peculado, la corrupción política – y sus encomenderos cubanos
De manos de la asociación que pacta Hugo Chávez en 1999 con las FARC, mudamos en sede del narcoterrorismo y se nos impone, desde arriba, una cultura de mafias y aprovechadores. A partir del Programa Bolívar 2000 y el incremento de los precios del barril petrolero – saltan desde 9 dólares hasta casi 100 dólares – la dilapidación del tesoro público llega al paroxismo. El cuerpo sin alma de la nación es poseído y violado con sevicia. Lo dejan extenuado, maltrecho, sin latidos perceptibles, al borde de la tumba como experiencia colectiva.
Nos encontramos descuadernados. De otra forma no se entiende la bofetada que le propina Nicolás Maduro a las mayorías empobrecidas desde el Nello’s en Nueva York y a bordo de un nuevo avión presidencial. Las hojas del país, sueltas y desparramadas, han caído al piso. No cabe encuadernarlas, a menos que los males señalados los asumamos sin escapatorias cobardes, como problemas propios, obras de nuestro deshacer, ajenos a conspiraciones o imperialismos distantes.
Hemos perdido las certezas por falta de una narrativa ética común. Hemos abandonado el coraje ante el futuro. Las horas adversas y de ignominia nos apocan, exacerban nuestro complejo colonial e imponen programas de supervivencia. Y al ras, medramos incapaces de captar la verdad, que no sea sublimándola bajo prevenciones ideológicas o utilitarismos de corta mira.
Este año, desatados los demonios por la herencia chavista, también es ejecutado el Capitán Eliecer Otaiza, ex jefe de la policía política, y en 2013, Juan Montoya, emblema de los “colectivos” armados paraestatales, causahabientes de los “círculos” que organizan el citado Cabello y el ex alcalde Freddy Bernal desde 1998, muere a manos de un escolta del ministerio del interior. No cierra el año sin el horrendo homicidio de la embajadora venezolana en Kenya, Olga Fonseca. Y en 2012 es asesinado el ex gobernador apureño y capitán Jesús Aguilarte, vecino de la Colombia narcoguerrillera.
En 2011, con 21 disparos le quitan la vida a Nelly Calles Rivas, cabeza del PSUV en Cumaná, y ocurre la masacre de El Rodeo – 35 muertos y 100 heridos – de manos castrenses y de “pranes” con quienes negocia la paz el mismo Capitán Cabello. Y dejemos la cuenta aquí, pues atrás quedan la masacre de Miraflores, las ejecuciones del fiscal Danilo Anderson, de Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez, en 2004; y en 2005 la del ex fiscal nacional de aduanas, Gamal Richani, quien investiga al chavista Walid Makled, cabeza visible del narcotráfico endógeno.
El periodista Orel Zambrano y al veterinario Francisco Larrazabal, dejan al descubierto la trama del negocio de drogas de Makled, coludido con altas esferas del poder político y castrense, y son asesinados en 2009.
La lista de los crímenes desde o hacia o relacionados con el Estado es larga. Desdibuja nuestra tradición. Allí están Arturo Erlich y Freddy Farfán, ajusticiados en 2006 y 2009 “por el hampa común” tras el “extravío” de 45 millones de dólares pertenecientes a la institución que cuida de la salud de nuestra banca, FOGADE.
¡Por Dios, abramos los ojos¡
La tortura hasta la muerte del diputado Serra, a quien se le recuerda como fervoroso líder estudiantil del oficialismo, esta vez protegido – ¿porqué? – por escoltas casualmente ausentes y poseedor de armas de guerra, sería útil – nunca justificada – si nos ayuda a reflexionar. Él luchó por algo más que ser el mero estandarte de una misión madurista. Paz a sus restos.
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