Por: Jean Maninat
No son tiempos calmos estos para la oposición democrática en el país. Las derrotas desmoralizan, a pesar de que se demuestren avances, logros consolidados, se abran nuevas posibilidades, perder siempre es frustrante y no faltarán las almas acuciosas para hacértelo saber. Hay maneras de descargar la furia desde la gradas: culpar al umpire de todo lo malo; a las instrucciones del coach de primera base; a las estrategias y decisiones de último momento del mánager y hasta a la disposición del batboy para realizar su tarea con eficacia y prontitud. Pero la preferida, la que más calma los ardores y despierta las endorfinas de la complacencia, es culpar a la figura del momento, pedirle que nunca más se suba al montículo, se aproxime al diamante y tome un bate, que entregue el guante cuanto antes y se vaya para su casa. A la fascinación de ayer sigue el resentimiento del día siguiente. Se diría que es normal en un juego -aun en el más inteligente del mundo- donde la afición a un equipo genera pasiones y desencantos del tamaño de un estadio.
Pero cuando uno ve a políticos veteranos y alternativos; a analistas de vieja data y de nuevas miras, sacudirse el polvo de su responsabilidad e indicar con el dedo (o frunciendo criollamente la bembita) hacia quien lideró el gran come back de la oposición democrática para convertirla en una opción creíble, como el gran culpable de que el chavismo siga vivo, no deja de causar un cierto estupor a pesar de estar uno en una edad y vivir en una época donde poco puede sorprendernos. Me refiero -por si quedaran dudas- a Henrique Capriles.
No se pone en entredicho el derecho a criticar, a tener una visión independiente y manifestarla, a contrastar y sopesar valoraciones diversas sobre los acontecimientos políticos en el país. Lo lamentable es que hay quien se esconde tras el derecho a la crítica para lanzar argumentos ad hominem, descalificaciones personales embozadas, señalamientos de orden moral, y lo más pasmoso: acusar de falta de temple a quien no ha hecho otra cosa que jugarse el pellejo diariamente en una empresa a todas luces colosal dada la absoluta falta de escrúpulos del contendiente que se enfrenta. (Dicho sea de paso, si usted no ha caído en ninguna de esas actitudes, por favor no sé dé por aludido).
Como Melquíades en Macondo, la política en Venezuela siempre está provista de conjuros y portentos que no permiten que ni la más veterana capacidad de asombro tenga un momento de reposo. Hace unos días, el Dr. Frankenstein criollo que convocó la furia de los elementos, las tormentas, la química, la electricidad y los pararrayos, para dar vida a lo que ya era un cadáver político y echarlo a andar victorioso por su sendero de destrucción y división del país, ha dado su contribución al análisis de la situación. Según nuestro demiurgo, lo que se requiere son millones de gente en la calle y líderes “viriles” capaces de llamar al sacrificio e incluso dar la vida, en vez de aceptar dialogar sobre la inseguridad con el gobierno y seguir distraídos con la opción electoral. Aquel día mítico habría que haber conducido a la gente a la confrontación y a la sangre, sin importar el costo humano. De la MUD estar dirigida por Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis, otro gallo cantaría, empieza uno a sospechar.
Los líderes de la oposición democrática han manifestado su voluntad de mantener la unidad y trabajar por perfeccionarla. Nadie pone en duda el carácter constitucional y democrático de la lucha. A medida que la situación evoluciona las diferentes posiciones adquieren un perfil propio algo más delineado. Ese no sería un problema, la diversidad es un nutriente básico de la democracia y un poderoso antídoto contra el anquilosamiento político. Las organizaciones cerradas sobre sí mismas, terminan cultivando telarañas, humedad y escorpiones. Habría que abrir las ventanas de la MUD, que se dé la discusión abiertamente, que cada quien diga en voz alta las razones de lo que piensa: sea la Constituyente, la calle, la tarjeta única, las aspiraciones personales, los nuevos retos del esfuerzo democrático. Pero una vez establecida la línea común, compete respetarla y salir a trabajar por ella. No basta con decir presente cuando pasan lista y desentenderse de la tarea común una vez fuera del recinto de reunión. (Todavía estamos esperando que sus proponentes nos expliquen qué pasó con la propuesta de la Constituyente).
No es fácil, se entiende, pero la sola manera de confrontar al régimen con eficacia es en base a la unidad y con las cartas abiertas sobre la mesa. No hay truco que valga.
@jeanmaninat