A escasos cuatro meses para que finalice el año, las elecciones regionales pautadas para diciembre parecieran estar huérfanas de valedores, puestas de lado -o al menos opacadas- por la batalla del revocatorio. Ahora, cuando todo indica que la recolección del 20% de las firmas y huellas dactilares “podría ser para octubre” según la máxima autoridad del CNE, habría que comenzar a establecer la estrategia para que el cambio de autoridades regionales se lleve a cabo cuando corresponde.
El esfuerzo por el revocatorio debería ir acompañado de la exigencia que se establezca desde ya la fecha precisa para realizar los comicios regionales pautados para este año, pues los dos procesos no son excluyentes. Ambos pueden -y deben- alimentarse mutuamente para potenciar su eficacia como instrumentos de cambio en el país. Es más, en la eventualidad de que el revocatorio se lleve a cabo este año -vencida la reticencia del CNE a realizarlo- y se ganase, como todas las encuestas lo sugieren, haría falta contar con el mayor número de gobernaciones posibles para darle sostén al proceso de transición democrática que se abriría entonces.
El cambio que el país requiere tiene que estar profundamente arraigado en las realidades regionales y sus especificidades. De lo contrario, sería un esfuerzo sin raíces, altamente vulnerable, muy débil para tomar las difíciles, pero inevitables, medidas para enderezar el rumbo hacia la convivencia y la prosperidad que el país se merece.
La crisis económica y social a la que ha conducido la impericia del Gobierno, su falta de sensibilidad hacia los rigores que sufre la población, su rigidez ideológica, ha golpeado con especial énfasis a las ciudades y pueblos del interior del país. Eso que algunos llaman la “Venezuela profunda” está más cercana de lo que parece pero profundamente -ahí sí- relegada por el Gobierno y sus gobernadores afines. Desvastada por la indolencia oficial.
El mensaje del cambio debe contener las posibles soluciones para los problemas específicos de cada estado y sus habitantes. La insatisfacción con el Gobierno es generalizada pero tiene tantos rasgos particulares como acentos hay. Las elecciones regionales son el instrumento para posibilitar que las ansias de transformación se anclen en las aspiraciones cotidianas de todos los venezolanos, que cada región se sienta representada, incluida, expresada en la exigencia general de cambio democrático.
La MUD ha manifestado su convicción de que el Gobierno no quiere ni referendo revocatorio ni elecciones regionales porque sabe que no ganaría ninguno de los dos. Precisamente, por esa sola razón, habría que avanzar con ambos procesos al mismo tiempo, sin descuidar uno para favorecer el otro. De lo contrario se correría el riesgo de quedarse sin ninguno, con las manos vacías y los ojos sin vista. Son las dos caras del cambio.