Por: Soledad Morillo Belloso
El domingo 16J vi en las calles la Venezuela en la que yo creo y que me inspira. No el país que se parece a mí sino el país al que yo me parezco. La nación decente, amable y reilona. ¡Y se sintió tan sabroso!
A mi celular con una precaria conexión llegaban fotos de todas partes del país y allende las fronteras. Lo más prominente era las sonrisas pintadas en las caras de venezolanos del común. Unas sonrisas de oreja a oreja sustituyeron las muecas de dolor y tristeza que llevamos tanto tiempo exhibiendo. Fue un día de sacar la cédula no para intentar ser apreciados por los poderosos sino para cantar bonito que somos venezolanos, que hay un país posible al que no vamos a abandonar. Que somos capaces de cancelar el guión que con mala letra venimos montando sobre el escenario, para nuestra propia desgracia. Dijimos con nuestra huella y tildando en un papelito que este país nos compete, que nos hacemos responsables y damos por terminado el lenguaje del odio. Que vamos por la buenas a hacer todo lo bueno que sea necesario. Que la palabra ciudadanía no es vocablo en venta.
Fuimos capaces de ejercer la amabilidad. De decir un por favor y un gracias y preguntar en qué puedo ayudar. Fuimos el país que muestra que no hace falta la rimbombancia electoral. Que nuestra democracia no necesita el gasto excesivo sino conciencia, una conciencia de la que nunca se puede tener ni suficiente ni en exceso.
El domingo 16J vi la mejor cara de mi país. Y el espejo frente al que me paré me devolvió mi mejor imagen. Me sentí linda y ví hermosos a mis conciudadanos.
“Hoy todo me parece muy bonito. Hoy canta más alegre el ruiseñor. Hoy siento la canción del arroyito. Hoy siento como brilla más el sol.” Hoy tengo un genuino, puro, abierto, indisimulable e irrebatable ataque de felicidad. Hoy quiero más y me quieren más. Gracias, Venezuela querida.
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