El gobierno supuso –como un niño – que con cerrar los ojos y contar hasta diez, la Organización de Estados Americanos (OEA) desaparecería de su horizonte diplomático y más nunca sentiría la palmadita en el hombro para recordarle que no estaba cumpliendo con los fundamentos democráticos que sustentan al organismo regional, independientemente de que denuncie, o no, su permanencia en él. Salir corriendo para burlar el cumplimiento de un deber, más que cobardía, es un acto de evasión infantil. Al final, siempre hay que entregar la tarea.
La diplomacia de choque elegida por la cancillería para tramitar sus diferencias con otros países –sobre todo aquellos que muestren algún desacuerdo con su forma de actuar– puede lograr el objetivo de ofuscarlos momentáneamente, pero una vez pasado el mal trago, la aplanadora de seda diplomática –con su calibrado, pero afilado, lenguaje para decir las cosas– se encargará de plancharlos entre sonrisas, votos a favor, votos en contra, abstenciones, y, no faltaba más, una que otra escapada al baño, en el momento preciso, de un aliado de la víspera.
El “caso Venezuela” seguirá allí, cada día con más fuerza, en la medida en que quienes gobiernan el país sigan pensando que se pueden ignorar –indefinidamente– los señalamientos que se hacen desde el exterior. Hasta ahora, solo se han identificado enemigos, allí donde hay voces que recomiendan mesura y respeto a la institucionalidad democrática, y el cumplimiento de los deberes adquiridos por el Estado venezolano en diversos escenarios regionales e internacionales.
La discusión en la Vigésimo Novena Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, dejó claro el grado de aislamiento que vive el gobierno. Matices más, matices menos, una mayoría significativa hizo un llamado al gobierno a poner de lado la iniciativa de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y asumir, sin retardos artificiales, una ruta electoral negociada para salir de la crisis.
Pero, muy importante para el futuro inmediato, se volvió a insistir –con mayor vehemencia– en la necesidad de buscar una salida negociada, con la mediación de países amigos, para poner fin a la crisis. Cualquier apoyo internacional que se obtenga regionalmente para recuperar la democracia –sobre todo de países hoy amigos de la causa– contendrá, by default, el requerimiento de una negociación entre las partes.
Enterrado el diálogo fallido del 2016 y fuera de juego sus valedores principales, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) debería consensuar una postura común para responder a la petición, que será recurrente, de buscar una salida negociada. Como nunca, la oposición democrática tiene a la comunidad internacional de su lado, y el gobierno pierde aliados incondicionales –Rusia, recientemente– al menos en su empeño de resolver represivamente la terrible situación que vive Venezuela.
Sea cual sea la respuesta a la petición de buscar una salida negociada, tiene que ser convincente, si se quiere mantener la credibilidad. El gobierno descubrió que la OEA seguía allí; la MUD no debería perderla de vista.
@jeanmaninat