Mientras el país se precipita hacia el abismo de su historia, sus gobernantes solo saben conjugar su propio cansancio. Seamos sinceros, desde Nicolás Maduro hasta el alcalde más remoto y lisonjero de la tropa gubernamental deben estar agotados de repetir el mismo discurso, las mismas arengas, los mismos slogans revolucionarios. La palabra patria la han manipulado hasta el paroxismo y hoy en día es sólo un sonido hueco, oscuro, oxidado. Suena a abolladura, a acto fallido. La patria es hoy para los venezolanos una zona geográfica devastada por el huracán de la ruina económica y la violencia más feroz del mundo. Patria es una cola en busca de arroz y antibióticos, una cola en la morgue, una cola en busca de visa para otro país. Patria, después de 17 años de uso desmedido e irresponsable, es solo un triste fracaso en cadena nacional.
Ya el país entero entiende que si esto es una guerra económica, pues el gobierno debería rendirse, botar tierrita, levantar la bandera blanca, porque no están mínimamente capacitados para la contienda. Si es, como dicen ellos maniqueamente, una contienda entre el socialismo y el capitalismo, pues acéptenlo: no han ganado ni un solo round. Perdieron por paliza, una paliza que ha arrasado con las neuronas de sus ministros, las arcas de los empresarios y la paciencia de la población. Una paliza donde perdimos todos. Es hora de asumir las limitaciones, camaradas. Es momento de pensar realmente en esa patria que tanto estrujan y manipulan. Ha llegado el día. Sinceridad es la consigna. Sinceridad o muerte. Y ya de muerte estamos hasta el tope. Guarden las consignas, las franelas del Che, los videos del Comandante Eterno, el chip ideológico. No es momento de celebrar los cien años de la revolución bolchevique. Porque, aparte de que realmente falta un año para esos cien años, aparte de que Victor Hugo no es nicaragüense sino sumamente francés, aparte de esos tropezones verbales, el verdadero tropezón es esta equivocación de la historia, este desatino monumental, este experimento de saqueo y revolución donde sólo funcionó la primera parte y la segunda quedó como un nueva estafa a la ilusión humana en nombre de la tan imprescindible justicia social.
Pero mientras el país se desmorona en cámara rápida, el gobierno nacional insiste en su extraña estrategia de salvación: escamotear responsabilidades, culpar a los demás y desconocer la voluntad de cambio que expresó la mayoría el 6D. Le suben el volumen a su caballito de batalla: la hegemonía comunicacional. Maduro, estruendoso, amenaza a Globovisión. Y, sin disimulo, deja entender que la concesión está en sus manos, que mejor no sigan transmitiendo las alocuciones del nuevo parlamento nacional, que volteen las cámaras hacia otro lado. Quién lo diría, Globovisión vuelve a ser el enemigo. Justo este otro Globovisión. ¿Y cómo responde el canal? Transmitiendo íntegramente la rueda de prensa de Lorenzo Mendoza, el “pelucón mayor”, el villano de villanos. Parece que los nuevos dueños de este canal de televisión tienen la misma sensación que todos los venezolanos: esta película, esta mala película, está dando señales de que se está acabando. El guionista ya no puede más. Se le agotaron los recursos. Los efectismos ya no funcionan. El país despertó del todo. Y despertó furioso.
Agónicamente, el gobierno insiste. Es terco en sus errores. Ensaya otros disimulos. Una nueva cuña inunda las pantallas de televisión. Dos niños, bajo la estela de una dulce música, hablan de su tarea para el próximo día de clases. ¿Cuál es la tarea? Disertar sobre el Tribunal Supremo de Justicia. ¡Oh, casualidad! Justamente el organismo que intentan posicionar como el verdadero rector de los destinos del país por encima de la Asamblea Nacional. Y, mientras, todo comienza a oler a desacato. Hay crisis en la economía, pero los ministros de la economía embarcan al parlamento. Hay crisis penitenciaria, pero la ministra de tales asuntos y el comandante de la GNB embarcan al parlamento. Y tampoco van el presidente de VTV, ni el Director de Ramo Verde, ni el propio Arreaza porque parece que trabaja mucho. Hay una propuesta del nuevo parlamento de adjudicarles sus títulos de propiedad a los beneficiados de la Gran Misión Vivienda, pero –oh, absurdo de absurdos- un pequeño grupo de personas (camisas rojas mediante) protesta a las puertas del hemiciclo y grita que ellos no quieren ser dueños de nada.
El péndulo continúa. El país se balancea entre la insensatez y la búsqueda de cordura. Mientras las noticias se mueven en ese peligroso columpio, nos acercamos al clímax de esta historia. La sinrazón nos gobierna. La sinrazón es un vehículo desbocado que nos lleva al despeñadero de la historia. Hemos sobrepasado todas las señales de advertencia. Ya el péndulo no resiste más. La fatiga de los materiales es total. Esto está por romperse calamitosamente. Detener la sinrazón es el único mandamiento posible. Es la única opción para todos los venezolanos que tengan un mínimo respeto por su país y por su propia vida.
Leonardo Padrón
Extraordinario, sin desperdicio. Gracias!