Publicado en ALnavío
Por: Pedro Benítez
A un mes de su cuestionada elección, la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) en Venezuela no ha discutido ni un solo título, artículo o propuesta para una nueva Constitución. Se supone que una Constituyente se elige para eso. Muy por el contrario, en línea con la actitud de Nicolás Maduro desde que llegó al poder, se ha dedicado a atacar y perseguir a la oposición y no a los problemas del país.
Acumular más poder y anular a los adversarios. Ese ha sido desde el principio de auténtico propósito.
Esa es la lógica política que el chavismo ha impuesto a Venezuela desde hace 18 años. Lógica según la cual, el origen de todos los problemas nacionales tiene que ver siempre con tres enemigos: el enemigo anterior (los gobiernos del pasado), el enemigo exterior (el imperialismo de Estados Unidos) y el enemigo interior (los opositores y críticos). Todos coaligados conspirando permanentemente para sabotear el proyecto revolucionario que tiene que estar en guerra permanente para sobrevivir.
En los discursos y decisiones de la ANC predominan conceptos tales como “traición a la patria”, “enemigos del pueblo” y “crímenes de odio”. En ellos el oficialismo refleja su insaciable apetito por la revancha.
La ANC ha reemplazado al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) como el instrumento usado para seguir bloqueando y hostigando a la Asamblea Nacional (AN), de mayoría opositora.
Pese a sus anuncios y promesas, no ha tomado ninguna decisión de carácter económico; precisamente cuando es esta área donde el país está en emergencia, reconocido esto incluso por el propio Gobierno. Sólo ha dirigido sus acciones a redoblar la persecución contra la oposición.
Algún constituyentista (sic) que se presenta como representante de los sectores empresariales (cercanos al régimen, por supuesto) ha visto ahogadas sus apelaciones a favor del respeto por la inversión y la propiedad privada por la encendida retórica revolucionaria anticapitalista que predomina en la Asamblea Constituyente.
Todo dibuja un cuadro en el cual se ha puesto de manifiesto la alarmante incapacidad del chavismo para autocorregirse.
La respuesta a los problemas del país es más radicalización política. Tanto en las palabras como en los hechos. Esto no es nuevo. Fue el desplome económico de los años 2014-2015 lo que pavimentó el camino al contundente triunfo de la coalición opositora en las elecciones parlamentarias de ese último año. Detrás de la derrota oficial estuvo la economía.
Sin embargo, la respuesta del alto gobierno fue ignorar el resultado de esos comicios por medio de los hechos, usando el TSJ para anular desde sus inicios a la Asamblea Nacional de mayoría opositora y llevando así al país a una nueva etapa de conflictividad política. Esa fue la manera que usó Maduro para desconocer los resultados políticos de la crisis económica y social que le explotó en las manos.
A continuación, no hubo el más mínimo intento por parte de Maduro de corregir el rumbo económico. Más radicalización en esa área y más autoritarismo en lo político han llevado a Venezuela a extender y agudizar su crisis por dos años más. El resultado: 100 días de masivas protestas de calle. Y la respuesta gubernamental a esas protestas: mayores niveles de represión y la Asamblea Constituyente.
Ese es el círculo vicioso en el que ha caído el chavismo y que se repite en la Constituyente.
Una promesa repetida por la propaganda oficial es que la ANC ha traído la paz. Hasta ahora sólo ha alimentado la olla de los conflictos. Avanza sobre la aparente debilidad de la oposición para defenderse.
Balance negativo
No obstante, es en el plano internacional donde resalta, la que probablemente sea su mayor debilidad, su fracaso. A la Constituyente le ha sido imposible obtener algún tipo de legitimidad allende las fronteras de Venezuela. Por el contrario, ha vestido al régimen de Maduro con la mácula de la dictadura abierta.
Y es aquí donde la Asamblea Nacional que preside el diputado Julio Borges ha resistido (hasta ahora) la embestida. La ANC no la ha podido reemplazar en una respuesta crítica contra el gobierno de Maduro. En ese punto la oposición lo tiene en jaque estratégico.
De modo que en la práctica el balance de la Constituyente es negativo, incluso para los fines mismos por los cuales la convocó Maduro. No digamos ya para el maltrecho país.
Sólo ha reiterado algo ya sabido por los venezolanos, pero que el mundo empieza a comprender: la incapacidad estructural del chavismo para corregirse.