Sin complejos copio el título de la obra del militante ecologista de izquierda, español, Ramón Fernández Durán (1947-2011), para referirme a la realidad venezolana.
Si bien una parte importante del militantismo izquierdista global es cómplice, tanto como los gobiernos de derecha que nos miran desde una óptica utilitaria, de nuestra tragedia, el diagnóstico inicial sobre la actual explosión del desorden lo hace la izquierda y es muy certero. Lo malo es que luego lo usan para alimentar, sobre tal explosión y el desarraigo o desencanto con la ciudadanía democrática, mitos, providencialismos y, al término, imponer la dictadura mediante el consenso de sus víctimas.
Lo que intento decir es que Venezuela, en 1998 y al igual que hoy, es un rompecabezas. Las ataduras ciudadanas dentro del Estado desaparecen y el sentido de la territorialidad política y partidaria hace aguas, desde el mismo momento en el que se derrumba la Cortina de Hierro y sobreviene la globalización de las comunicaciones.
Aquí y en otras latitudes emerge la desarticulación social y las sociedades pierden su direccionalidad común atrapadas por lo virtual y la velocidad de vértigo que es propia del mundo digital, y hecho inevitable como el nacimiento de la imprenta.
Los ex ciudadanos, huérfanos y ajenos a las cárceles de ciudadanía que son sus Estados y gobiernos, o bien se hacen “millenials” para mirarse en el ombligo a través de las redes sociales y en sus móviles, o acaso regresan hacia atrás en búsqueda de identidades primitivas sustitutas. Se integran en cavernas o nichos sociales fundamentalistas y excluyentes, negadas a la otredad democrática y aprovisionadas por inflados derechos a la diferencia, como las ambientalistas, feministas, indigenistas, afrodescendientes, LGBT, esotéricas, alternativas, de descamisados, y paremos de contar.
Durante el período de simulación democrática que cubre Hugo Chávez (1999-2012) tal realidad se profundiza, pero queda oculta, sin solución constitucional adecuada. Ello por la preeminencia del carisma articulador que éste despliega – une el desorden social a su alrededor – y por la simulación que impone de un Estado de bienestar históricamente agotado, apalancándolo sobre la bonanza petrolera asistencialista.
La oposición democrática, entre tanto, desvencijada por provenir del andamiaje partidario que le sirve de correa a la caja de huesos y sin músculos que es el Estado-Institución a partir de los años ‘90, se reagrupa individual y paulatinamente. En buena lid moviliza voluntades con eficacia y las armoniza, montada sobre un riel binario en el que combina la dialéctica propia de la organización pública democrática ortodoxa declinante con la urgencia de contener y darle salida a la anomia en curso, que el mismo Chávez usa para afirmar su dictadura marxista electiva.
Durante los años 2002 a 2004, la oposición al régimen militarista y marxista de Chávez, que cuenta con una legitimidad de origen democrático mientras vacía a la democracia de su contenido, alcanza interpretar al país invertebrado y apartidista. Lo refleja sin tapujos en la forja de la célebre y luego denostada Coordinadora Democrática (CD).
¡Que el contenido político de los Acuerdos de Mayo logrados por ésta con la mediación de la OEA y el Centro Carter no haya sido respetado por el gobierno, salvo en lo electoral, o que la oposición no hubiese alcanzado su objetivo de revocarle el mandato al presidente, no desvirtúa la premisa ni la idoneidad de su mecanismo de representación!
El contexto geopolítico internacional es otro e indiferente a la heterodoxia de Chávez, dado el poder factual que le confiere su manejo a discreción de la industria petrolera y la misma relatividad que muestra la experiencia democrática en la región.
Pero muerto Chávez y pasado el tiempo de las vacas gordas, llegados sus causahabientes, incluso herederos del narco-estado que aquél forja a partir de 1999, la verdad aflora con mayor crudeza y es neta la explosión del desorden.
El colegiado dictatorial venezolano es consciente de lo improrrogable del engaño democrático. Maduro casi pierde o pierde su elección presidencial, pero se queda en Miraflores sin pueblo, menguante, bajo los cuidados de un Tribunal Supremo a su servicio. Y ese pueblo de hilachas, otra vez, durante las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, lo aísla más, a él y a sus conmilitones.
En contrapartida, si bien la nueva fórmula orgánica unitaria de la oposición – la Mesa de la Unidad Democrática – se ve favorecida, la razón de ello salta a la vista. Es la frustración, la indignación, la hambruna, la desnudez del engaño revolucionario, pero no la adhesión a los partidos que dominan dentro de aquélla o a las cosmovisiones inexistentes dentro éstos, simples franquicias electorales, como tampoco a la MUD por su falta de representatividad.
El colegiado gubernamental dispone en lo inmediato de fuerza de violencia para sostenerse, tanto como intenta articular al rompecabezas venezolano con base a las dádivas de unos CLAP de utilería que no engañan. Mas la Asamblea y la MUD, debo decirlo en tono constructivo, giran sobre el eje de una dinámica política formal que es mera ficción, extraña a lo objetivo.
En suma, golpeándonos la explosión del desorden y presa Venezuela de las urgencias y en lucha vital por su sobrevivencia, de nada le sirve ahora la dramatización teatral democrática. Sólo quien mire al rompecabezas en su conjunto podrá mover y armar sus piezas, y podrá salvar a nuestro pueblo de las garras de un narco-estado ante el que nadie es inmune, y que se alimenta de la selva de los egoísmos sociales y de la tolerancia moral de los políticos para reinar en paz. No hay espacio para los narcisistas.
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