Por: Laureano Márquez
La política es tan antigua como el hombre, tan esencial a su constitución, que nada menos que Aristóteles consideró que la mejor definición de hombre era la de “zoon politkon”, es decir, animal que vive en comunidad con otros animales. Comunidad viene del latín “communitas” y es mucho más que un grupo de personas viviendo juntas o en cercanía, se trata de un grupo de seres humanos unidos por valores, por reglas y principios, por ideas sobre el bueno, lo justo, en definitiva, orientada a la búsqueda de eso que suele denominarse el bien común. El bien común logra tener tanta fuerza en el seno de una verdadera comunidad, que a veces los ciudadanos perjudican su propio interés individual, en aras de este bien superior. De allí las personas que llegan incluso hasta perder la vida por su comunidad o por salvar a otros y a las que consideramos héroes. De esto último tenemos noticias recientes los venezolanos en el doloroso sacrificio de tantos jóvenes.
En su celebrado libro “De animales a dioses: breve historia de la humanidad”, el historiador israelí Yuval Noah Harari, señala que el ser humano logró constituirse en manadas mucho más numerosas que la de otros animales. Manadas complejas que fueron esenciales para la supervivencia de la especie y que se pudieron consolidar gracias a la existencia, dentro de la manada, de una narrativa compartida capaz de aglutinar a sus miembros de una forma en la que otras especies no pudieron.
Venezuela realmente no existe independientemente de nosotros. Es un concepto, un conjunto de ideas que une a una manada de seres humanos que poblamos cierto espacio territorial. Sin humanos no hay Venezuela. Las cosas existen porque las pensamos, el entendimiento constituye su objeto, que diría Kant (mal explicado, pero no importa: Kant nunca será bien explicado).
Lo más grave del tiempo que vivimos es la destrucción de la idea. De esa idea de Venezuela de la que tenemos el peor concepto sus pobladores; de la idea de bien común, que consideramos inexistente en este estado de sospecha colectiva en el que vivimos todos y en el que la palabra “traidor” tiene altísima cotización; de la idea de libertad y democracia, pervertidas hasta el punto de que en ellas se fundamenta -en un alarde de cinismo pocas veces visto en la historia universal- su propia aniquilación. La manada está en estampida, huye de la muerte. El primitivismo se instaló en nuestro destino.
Desde el régimen chavista se ha intentado destruir física, moral y espiritualmente a esa idea que solemos llamar Venezuela. Sus líderes envilecieron la vida colectiva, la colmaron de ruindad, delito, perversión, asesinato, tortura, robo, en definitiva de todo aquello que atenta en contra de la idea de comunidad. Convirtieron la política en un atraco al país entero, al atraco del antecesor se suma el linchamiento actual de los rehenes, que somos la sociedad toda, linchamiento que asume diversas modalidades. En esta lotería de desolación y muerte en que nos hemos convertido, algunos solo toman consciencia cuando la maldad toca directamente a su puerta o cuando pasan a ser de cómplices de la perversión, a víctimas del mismo monstruo que contribuyeron a crear.
Urgente es reconstruir, reelaborar, esbozar una idea de Venezuela como comunidad espiritual. Debatir los valores que la sustentan. Fundamentar esa idea del bien común que -en honor a la verdad- tenemos tan poco asumida. La idea de Venezuela debe ser creada en la cabeza de la gente, para que se concrete en el mundo real, para que se constituya como objeto de nuestra vida común. Los dos procesos son simultáneos, pero hay una precedencia lógica de la idea. Para esto es indispensable detener la destrucción. Menester es reconocer, con dolor y humildad que en este punto no hemos podido por ninguna de las vías intentadas. Sin desmerecer los logros de las luchas opositoras, menester es afinar la estrategia, comunicarla bien, diseñarla con el conocimiento documentado de que no hay freno ni ético, ni político, ni jurídico, ni moral para el poder que nos oprime.
Una nueva idea de Venezuela en su diversa complejidad es indispensable, es la única forma de vencer a la ancestral barbarie que nos rige.