Decir que la mayoría de los personeros y jerarcas de este régimen ostentan un triste desprestigio no es una opinión, es una verdad de esas que achicharran. Eso no sería importante si su gestión fuera eficiente, imparcial y oportuna, que cumplieran sus deberes institucionales y el mandato constitucional, pero esas tres características están ausentes en la mayoría de los altos personeros. Uno se pregunta si estas personas se cuestionan qué pensarán y dirán sus nietos y biznietos cuando les toque enfrentar el juicio de los venezolanos del futuro, quienes se enterarán de la trágica historia y sentirán el peso inconmensurable de la vergüenza de ser descendientes de quienes con su iniquidad y complicidad hicieron posible la debacle del país, la destrucción del sistema democrático y el desmantelamiento de las posibilidades de progreso. Uno está obligado no sólo con los contemporáneos sino, también -y acaso más importante- con los que heredarán lo bueno que hagamos y también los errores y horrores que cometamos.
Los descendientes de muchos en la historia nacional y mundial han optado por esconder a sus ancestros. Algunos han llegado al extremo de cambiarse el nombre, tal es la vergüenza que los embarga. No quieren ser juzgados por pecados cometidos por esos mayores. Es entonces un signo de frivolidad lo que estas personas hacen, creyendo que siempre andarán vestidas de poder y triunfo y que para sus herederos privará más los dineros y no el legado de una patética actuación. Que no hay peor juicio que ese que harán los que llamamos “los nuestros”. Qué espantoso y doloroso lo que acabarán pensando y diciendo esos descendientes: “no quiero tener nada que ver con esa persona”. Las fotos de esos ancestros desaparecen de la mesa de retratos y de los álbumes familiares, borrados de la historia en un intento de lograr que ese pasado no manche el futuro.
En este momento enfrentamos una situación dantesca. Las rectoras del CNE han decidido privarnos de un derecho inalienable en democracia: el voto universal, directo y secreto. No existe democracia sin ejercicio del sufragio. El régimen, es cierto, comete a diario actos mucho más antidemocráticos. La lista de esos atentados es larga y gorda. Pero esta violación constitucional que se perpetra contra el voto, ese derecho del elector y el elegible, es causa de muchos y graves daños al país. Que los electores sepamos que el régimen no quiere contarse porque sabe que perdería en cualquier comicio sólo agrava la situación. Las maromas y maniobras de quienes mandan a las trancas en el CNE son un crimen contra el libro magno pero, más grave aún, un delito contra todos los venezolanos. Porque el sufragio es un derecho de las seis personas de la conjugación que no puede ser pisoteado por cuatro personas asilladas en un directorio.
Los años transcurren. El tiempo es un recurso natural no renovable. Y mientras más páginas pasamos en nuestro calendario personal más importancia debemos dar a lo que hacemos y dejamos de hacer, no vaya a ser que nuestros descendientes se vean forzados a negarnos. Lo dejo como comentario final, como reflexión. Nunca es tarde para rectificar.
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