Por: José Rafael Herrera
Fue el filósofo y sociólogo alemán Axel Honneth, actual director de la ya legendaria Escuela de Frankfurt y presidente de la Asociación Internacional Hegel, quien durante los últimos años pusiera de relieve la crucial importancia del concepto heideggeriano de “la cura” (Die Sorge) para la comprensión de la cada vez más acentuada pérdida del reconocimiento recíproco que se manifiesta en la sociedad contemporánea. Esa pérdida de reconocimiento se traduce, en términos objetivos, en el “extrañamiento” que parece imponerse con cada vez mayor densidad e intensidad en el presente. Extrañamiento o ‘cosificación’ quiere decir asumir un comportamiento simplemente observador, es decir, pasivo, desde cuya perspectiva tanto el mundo social como el natural, se presuponen, deben ser concebidos de un modo indolente, tal y como si se tratara de simples cosas, absolutamente ajenas y desechables.
La cosificación -el extrañamiento como tal- impide reaccionar libre y adecuadamente frente al sentimiento, atrapa al sujeto en su perspectiva estrecha, limitada del mundo e impide conocer lo que no está prescrito. No permite ver, es decir, no permite sentir, que también en el gesto, en la simplicidad de la expresión facial o en el simple movimiento puede manifestarse todo un mundo de posibilidades por descifrar. El extrañamiento es ciego al contenido mental, es ciego intelectualmente, pero, además, es ciego ante el profundo “contento” afectivo del saber.
Siguiendo a Spinoza, Hegel y Marx, Honneth advierte que se trata de una praxis social distorsionada como consecuencia de la pérdida cada vez mayor de la participación activa y el compromiso existencial de quienes conforman la actual sociedad mundial en todas sus instancias y cuyos fundamentos se sustentan en el triunfo del “conocimiento de oídas” y del “conocimiento por inferencias” -como los llama Spinoza- o en la mera “certeza sensible” y la “reflexión del entendimiento”, descritas por Hegel. El mero prejuicio, la suposición de un mundo que no “se hace”, que no se construye, sino que se haya ‘naturalmente’ ahí, a la mano, dispuesto, es, pues, la razón de fondo que oprime al sujeto, de tal modo que termina por convertirlo en cosa.
“La filosofía moderna -advierte Honneth- se ha topado siempre con antinomias irresolubles porque, debido a su arraigo en la cultura cotidiana reificada, ha quedado atrapada en el esquema de oposición entre sujeto y objeto”. Y en esto Honneth sorprende a Heidegger en las cercanías con Spinoza, Hegel y Marx. En efecto, el autor de Ser y tiempo está convencido de que el primado de una posición pasiva y neutral de la realidad responde a una forma de ceguera, un velo que recubre la mirada de quien percibe lo real, que ha impedido dar una respuesta adecuada a la auténtica estructura de la existencia humana. Estamos tan pendientes de dominar la realidad que ella se nos presenta como un campo de beneficios e intereses infinitos, que no ameritan más que la forma de su “empoderamiento” y consecuente dominio despótico, con ausencia del interés existencial.
El lenguaje impuesto sobre el mundo por la cultura del extrañamiento no ha hecho más que deformar el modo como miramos la vida. Es necesario, en consecuencia, ‘develar’ la forma actual de concebirla, promover “la cura”, ir más allá del cómo y adentrarnos en el por qué, a los fines de garantizar un nuevo modo de relacionarse con los otros y con la objetividad del mundo. Todo lo cual implica, incluso, un nuevo modo de pensar y de designar. En síntesis, un nuevo modo de ser, de pensar y de actuar, no motivado por los prejuicios ni por las preconcepciones, capaz de superar ‘los rumores del día’ y abocarse a la construcción de una sociedad de interacción efectiva y de crecimiento compartido, justo, equitativo y para el real beneficio de todos.
Recomponer las relaciones del conocimiento, aplicar “la cura” heideggeriana, tiene implicaciones que trascienden el esquema cognoscitivo. No se trata sólo de una nueva concepción que dé cuenta de las relaciones teoréticas, de un nuevo modo de percibir la vida. Se trata, al mismo tiempo, de una nueva forma de concebir las relaciones sociales y materiales con implicaciones prácticas. Se trata, en consecuencia, de una nueva forma de comprensión que es, a la vez, una nueva forma de pensar, de hablar y de actuar. Una forma no despótica, no barbárica. Una formación cultural integral, para el enriquecimiento de los valores auténticamente participativos y democráticos, solidarios y tolerantes.No es posible desmontar el andamiaje de las autocracias con los mismos instrumentos de interpretación que se pretenden superar. La construcción de una sociedad productiva, justa, sana, pacífica y, por supuesto, con bases efectivamente democráticas, pasa por la necesidad de impulsar una educación orgánica, integral, capaz de enfrentar los riesgos y las adversidades, a objeto de generar una profunda transformación social y natural, una verdadera vida en y para la razón y la libertad. El velo que recubre los ojos de sujetos devenidos cosas debe y tiene que ser objeto de “la cura”, si es que se quiere cambiar el actual estado de las cosas. Mucho, al parecer, queda aún por aprender de la llamada Teoría Crítica de la Sociedad.Las ruindades no tienen su origen en una visión abstracta de la naturaleza humana. No es la anatomía del primate la que permite explicar al hombre sino, como afirmaba Marx, más bien es la anatomía del hombre la que permite explicar la del primate. La libertad no es un don divino, sino una divina conquista, el resultado del supremo esfuerzo de la inteligencia develada.
Los hombres se hacen ruines porque han sido educados para la ruindad. Pero esos mismos hombres pueden educarse para dejar de ser ruines y repetir, con Shakespeare: “Cuanto más te doy, más tengo”.