Por: Elías Pino Iturrieta
Tal y como van las cosas en la comarca bolivariana, uno se debería regocijar ante el desarrollo de cualquier evento electoral. Que voten en un sindicato o en un colegio profesional para elegir sus representaciones, por ejemplo, nos indicaría la existencia de postigos a través de los cuales penetra todavía un oxígeno vivificante frente a las pretensiones autoritarias del régimen. Que la gente tome posiciones enfáticas y civilizadas por una candidatura, mientras en la AN su presidente apenas permite el amago de una discusión, no deja de convertirse en aliciente para quienes se aferran a un pedazo de luz en medio de creciente oscurana. Sin embargo, no todo es edificante en este tipo de torneos que indican, en principio, la existencia de una voluntad democrática. Por desdicha, como en el caso de las elecciones todavía pendientes de la ULA que se comentará a continuación, convocan penumbras cuando deben procurar lo contrario.
Seguramente esperará el lector que solo se arremeta aquí contra los jóvenes del PSUV y de agrupaciones afines, que reaccionaron con violencia ante la derrota que conocían de antemano. Desde luego que no se pueden tener palabras cordiales para quienes disparan armas de fuego, queman papeletas y obligan a la postergación de un proceso relativo al bien común, mientras amenazan de muerte a sus compañeros y a sus profesores. Nadie en sano juicio puede contemplar con ojos apacibles esa conducta propia de delincuentes, en especial cuando mancilla el recinto universitario. No solo por lo que ellas solas expresan de degradación y barbarie, sino también porque pueden ser el anuncio de futuros extremos ante elecciones de mayor trascendencia, como serán las de diputados a la AN. Desde aquí se condenan sin vacilación por lo que significaron hace poco en Mérida y en localidades aledañas, pero también por lo que pueden pronosticar para el año entrante en materia de zozobra y miedo.
Pero la conducta de los partidos opuestos al gobierno, o por lo menos la de uno de ellos, remite a una preocupación no menos importante. Desde sus direcciones nacionales y en función de intereses sectarios, se inmiscuyeron sin respeto ni misericordia en un episodio electoral que han debido considerar con meticulosa moderación debido a las fisuras que se advierten en el seno de la oposición, y que no sugieren desenlaces capaces de remendar el capote de unas diferencias evidentes. En las elecciones universitarias han debatido los partidos desde la época de la democracia representativa sin que nadie se rasgue las vestiduras; el campus ha sido, desde la segunda mitad del siglo pasado, teatro de encuentros y desencuentros de las fuerzas políticas mediante una participación que no ha llamado al escándalo. Sin embargo, hoy la situación es diferente. La existencia de un bloque todavía compacto del oficialismo y los tumbos que han dado la MUD y sus ramificaciones, clamaban por una concertación estudiantil y por la atemperada influencia de los líderes nacionales. Varios de ellos, lamentablemente, se hicieron presentes con ostentación. En lugar de formarse, la deseada concertación se volvió lucha estéril que no promete buenos frutos en lo adelante.
Entre los numerosos detalles preocupantes que sucedieron en el primer capítulo de las elecciones de la ULA, protagonizados por un sector de dirigentes de la oposición, destacan dos por su protuberancia: el anuncio premeditado de resultados falsos, antes de que la autoridad electoral se pronunciara; y la acusación de inconfesables tratos, que no existieron ni existen, entre uno de los partidos en rivalidad y la gente del gobierno. No es una conducta como la practicada por los bachilleres del oficialismo, pero se parece bastante. No es un disparo de arma de fuego, pero deja heridas de difícil cicatrización. No es una invitación a la unidad futura, sino la manera más expedita de impedirla. El hecho de que las zancadillas no dependieran de una reacción intempestiva de un grupo de jóvenes, sino quizá de un plan tramado en Caracas, conduce a una mayor y más comprensible alarma.
De todo lo cual se deduce que son buenos y hacen falta los eventos electorales, si no se convierten en corrientes revueltas que trastornan el curso del río de mayor caudal.