Para enderezar las fuerzas democráticas se necesitan poderosos movimientos regionales que se activen para elegir sus gobernadores. Hacer a los estados protagonistas en esta etapa y no volverlos a sacrificar como en 2016, abandonados en función del fulano RR. Se inmoló una generación de dirigentes que hoy podrían ser cabezas de la provincia para alivio de la ciudadanía. Hay que despojarse de uno de los vicios más nocivos de este desventurado país: el centralismo. Desde que Juan Vicente Gómez abatió a los caudillos en Ciudad Bolívar y La Victoria, el poder sólo se concentró y centralizó para convertir las entidades federales en apéndices flácidas, obedientes y no deliberantes. Las gobernaciones se usaban como consolación para compañeros fallidos en sus aspiraciones a parlamentarios o ministros.
Demasiado frecuentemente apenas habían ido de visita por los estados a los que designaban. Rendían cuentas al Presidente de la República y al partido, no a la comunidad, y sus gestiones fueron calamidades, porque a veces no sabían ni cuántos municipios había ni cómo se llamaban ni dónde quedaba la casa parroquial. Esa pesada rémora administrativa cambió en 1989 con las nuevas leyes de Elección y Remoción de Gobernadores y de Régimen Municipal, que abrieron paso a gobernadores y alcaldes que ahora reportaban a sus ciudadanos, eran sancionados o premiados por ellos, y una nueva era de eficiencia comenzó. La famosa acountability. La revolución reaccionaria comenzó por recentralizar los recursos para castrar los poderes locales. Hasta ahora no han podido eliminar su elección popular aunque lo desean con las entretelas de su corazón con paradójico apoyo de supuestos opositores.
¡Se me cayó el bebé!
Unos que se cayeron de la cuna recién nacidos razonan exactamente igual que el gobierno y le hacen el trabajo “¿para qué gobernadores sí les nombran protectores?”. Ante argumentos tan venusinos, vale preguntar a la gente de Lara, Miranda y Amazonas, si Falcón, Capriles y Guaruya son o no un vallado frente a las embestidas revolucionarias. Y a la de Aragua, Anzoátegui o Sucre si ellos prefieren cambiar los actuales o les da lo mismo que sigan. Lamentablemente perdimos la fuerza para presionar y negociar pero hay que exigir, aunque malogrados, lo que no la pone fácil. En vez de beber la arena de nuestros propios espejismos, habría que impulsar la acción y organización en los estados en torno a las elecciones regionales. Es cuesta arriba pero menos que la húmeda ensoñación de sacar al gobierno con un gancho al hígado y un upper de derecha a la quijada.
Olvidarse –esta vez para siempre– de la guerra de exterminio y pasar a la guerra de posiciones, como se venía hasta 2015. Pero los sueños no terminan y los que impusieron desde estridentes minorías la descalabrada radicalización, siguen soltando cachivache tras cachivache. Cuando la memorable y fallida sesión de la OEA sobre la imaginaria aplicación-de-la-Carta-Democrática, asombraba ver gente de relativa instrucción celebrar alborozada “el triunfo” cuando lo que nos salvó del ridículo universal fue la autozancadilla de la Canciller, quien pidió una votación nominal sobre un tema aledaño y la molieron. Como el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, un venerable caballero local también soltó el mecate de tanto leer libros de caballería sobre el 23 de enero de 1958 y pasar en eso “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio”.
La chistera y los chistes
Abstencionista, rapsoda de proclamas a los militares, acreedor plenipotenciario de la partida de nacimiento, forjador de decretos sentimentales, devoto de la magia del RR, ortodoxo calle-calle, luego pasado a los poderes creadores de la declaración de vacante, quién sabe qué nuevo chiste sacará de la chistera. Se le ha visto por la UCV tal vez supervisando el arsenal que el gobierno denunció ocultaban en los sótanos de la Biblioteca, bazucas, Punto 50, AKAs, granadas, misiles y hasta algún tanque, escondidos detrás de esculturas de Calder, para lanzar las milicias contra Pérez Jiménez pero sin Larrazábal, el Ejército ni la Aviación. El adversario no es el Gigante Caraculiambro que atormentaba al Quijote, sino un poder que ha demostrado solidez, astucia, capacidad táctica y que pudo atravesar indemne las tremendas crisis política y social del 2016. Las pasó con la ayuda de los líderes del corazón.
Al próximo que subestime a quien ha sorteado semejantes atolladeros, lo menos que habrá que dedicarle es una trompetilla estereofónica vía satélite. La elección de gobernadores es el enfermo que merece todas las preocupaciones, y nuestros médicos tendrían que declararse en junta permanente para atenderlo, porque con él se irían al otro mundo demasiadas cosas. Los dirigentes regionales deben asumir la responsabilidad de no permitir que la corriente siga este disparatado curso, y hay suficientes gazapos para inventar nuevos. Exigir al liderazgo nacional que haga todos los esfuerzos para que se realice, invoquen al Vaticano, al Consejo de Seguridad de la ONU y a la misma Santísima Trinidad. Basta de novelones de caballería, de alfombras voladoras, encantamientos y ungüentos milagrosos. Hay que regresar a la política porque –tarde o temprano– no hay salida sin negociación.