Por: Ismael Pérez Vigil
Las medidas, como tal, no pretendo analizarlas; sobre eso ya ha habido muchos análisis de economistas y expertos con los que no pretendo competir. Aparte de que, hasta el momento de escribir estas líneas, es todavía muy poco lo que se conoce de las mismas, pues muchas continúan en el aire y aún no se sabe cómo serán implementadas.
Apenas se ha ratificado –verbalmente– el incremento del salario mínimo y las pensiones, pero aún no se publican en gaceta, donde si se publicó el incremento del IVA, se anunció el incremento de la Unidad Tributaria, se fijó unilateralmente un listado de precios de 25 productos, también publicado en Gaceta, y se han realizado un par de subastas DICOM, con montos muy exiguos. Por lo que no es difícil suponer –además de por la falta de credibilidad en el régimen y en su incapacidad administrativa y gerencial– que este “ajuste” está llamado a fracasar, a incrementar la hiperinflación y sumir a la economía en un caos mayor que en el que ahora se encuentra.
En todo caso, me interesa más el análisis de algunos elementos más políticos, alrededor de la situación creada por las medidas económicas.
Lo primero, ojo, es que no subestimemos el impacto político de las medidas; no hagamos lecturas precipitadas de la realidad. La mayoría de la población no ve el “paquete” y sus consecuencias. El árbol no los deja ver el bosque. Para una inmensa cantidad de venezolanos, el aumento de salarios que se anunció genera enormes expectativas. Basta conversar en la calle con personas de bajos ingresos, que son millones en el país, y nos encontraremos con la sorpresa de que dicen: “…ahora como que sí vamos a ver luz…”.
Para mucha gente humilde, pensionados, perceptores de salario mínimo, –y repito, son millones en el país– un aumento salarial como el anunciado significa un rayo de esperanza; dado el sentido práctico del necesitado, que solo ve el pan para hoy, nadie ve el hambre para mañana; la gente en la calle se queda en esa cifra, no hace los complicados cálculos que hacemos los analistas políticos y económicos, que vemos quiebres de empresas, despidos, desempleo masivo, más inflación, etc.; ellos, los más humildes, vulnerables y desprotegidos, esperan recibir ese aumento –y muchos lo recibirán– aunque después se convierta en sal y agua, tras los aumentos de precios e hiperinflación que vendrá; pero eso será después, de momento, sienten o piensan que tienen más dinero en el bolsillo; ya no es solo un monto con lo que no podían comprar ni un cartón de huevos o apenas alcanzaba para un kilo de arroz, ahora son “cientos” de millones. Por lo tanto, no hagamos una lectura equivocada o será a nosotros a quienes las medidas nos exploten en la cara.
Pero lo más lamentable es la situación política que vive la oposición; desde que concluyó la cadena y el anuncio de las medidas el pasado viernes —que no fue un hecho casual— a través de videos, audios y todo tipo de mensajes, la rabia que tenemos la descargamos contra nosotros mismos. Los peores insultos, los más agresivos, que he escuchado y leído no han sido contra la dictadura, sino contra dirigentes de oposición y partidos (desde luego de la MUD, que sigue siendo el blanco favorito) o contra la Asamblea Nacional, porque no toma acciones que no son de su competencia y para las cuales no tiene facultades.
Esto no es nuevo; lo vivimos en los años 80 y 90 del pasado siglo, cuando las posiciones de antipolítica y anti partidos nos trajeron de la mano –por estas calles– a Chávez Frías; así que ahora solo actuamos en consecuencia y vamos a arrasar con lo que queda de institucionalidad partidista. Es curioso que todos, por nuestra tradición cristiana, hablamos del cambio personal, del cambio interior, etc. pero a nadie se le ocurre que a lo mejor eso es lo que hay que hacer también en política, involucrarnos activamente en la actividad o en los partidos, para hacer que cambien desde adentro. No, es más fácil disparar desde la cintura –a través de redes sociales, por la prensa, en programas radiales de opinión– y acabar con todo, arrasando con la credibilidad de partidos, dirigentes, ideas y esperanzas de futuro.
Tenemos que rescatar, reemprender la batalla de la educación política del pueblo venezolano, que es una tarea primordial de los partidos políticos; pero los partidos están diezmados, han perdido “capas” completas de dirigentes que se han ido como exilados o se han visto forzados a vivir afuera, algunos están presos o perseguidos; los partidos no tienen recursos para mantenerlos, no tienen gobernaciones, ni alcaldías –donde emplearlos o donde demostrar de que son capaces–, les quedan pocos concejales y los que les quedan, probablemente los perderán ahora, debido a las poco reflexivas políticas de no participación en procesos electorales.
Con la anti política, no queda títere con cabeza, el que la asoma, le dan; y no la dictadura, ésta solo la remata; los mismos opositores nos estamos encargando de destruirnos unos a otros. Ahora algunos ven por allí a una heroína, pero en la medida que pasa el tiempo y no ocurra lo que ella dice desde hace un par de años, que: “Maduro sale ¡Ya!, que ¡falta poco!”, arremeterán también contra ella, porque la rabia y la irracionalidad no tienen límites, cosa que sabe el régimen y se encarga muy bien de estimularla, administrarla y exacerbarla.
Verdaderamente estamos en nuestra hora más oscura. ¿Cuándo nos atreveremos a encender una nueva luz, confiar, creer y continuar la lucha por restablecer la democracia? Esperemos que pronto.
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
Estoy de acuerdo. Dedicamos mucho tiempo a reprochar a nuestro compañeros de viaje, tan imperfectos como nosotros. Y eso nos desgasta.