Por: José Rafael Herrera
Como se sabe, la acción de “saquear” consiste, literalmente, en “cargar sacos” y, por supuesto, una vez cargados, llevárselos. En la práctica cotidiana, se trata, más específicamente, de la apropiación ilegítima -y moralmente indebida- de ‘cosas’ u ‘objetos’ ajenos, que no le pertenecen a quien “carga” los “sacos”, lo que generalmente se lleva a efecto de manera indiscriminada y por la fuerza, es decir, haciendo uso de medios violentos, a fin de dar cumplimiento al cometido. Se trata, pues, de un asalto.
En todo caso, conviene advertir que la distinción entre cosas y objetos no se hace por mera retórica. Las cosas (Ding) son entidades materiales, naturales o artificiales, percibidas o intuidas de un modo inmediato. Los objetos (Objekt) son, en cambio, el resultado de la elaboración -de la mediación- del pensamiento: son “el término del pensamiento” (Gegenstand), su resultado, como decía Marx en las Tesis sobre Feuerbach. Desde el punto de vista epistémico, representan, en consecuencia, grados distintos del saber. De hecho, se pueden saquear cosas, como una mina de diamantes, un almacén de calzados, un camión de pollos, una tienda de electro-domésticos, etc.; pero también se pueden saquear objetos, como los heraldos públicos, el patrimonio espiritual de una Nación, los recursos del Estado o las riquezas de la República. Un camión de pollos puede ser fácilmente percibido, pero, que se sepa, nadie puede percibir –por lo menos no a primera vista– los heraldos públicos rodando por una autopista, aunque estos tengan un grado de mayor concreción que el camión de pollos. Y sin embargo, en ambos casos, la acción de saquear tiene el mismo móvil, por más que sus proporciones sean cuantitativa y cualitativamente distintas.
Al igual que la de otros continentes, la historia de la América Latina se resume en la historia de sus saqueos. No fueron pocas las tripulaciones de conquistadores que cruzaban el Atlántico con la esperanza de regresar a casa con unos cuantos sacos, cargados de oro o de piedras preciosas. La piratería se transformó rápidamente, en todo el Caribe, en una próspera industria. Muchos otros, en cambio, se quedaban, pero no precisamente en virtud del “día acción de gracia’, sino para disponer directamente de los recursos de la ‘generosa’ tierra, aunque siempre acariciando la esperanza de que, en cualquier momento, y después de amasar una considerable fortuna, volverían a casa, con “sus” cuantiosos recursos. A partir de entonces, se fue extendiendo el saqueo como un modo de ser y de pensar, una auténtica doctrina que se fue imponiendo entre las más diversas clases sociales, incluyendo la de los más desposeídos. Criollos, mestizos, pardos, quienes, a pesar de que no tenían ni hogar ni lugar en el viejo continente, se imaginaban los beneficios del saqueo y las posibilidades de hacerse espacio entre las gentes con recursos. Era, en fin, el modo de “salir de abajo” rápido y sin mayores esfuerzos. Era la forma “correcta”, “adecuada” y, en todo caso, conveniente, de asumir la vida social y ascender en ella. Una nueva forma de concebir la realidad, una nueva ideología, había surgido. Los ciclos viquianos de la historia latinoamericana –sus ‘corsi’ e ‘ricorsi’– parecieran estar o aislados o demasiado juntos. La figura de Boves transformada en prototipo, en el Ulises del Nuevo Mundo. He ahí el verdadero origen de “el legado”. Prácticamente, todo el siglo diecinueve y la primera parte del veinte dan cuenta de las miserias de quienes concibieron el poder político como una forma de obtener, como dice Spinoza, “riquezas, honores y sensualidad”, a partir de la puesta en práctica de las formas básicas saqueadoras.
A mediados de los años sesenta, la ideología del saqueo se vistió con los ropajes izquierdistas. El modo más eficiente de generar terror entre la población y, a la vez, “riqueza” fácil entre los desposeídos consistía en saquear un supermercado, un transporte de alimentos o un almacén de lo que fuese. Había que “castigar” a los “propietarios”. Un panadero o el dueño de un mercado de víveres o de una quincalla eran los “burgueses”, los dueños del capital, es decir, los “enemigos de clase”, los “pelucones” de entonces. La Kritik de Marx reducida al triste lumpanato. La “heroica” generación de los ochenta –llamada por el difunto Chirinos “la generación boba”– se vistió de Boves, no de Marx, aunque en nombre de éste último. Así, todos los jueves, en la plaza de Las Tres Gracias, “religiosamente” –lo cual es parte sustantiva de su conducta fanática y dogmática– “asaltaban” un camión de alimentos, ropa, calzado, o sea, de cosas y lo conducían hasta la zona conocida como “Tierra de Nadie”, dentro del campus de la UCV, donde iniciaban el ritual de “cargar los sacos”. Para Empédocles, filósofo de la antigüedad clásica, el principio de todas las cosas era como un árbol de cuatro raíces. Galáctico, el “iluminado”, las redujo a tres. Cuestiones de practicidad. Una de esas raíces recoge en sus entrañas la tradición del saqueo.
La gente crece, deja las capuchas, toma “el cielo por asalto”, cambia sus gustos y, finalmente, se hace decrépita. Los autobuses de circunvalación se transforman en raudos aviones “chupa dólares”. La doctrina del saqueo se hizo grande, madura. “Lo mejor de la burguesía -decía Vladimir Ilich Uliánov- son sus mujeres y sus vinos”. Y sólo entonces ocurre la ‘magia’ de la transmutación: se pasa del empírico saqueo de cosas al ontológico saqueo de objetos. De la reminiscencia de la España imperial a Miami. La doctrina ha dado sus frutos, se ha hecho literalmente efectiva. No se puede realizar una doctrina sin superarla. Atrás quedaron los camiones cargados de spaghetti “equitativamente” repartidos. La “lucha”, ahora, el nuevo “objetivo militar”, consiste en saquear la idea de producción misma y la riqueza como tal, en sí misma, hasta hacerla polvo, cenizas, y, con ella, incinerar la historia, la economía, la justicia, la institucionalidad, la educación y la civilidad. Asaltar la diferencia, expoliar y liquidar la libertad y la paz. Se trata, en suma, de saquear el Espíritu mismo de la nación, su dignidad, hasta verla morder el polvo. Es la gran molotov, una hiperbólica, de carácter trascendental.
Hoy es hábito el saqueo. Es doctrina realizada. El nuevo oligopolio controla la oferta y la demanda. Desde sus más incipientes formas hasta las más sofisticadas. Hasta no hace mucho, se “rasparon” las tarjetas de crédito hasta que ya no se pudo. El “dakaso” fue un momento de antología patriótica. Ahora se “bachaquea” con artículos de primera necesidad. Las formas del saqueo han llegado al paroxismo. Ya no hay riqueza, ni quedan recursos suficientes para seguir cargando sacos. El saco de la Nación está roto. Y ha llegado el momento de las decisiones. Mejor crear riqueza. Mejor reiniciar el ciclo. Un nuevo e inevitable ‘corso storico’ se avecina. Por una vez, conviene estar del ‘lado correcto de la historia’.
@jrherreraucv