Por: Elías Pino Iturrieta
No es hora de magnificaciones. Abundan las hipérboles en los hechos y en los análisis, en las frustraciones y en las impaciencias, para que nos pongamos ahora a calcular con exceso el significado de la decisión tomada por la MUD de alejarse del diálogo con el régimen. No es hora de aumentar la estatura de los hechos, pues tienen suficiente envergadura para que salten solos a la vista, pero la reciente conducta de la MUD es de indiscutible trascendencia.
Pese a las críticas generadas por la decisión de compartir una mesa de trabajo con gente del gobierno, los voceros de la oposición se convirtieron en los primeros interlocutores capaces de presentar las quejas colectivas ante quienes las habían provocado, y los iniciadores de un conjunto de propuestas de las cuales podía surgir, si no un desenlace definitivo de los problemas que conmueven a la sociedad, la alternativa de lenitivos que aliviaran la suerte de quienes más han sufrido debido a la persistencia de una manera inclemente de gobernar. Pese a los reproches relacionados con la representatividad de quienes se aventuraron a hablar en los salones de Miraflores, hicieron posible el portento de que no se escuchara solamente un sonido monocorde en los espacios del poder supremo, sino también los reproches de la base de la sociedad sobre los cuales poco o nada se había hablado sin subterfugios y que habían desatendido de manera olímpica los poderes públicos, hasta el extremo de provocar las convulsiones recientes. Pese a que luchaban contra una sordera de quince años, hicieron que, aunque fuese por un rato, el autoritarismo se quitara las orejeras. Pese a que los señores sentados en la otra orilla de la mesa han sobreestimado la altura de su liderazgo, lograron que nadie los viera como unos pigmeos sino, al contrario, como pares en el oficio de la política. Pese a que se habló de trapisondas ocultas en el rincón de las conferencias, nadie ha sabido de acuerdos oscuros entre quienes se han visto las caras tan de cerca.
¿Esperaba la MUD que el ciego viera, que la arrogancia se cambiara por humildad, que la intolerancia se volviera comprensión, que el autoritarismo dejara de ser autoritario? Los dirigentes de la oposición echaron los dientes en los asuntos de la república. No albergaban dudas sobre las resistencias comprobadas y las renuencias ancestrales del adversario. Sabían que no era asunto de cortar y coser. Era la primera vez que un rey bolivariano y su corte bajaban del sagrado solio, escena capaz de provocar justificadas cautelas y desesperanzas que no podían escapar de la consideración de quienes los obligaban a un incómodo descendimiento. Pero se decidieron a hacer el trabajo. También sentían de cerca las voces exigentes de quienes prefieren un desenlace brusco e inmediato, y las puyas de otros dirigentes de la oposición a quienes gusta el juego con cartas más relancinas, pero se decidieron a hacer el trabajo.
¿Para qué? ¿Para perder el tiempo? ¿Para buscar el aplauso de los tendidos? Han dejado desnudo al monarca y a su séquito, hasta el extremo de obligarlos a buscar una tapadera urgente para sus vergüenzas. Han hecho las suertes esenciales para esperar la respuesta encastada que no llega. Se han retirado con dignidad de la plaza, sin trofeos en la mano pero con la demostración de un compromiso serio con el público y con lo que ellos mismos significan como hechuras de las organizaciones políticas del período democrático y de tiempos más cercanos. Si ya los estudiantes habían corrido y siguen corriendo con valentía los encierros de la bestia, ellos la han dejado cerca del volapié si no busca el abrigo de los chiqueros. Han arriesgado el pellejo sabiendo de la existencia de enemigos íntimos que no quieren al gobierno, pero que tampoco se jugarían la vida por ellos saliendo del burladero, pero hicieron la parte básica del trasteo ante los ojos de las galerías repletas. En tiempo de mojigangas y becerradas, no ha sido trivial la faena que han realizado. Ojalá retorne la MUD al coso, después de que el interlocutor rectifique y se anime a ofrecer un espectáculo digno de una afición enterada y exigente. Ya aparté mi abono en palco de sol.
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