El gobierno sabe que tiene un problema grave de popularidad y que eso le impediría ahora ganar una elección de cualquier tipo. El presidente Maduro ronda el 22%. El 95% de la gente siente que el país esta mal. 75% de los electores decididos a votar dicen que lo harían para revocar el mandato. La oposición es más que una mayoría, es un sentimiento nacional y no hay ninguna duda que se cumplen las condiciones para ejercer el derecho constitucional del Referendo Revocatorio. Pero el peligro de esta información para el chavismo es muy concreto: un referendo y una elección este año los sacaría a todos del poder, sin distinción de grupos internos.
Si su esencia fuera respetuosa a las reglas de juego, simplemente no habría nada que hacer. Cumplir con los derechos constitucionales, ir al referendo, perder, convocar una elección presidencial y también perder y pasar a ser la oposición. Trataría luego de tomar las ventajas posibles de lo difícil que será para cualquiera que los sustituya desenredar el embrollo que ellos están dejando y con eso elevar los costos del ajuste y recapitalizar fuerzas para intentar volver, como lo hizo el peronismo, el sandinismo y hasta el PRI. Pero éste no parece ser el caso.
La revolución siente el “compromiso” de quedarse como sea y lo ha dicho por todos los medios, por lo que es explícito su desprecio, conceptual y activo, al juego democrático. Es cierto que ha utilizado hasta ahora los procesos electorales para validarse y obtener legitimidad de origen, pero la razón podría ser circunstancial. Cuando era mayoría debido a la enorme conexión popular de Chávez o su legado, eso le permitía validarse electoralmente, pero, ¿qué pasa hoy cuando es obvio que no es popular y no podría ganar? No puedo asegurar que en el punto final estarán todos los grupos internos del chavismo dispuestos a romper el juego y pasar de ser una democracia procedimental, irrespetuosa y concentradora de poder a quedarse por la fuerza y convertirse en una clara dictadura convencional, repudiada por todo el mundo menos los sátrapas. No sé tampoco si el sector militar, vital en esta historia, seguirá un juego de ruptura de este tipo, que lo comprometerá más que a nadie, con los inmensos costos futuros que eso le representará, incluyendo las fracturas internas que sin duda tendrán.
Por ahora lo que sabemos es que de aquí en adelante el Gobierno siente miedo de que sus acciones para bloquear las salidas constitucionales eleven el riesgo de rebelión popular. Y eso se amplifica en la medida en que el bloqueo sea más rudo, pasando del irrespeto a la Asamblea Nacional elegida por el pueblo, al bloqueo al Referendo y, finalmente, la acción más peligrosa y definitoria: la elección presidencial. Con eso en mente, el Gobierno esta arreciando la estrategia de represión, que inició con los presos políticos de los partidos que podrían considerarse más fuertes en sus posiciones de lucha directa, como VP y ABP y ahora se focaliza en actores políticos con responsabilidad en la organización del referendo para la MUD. Los ataques al alcalde Carlos Ocariz y el apresamiento de algunos miembros de los equipos estratégicos de su partido es un clásico de las estrategias de represión focalizada. La agudización de la represión política es un terrible cruce de frontera que coloca a la crisis política venezolana en otra dimensión.
Cualquier persona decente (no importa su filiación política) debe rechazar el uso de la represión policial y judicial como arma contra los adversarios políticos del Gobierno, que solo nos aleja de la democracia y la paz. El país necesita rescatar los equilibrios políticos y económicos y solo lo logrará con acuerdos y negociación, nunca con represión, abuso y guerra.
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