Tengo muy presentes a Nicolás y Aristóbulo como actores durante la Mesa de Negociaciones facilitadas por César Gaviria y Jimmy Carter – una suerte de Ernesto Samper, salvando distancias – y que llevan a los Acuerdos de Mayo de 2003; absurdo en países donde funciona la democracia y se respeta el Estado de Derecho, porque en definitiva lo que se negocia entonces es que Hugo Chávez respete la Constitución y acepte sus mecanismos referendarios para sortear la crisis que él mismo crea para forzar su revolución marxista en Venezuela.
Veo por las redes la grabación en la que Chávez habla del revocatorio y lo elogia como suerte de novedad constitucional, obra de su pluma. Lo cierto es que, mentiroso de oficio como lo es desde muchacho – lo recuerdan sus amigos de infancia barineses – ni el elogio es cierto y su obra es un plagio. Los referendos como medios de participación democrática son parte de la reforma constitucional previa que elabora la Comisión Bicameral que preside Rafael Caldera y que los jefes políticos del “puntofijismo” se niegan a aprobar después, “para no hacerle un favor”. Y tras el elogio sólo se recuerda la conspiración del propio Chávez, quien hace anular – por el inefable TSJ – el referéndum consultivo movilizado por la oposición. Seguidamente, a regañadientes, bajo presión internacional, acepta el revocatorio, pero lo hace posponer mediante tácticas de retardo – su llamada Batalla de Santa Inés – mientras recupera su debilitada imagen pública.
Entre tanto, él y los suyos – como los causahabientes mencionados – usan de toda la fuerza de persuasión que les permite el panorama petrolero favorable. Negocian y compran voluntades en el exterior, reduciendo así la presión internacional que demanda una solución democrática a la crisis política que se destapa el 11 de abril de 2002.
Al término, la historia es más que conocida. Chávez, en posición preeminente y con mucho dinero a su disposición – condiciona su avance hacia el revocatorio. Y el Centro Carter, su aliado, hace lo necesario para moderar a la oposición – perseguida por el régimen y que expulsa hacia el exilio a los presidentes de FEDECAMARAS y la CTV – acusándola de ser germen del conflicto, por su intransigencia. Llega a Caracas un apaciguador de prestigio, William Ury, para lograr el cometido y, sobre todo, atemperar los apoyos a ésta por las televisoras.
Lo cierto es que el chavismo nunca acepta de buena gana someterse al referéndum, a ninguno y bajo ninguna hipótesis ni en sus distintas modalidades. Y al final lo “autoriza” Chávez después de hacer de su revocatorio un calvario para la oposición. Cuba – como lo reconoce éste – ordena las piezas de manos de Fidel Castro; crea la misión Identidad empujando votaciones artificiales y virtuales; y diseña estrategias para cambiar la voluntad de los electores reales a través de dádivas misioneras y amenazas no veladas a los votantes.
Es verdad que los tiempos son otros, pero Aristóbulo y el propio Nicolás tienen experiencia en cuanto a que el tiempo y las mañas todo lo resuelven. De allí su táctica de repetir ahora la que vivieran con intensidad antes. La democracia les importa un pepino y cumplir pactos no es su especialidad. No por azar, como cabe recordarlo, ambos quedan obligados desde aquél tiempo a permitir la formación de una Comisión de la Verdad que investigue la masacre de Miraflores y a ponerte freno y desarmar los colectivos violentos.
En cuanto a los últimos, una vez como se desatan del control político gubernamental bajo el gobierno actual de Maduro, sus jefes o cabecillas son pasados por las armas. Ello, a pesar de que éste, durante las negociaciones de 2002 y 2003 es considerado un “moderado”.
Durante la ejecución de los acuerdos de mayo, cabe reiterarlo, sobra la capacidad de manejo en el sector oficialista. Atrasan el referendo y lo pierden, como se sabe, pero ganan arrebatando, bajo la mirada coludida del mundo clientelar de los gobiernos extranjeros. El oro negro es lo determinante.
En la actualidad no hay petróleo menos artes en el gobierno para convencer a los pares de Maduro – en especial si la diplomacia depende de los hígados explosivos de la actual Canciller – de que les den un apoyo que retrase el referéndum. Y la hambruna, que se agrava, no le ofrece buenas perspectivas de opinión.
El asunto es que ahora, a diferencia del pasado, queda sobre la mesa el verdadero problema que nos empuja a este ominoso presente y no quiso resolverse en 2003, a saber, el choque entre dos narrativas antagónicas e irreconciliables, una totalitaria – hoy aderezada con elementos criminales – y otra democrática. El tiempo del fingimiento está agotado. Bien lo saben la propia OEA y hasta el Centro Carter, cuyo espacio lo ocupa el tortuoso secretario de la UNASUR.
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