Al primo ROC y su densa investigación,
arrojada a la “crítica roedora de los ratones”.
El término “fusión” se emplea en las ciencias físico-naturales para definir la modificación del estado fenoménico de la materia, cuando una sustancia sólida se hace líquida. En tales casos, ‘se pasa’ -hay, en efecto, un pasaje- desde un determinado estado a otro, como consecuencia de la presencia de un factor externo, pero determinante, que interviene directamente en la modificación de dicha sustancia, es decir, en su ‘proceso de cambio’. Se trata del llamado ‘punto’ o ‘temperatura de fusión’. Comprobar que un trozo de hielo se ha fusionado al agua es, pues, el resultado de la acción del punto de fusión que lo ha hecho venir de sólido en líquido. Así, de dos metales, digamos, el cobre y el estaño, que han sido sometidos al ‘punto de fusión’ adecuado, se obtiene el bronce. Hasta aquí el uso de dicho término en su sentido convencional, es decir, en el ámbito de las ciencias de la naturaleza. Porque conviene advertir que de él existe no sólo un uso técnico-científico sino, además, un uso metafórico, literario o socio-cultural, como es el caso del que se emplea cuando se habla del ‘jazz-fussion’. Y claro que también, como hay un uso, hay un abuso: es el que se ha hecho en el ámbito de la praxis política.
En la jerga política grata al izquierdismo, ya desde los tempranos años sesenta del pasado siglo, era habitual invocar la idea de una ‘alianza cívico-militar’ como alternativa viable frente al ‘statu quo’ de los partidos políticos que, por entonces, agrupados en el llamado ‘Pacto de Punto Fijo’, habían logrado consolidar la institucionalidad del país, enrumbándolo por el camino de la democracia representativa. Acababa de ser depuesta la Dictadura de Pérez Jiménez; pero el militarismo se resistía a la derrota. Desde aquellos años, los sectores más atrasados de la Izquierda criolla -por cierto, siempre vinculados con la Cuba de los Castro- buscaron, una y otra vez, establecer la ‘alianza’ que lograra dar el zarpazo a la democracia y hacerse del poder del Estado, sin lograrlo. La historia de los reiterados fracasos, de las sucesivas derrotas de aquellas intentonas, terminó forjando el carácter resentido, acomplejado y mediocre que tipifica a muchos de aquellos supuestos ‘comandantes’ y ‘dirigentes’ de la llamada ‘Izquierda borbónica’ nacional, hasta devenir los fascistas de hoy. No obstante, y finalmente, alguien dió con ‘la fórmula’ correcta para liquidar la democracia. Había faltado el ‘punto de fusión’ adecuado.
Es bien conocida por los estudiosos del proceso político venezolano la larga entrevista que le hiciera Blanco Muñoz a Chávez –Habla el Comandante-. En ella, y ante la pregunta acerca de la necesidad de insistir en la conformación de una alianza cívico-militar, el golpista le responde al entrevistador que esa idea debe sustituirse por la de la ‘fusión cívico-militar’. Más allá de las metáforas, se trataba no de la vieja alianza, siempre fracasada. Tampoco se trataba de una unión propiamente dicha, porque el modo militar de entender la unidad no es, en sentido estricto, ni lógica ni ontológicamente comprehensiva. Es, más bien, militar, porque se sustenta en la coerción y no en el consenso. En una expresión, el modo militar de concebir la unidad sólo puede ser la fusión, mediante la cual lo civil y lo militar, sometidos a los rigores del ‘punto de fusión’ -en este caso, al ‘proceso de cambio’-, se obtiene un nuevo elemento, un nuevo ‘metal’, un “hombre (o mujer) nuevo (o nueva)”: un ‘civil’ que recibe órdenes, al que se le ordena marchar con su fusil, rodilla en tierra, capaz de soportar, incluso, hasta lo más insoportable, como, por ejemplo, las arengas de un gris sargentón -un gorilita- que amenaza a la ‘tropa’ con su mazo de Trucutú.
De la ‘fusión’ obtenida -¡oh, hazaña!- al hombre y la mujer “nuevo” y “nueva” -esos que son capaces de resistir pacientemente, hora tras hora bajo el inclemente sol, interminables colas para poder obtener una bolsa con un paquete de harina precocida, un kilogramo de arroz, un pote de aceite y un rollo de papel higiénico-, sólo hay un paso. Es el “hombre (u “hombra”) nuevo”. Es todo un “hijo de Chávez”, que no le alcanza el sueldo, pero no le importa; que no tiene tiempo para trabajar, porque tiene que hacer las colas para poder llevar ‘algo’ al hogar; que no tiene medicinas, ni agua ni luz, ni hospitales, ni seguridad personal, pero no se queja, porque ha entendido muy bien que, entre “el niño”, “la iguana” y “la guerra económica”, el “Imperio” y sus “lacayos”, están conspirando para dar un “golpe” y derrocar esta alegría, este ‘mar de felicidad’, al frente del cual se encuentra “el Gran Timonel”, el “Presidente obrero”. Sólo queda ponerse el uniforme kaki, armarse con palos de escoba y, mientras se acercan los enemigos de “la patria grande”, bailar “el trencito”, como si fuera la última “hora loca”. Sin pretender apresurar conclusiones, se podría llegar a decir que de tal ‘fusión cívico-militar’ se obtiene un nuevo elemento que, sin embargo, se parece mucho al lumpanato, al que Marx no identificaba, precisamente, ni con el progreso ni con la riqueza ni con la justicia social. Dicho de otro modo la tal ‘fusión’ fue, desde el inicio, un fraude, una estafa.
Polis es un término griego. Su raíz es “muchos” y su ejercicio cotidiano es la polémica. De hecho, Polis era la ciudad, el espacio de los muchos, de la diferencia. La ciudad y la política son, pues, la acción de los muchos, su re-unión en la diversidad. Con la eliminación de las diferencias -lo que equivale a decir: con la ‘fusión cívico-militar’-, desaparece la Polis y aparece el cuartel. Toda fusión totalitaria es la negación abstracta de lo político, que es, como bien dice Aristóteles, la naturaleza íntima, genuina de los hombres. La unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad, representada por la política desde la creación misma de la Polis, es la garantía real del libre ejercicio de la polémica, del debate. Una sociedad obediente, sin discusión, incapaz de debate, sin pensamientos, no es una sociedad. Podrá ser la residencia del fusionado “hombre nuevo”, pero no el hogar del ‘Zoon Politikón’, del humano como tal, de los hombres -y mujeres- propiamente dichos.