Por: Baltazar Porras
El domingo 4 de septiembre el papa Francisco canonizará a la Madre Teresa de Calcuta y ese mismo día tendrá lugar en Roma el jubileo de la misericordia para todos los agentes pastorales que trabajan en medio de los más pobres del mundo. Mujer menuda, nacida en Albania, hecha religiosa en la India, sintió una especial vocación para servir a los más pobres entre los pobres. Su gran libro fue su propia vida, el testimonio de una existencia marcada por la alegría de aceptar que el amor a Jesús lo es todo. Las Hermanas de la Caridad de Calcuta, con su sencillo hábito blanco con franjas azules, son las continuadoras de su obra en casi todo el mundo.
Venezuela tiene el honor de haber sido la sede de la primera casa de las hermanas fuera de la India. Durante el Concilio Vaticano II, el entonces obispo de Barquisimeto, Críspulo Benítez Fonturvel, tuvo noticias de la existencia de una congregación que apenas estaba solicitando la aprobación pontificia. La sensibilidad social de Mons. Benítez fue una de las características sobresalientes del ilustre prelado margariteño. El estado Yaracuy formaba parte de la diócesis barquisimetana. Cocorote, pueblo entonces sin párroco, recibió en julio de 1965 la primera visita de la Madre Teresa con el primer grupo de hermanas que se han sembrado en aquel pintoresco pueblo que conserva viva la memoria de la fundadora que en varias ocasiones visitó a sus hermanas. La casa es considerada santuario de la Madre y conserva una serie de objetos usados por la santa durante su vida.
A las visitas anuales de la Madre Teresa a Venezuela se suma el homenaje que el presidente Luis Herrera Campins le brindó en 1980. La comida ofrecida por el primer mandatario no cambió la dieta ordinaria de la Madre, quien apenas tomó un caldo, suficiente para alimentar la enjuta humanidad de aquella mujer cuya fortaleza estaba en el amor a Dios que animaba todos sus actos. “No es lo mucho que hagas, sino el amor que le ponemos a las obras”. El día de su beatificación el papa Juan Pablo II dijo: “Con el testimonio de su vida, madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Su vida es un testimonio de la dignidad y del privilegio del servicio humilde. No solo eligió ser la última, sino también la servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres, se inclinó hacia todos los que sufrían diversas formas de pobreza”.
Su vida fue un ejemplo de entrega total. En muchas ocasiones recibió críticas de algunas personas, las cuales le recordaban ese viejo adagio que dice: “Si le das a un pobre un pez comerá un día, si le das una caña de pescar comerá todos los días”; ella con una sonrisa en su rostro les respondía: “Eso es cierto, pero los que yo cuido son tan débiles que no pueden sostener la caña de pescar”. Esta es una de las tantas anécdotas del amor inmenso que poseía la Madre Teresa.
Su canonización es oportunidad para valorar el auténtico sentido del amor a los pobres, bofetada para quienes se aprovechan de los pobres para medrar en su beneficio dejando a los pobres sumidos en la mayor de las dependencias. Buena lección para los tiempos que corren en este país. Oremos con Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”.