Por: Elías Pino Iturrieta
La elección de gobernadores obedece a una iniciativa gubernamental. Después de negarse a realizar las votaciones para el ámbito regional en el plazo que legalmente correspondía, de pronto nos invita a hacer cola. No tomó la decisión por los reclamos de la oposición, que desatendió de forma olímpica cuando los formuló a través de múltiples canales y en todos los tonos posibles. No respondió a las multitudes que llenaban las calles, debido a que solo consideró su existencia para reprimirlas hasta el extremo de asesinar a más de un centenar de jóvenes que las animaban. Sin embargo, cuando nadie lo esperaba, la dictadura ordenó a sus mucamas del CNE que nos dieran la licencia de sufragar en los estados. Solo la candidez puede explicar la maroma como producto del apego a la legalidad, asunto que jamás ha importado a los “revolucionarios”, o como el advenimiento de una sensatez con la cual jamás han fraternizado. Deben existir otros motivos, sobre los que se hará de seguidas una aproximación.
La clave de la condescendencia se encuentra en la apuesta realizada para la creación de una constituyente espuria. Acorralada por el rechazo de la sociedad y por la influencia de los diputados de la oposición en el desarrollo de una cadena de vibrantes protestas, la dictadura quiso fabricar un reducto ilegal para resguardarse de la realidad y logró el cometido. No encontró valladares insuperables, sino todo lo contrario. La oposición careció de fuerzas para evitar el atropello de un engendro ilícito, o no quiso encontrarlas. La sociedad presenció unas elecciones sin fundamento constitucional ni presencia de electores, porque no pudo detenerlas. Ni siquiera se ocupó de ventilar cabalmente el engaño que caracterizó la mascarada. A la Asamblea Nacional no le quedó más remedio que convivir con el adefesio, pese a lo que tiene de monstruosidad. Fueron fulminantes las reacciones de las democracias de América Latina y Europa ante el desafuero de un parlamento forajido, si las comparamos con las aguadas conductas de los líderes de la oposición y de los partidos que representan.
Según esperaba la dictadura, que para eso cuenta con laboratorios de última generación, las actitudes de la dirigencia produjeron desencanto en las mayorías de la sociedad, cuyos integrantes sentían que el fuelle de las protestas de la víspera bastaba para adelantar pasos prometedores hacia la democracia. Como sucedió exactamente lo contrario, como el gozo se fue al pozo en cuestión de semanas para que Maduro echara con confianza los dados de la constituyente, por fin tenemos permiso para ejercer un derecho que se nos había negado. El dictador aprovecha las vacilaciones del adversario, mientras se maquilla de demócrata ante la mirada foránea, en una operación de parapeteo de la cual espera salir de la precariedad en la cual se encuentra. Seguramente no aspira al triunfo arrollador que le niega su pésimo gobierno, pero puede sobrevivir sin el ahogo de sus horas más oscuras.
Cuenta con la aceleración que le ha dado al proceso para que apenas se organicen los opositores, con los pleitos de los partidos durante el desarrollo de las elecciones primarias, algunos realmente grotescos; con unas nominaciones que seguramente carecerán de aprobación entusiasta debido a la medianía de muchos candidatos, con la servidumbre de las mentadas fámulas del departamento electoral y con la apatía que se ha apoderado de grandes masas de electores. Maduro quiere salvar los muebles que están al borde del incendio y en ese trance se mueve con las pocas fuerzas que le quedan. Ve en las elecciones regionales un bombona de oxígeno obsequiada por los que van a competir con sus menguados ánimos dentro de un mes escaso.
Pero los líderes de la oposición no lo refrescaron a propósito, en un empeño colaboracionista. Las cosas se les fueron yendo de las manos hasta meterse en los apuros de la actualidad, que no son el prólogo de una derrota sino la obligación de volver a la ruta triunfal. Si hasta hace poco fue su obra un vínculo eficaz con la ciudadanía, el mapa espera el retorno del itinerario mientras la dictadura subsiste gracias a una respiración artificial. Con un adversario cuya potencia es solo de fachada, treinta días han de bastar para poner las cosas en su sitio.