Las palabras negocio y negociar tienen resonancias dudosas en nuestra cultura, ligadas a actividades vagarosamente inconfesables, trastiendas, mientras para los antiguos era simplemente negar el ocio, la inactividad. Cuando se dice que la oposición y el gobierno negocian, hablan, se encuentran, obnubilados de ambas partes lo ven como una traición. Diálogo suele asumirse positivamente en el mundo civilizado, tal vez porque la pilastra de la filosofía occidental, Platón, expuso su teoría a través de ese método. A pesar de eso en Venezuela, gracias al galáctico, el diálogo también quedó execrado. Cómo un revolucionario va a dialogar, conversar, negociar, con la reacción, vendepatrias, majunches, maldad, atraso, injusticia. Esa es la ideología de los criptocomunistas y por eso el Che, patrono de sicópatas, asesino serial, los fusilaba con su propia pistola.
Entre las laceraciones profundas que la revolución hizo al espíritu nacional, esa es de las principales: la hostilidad y el silencio entre unos y otros. Se vio claramente el domingo 26 de octubre cuando Falcón, Torrealba, Ocariz, Moreno y Zambrano, únicamente armados de chaleco antitontos, concurrieron al encuentro casi decretado por El Vaticano, EEUU, la Unión Europea, OEA, Mercosur, Unasur. Y de nuevo los empantuflados locales y la guerrilla off-shore expulsan por sus bocas epítetos a cuyo tránsito corresponde otra vía de escape. El motivo del diálogo es que los factores de poder internacional no quieren que se materialice el perfume de flor de cuchillo que se respira, una fractura en el submundo de las kalashnikov, los sukhoi y las baterías antiaéreas, aunque los cabezas de ñema no lo vean.
Vivir y morir en trincheras
Ojalá se alejen definitivamente los moscardones radicales, –siempre amenaza la recaída–, que hicieron lucir en el pasado a la disidencia como una brigada de neuróticos que echaban espuma por el hocico, enfrentados a un gobierno popular. Se gana la Asamblea Nacional y regresa la majestad democrática opositora ante el mundo –nublada por humo de cauchos quemados–, que se fortalece hoy al suspender la comedia-tragedia de la marcha al Palacio de Miraflores. Se dice que el gobierno negocia para ganar tiempo y habría que preguntarse tiempo para qué, porque lo evidente es que la situación está paralizada entre la propuesta de un evasivo referéndum y su negación, una guerra de trincheras en la que no se avanza ni diez metros. Todo el mundo sabía –salvo extrañas excepciones- que una marcha así no pasa de la Plaza Venezuela y podría ser un ridículo, pero un ridículo peligroso.
Desde la película de Miller (300) sobre las Termópilas se sabe que para bloquear una vereda a cientos de miles basta un pequeño grupo de colectivos y guardias nacionales. Súmele Ud. que se trata de una masa desarmada que tendrá que pasar por la garganta de Puente Llaguno, especie de Río Aqueronte de tenebrosas reverberaciones. La primera conversación entre gobierno y opositores rescató varios presos, que de otra manera no hubieran salido, mucho menos si se instala como condición sine qua non su libertad previa para sentarse a discutir. Las fuerzas democráticas y ciertos grupos del chavismo tienen muy claro lo que buscan: el rescate de la vida constitucional y una solución electoral a la crisis. Y el gobierno masculla, en nuestra opinión, lo que probablemente sea el suyo: lograr las garantías necesarias para un eventual resquicio de escape sin desbordes de violencia ni retaliación, ni terrorismo judicial contra ellos.
Prohibido recordar
Se van las autocracias y resuena la frase del dictador Figuereido cuando la oposición lo derrotó electoralmente en Brasil: “espero que me olviden”. Lo olvidaron. Incontables casos demuestran que la generalidad de los gobiernos post-autoritarios no desataron orgías de venganza contra el ancien régimen. La Revolución Francesa enseña mucho porque vivió prácticamente todos los esquemas políticos que reaparecen hasta nuestros días. En un momento la razzia-justicia implacable que practicaba –a su ojo– el frenético y superpoderoso dios de la venganza, Robespierre, volteó todo contra él y murió “ahogado en la sangre de Dantón” (a quien había decapitado a nombre de la justicia revolucionaria). Entró a la Asamblea Nacional con una lista de “traidores” para aterrar a los diputados y los aterró tanto que los obligó a ser valientes y prácticamente salió de ahí preso y a la guillotina.
Casi todos se mataron entre sí buscando justicia, y vino Bonaparte, un militar que decretó el fin: “la revolución ha terminado”. A lo mero macho los mexicanos tuvieron que crear un partido revolucionario e institucional (¿quéjeso?) para terminar con la locura de venganza y violencia. Si la cúpula del poder piensa en el futuro con la cabeza, la agenda de discusiones debe contener subliminalmente esos precedentes y dar los pasos para iniciar la reconstrucción en paz y con la participación de todos los factores. Para llegar a un final relativamente tranquilo (pregúntenle a Daniel Ortega) debe iniciarse desde hoy una gradual baja de tensiones y la libertad de López, Ledezma y los presos políticos sería un gran comienzo. Si las conversaciones no van con una perspectiva seria hacia el futuro, tendrían un final caricaturesco y su costo, como un billete de cien, sería superior a su valor.
@CarlosRaulHer