La Constitución y el chuzo constituyente – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Por siglos muchos conflictos políticos de Occidente se metían en agua fría por la vía de matrimonios arreglados. La estrategia funcionaba; cualquier investigación somera de la casas reales europeas da como resultado un imbricado tejido de parentescos entre monarcas y sus sucesores y familias. Lo mismo se hacía para obtener poder en una sociedad. Los ricos sin alcurnia agenciaban cónyuges para sus descendientes de modo de obtener la posibilidad de colocarse en posiciones que les permitieran tener votos en consejos y parlamentos, dado que esos matrimonios permitían acceder a títulos nobiliarios directamente  vinculados a espacios de tomas de decisión.  Si tenían suerte, el amor surgía en esas parejas; el romántico cariño entre los contrayentes era un asunto de menor relevancia. Lo importante era conseguir solventar problemas. Y “emparentar” daba ciertas garantías para el logro de objetivos políticos, económicos, sociales y hasta de delimitación de fronteras entre naciones. Es relativamente reciente que los monarcas y sus hijos se casen con plebeyos y con ello haya una linda historia de cuento de hadas. Hoy la política no es menos dura que otrora, tampoco más, pero ya no cuenta con los utensilios de los parentescos para solventar conflictos en las sociedades. Incluso en aquellos países occidentales con sistemas monárquicos, las decisiones no las toman ya los reyes y príncipes pues los parlamentos nacionales elegidos por los ciudadanos tienen la palabra final; los monarcas modernos, cuanto mucho, tienen algunos un voto, peto en líneas generales la figura monárquica tiene más valor porque se refiere a lograr espacios de convivencia y acuerdos.
 Venezuela es un país de plebeyos; nos dimos, a costa de ríos de sangre y una larga historia de pólvora y obituarios, un sistema republicano que determina que nadie es superior a nadie. Nos llamamos “ciudadanos”. Sin adjetivos. No existen títulos nobiliarios. Pero ser una república de iguales nos tomó muchos años. La votación directa, secreta y universal de todos los ciudadanos fue una meta más difícil que cruzar a nado y en una noche de tempestad el Mar Caribe. Se logró con el esfuerzo intelectual de varias generaciones. Los escollos fueron abundantes. Hubo logros y fracasos. Enfrentamientos y encuentros. Corrió mucha sangre. Hubo en nuestra corta pero tan estrafalaria historia republicana desde la concepción del voto preferencial hasta la negación del voto a los iletrados y a las mujeres. Cualquier muchacha de estos tiempos no puede concebir que pueda haber existido un tiempo en el que en Venezuela las mujeres no tenían derecho a votar. No hace tanto. Yo nunca viví esa época, pero mi mamá sí.
El voto, que se entienda, es piedra angular de la democracia. Y de la república. Pero nosotros, los venezolanos, decidimos que el voto como había sido definido en otras latitudes no era suficiente y que el voto nuestro debía ser universal, directo y secreto pues sin él  no habría  igualdad y por ende sería imposible la democracia como la concebíamos. Es así de simple y elemental. Sobre ello han escrito decenas de autores expertos en el tema. Y, más importante, ese voto definido con esas tres características -universal, directo y secreto- es algo que nosotros, los ciudadanos, hemos metabolizado e integrado a nuestro ADN. Fuimos más allá. Los venezolanos quisimos que nuestra democracia fuera una que se basa en el ejercicio del poder por parte de mayorías pero obligándolas a respetar a las minorías. Tan claro teníamos ese concepto de balances que en raras oportunidades se dio la circunstancia de parlamentos totalmente oficialistas, o el máximo tribunal de justicia con carácter gobiernero, o la parcialización del organismo electoral. Por largos años, hubo un acuerdo no escrito pero respetado que determinaba que, por ejemplo, el organismo contralor debía ser encabezado por una persona de la oposición.
Para muchos jóvenes esto que escribo suena a cuento de otras tierras.
Los votos exclusivos, preferentes o privilegiados, eso que llaman sectorizados o corporativos, garantizan a quienes los controlen hacerse del poder. Y atornillarse en él. Pongamos unos simples ejemplos para ilustrar el punto. El consejo comunal de la población de El Cardón en el estado Nva. Esparta ha sido estructurado con recursos otorgados por el gobierno. Sin esos recursos ese consejo comunal está simplemente condenado a la extinción. Entonces, ¿en la cabeza de quién cabe que ese consejo comunal va a morder la mano que le da de comer? Se puede decir, pomposamente, que el voto de ese consejo es libre y autónomo. ¿Lo es?
La cooperativa de mujeres bordadoras de pañitos de la población de Tucuciapón del Medio recibió recursos financieros para la compra de telas de piqué, agujas, bastidores, lágrimas de San Pedro, lentejuelas, canutillo, sedalina, bolsitas para empaque y elaboración de tarjeticas de identificación  de cada pieza bordada. Esos reales provinieron del fondo especial destinado por el gobierno para la promoción de cooperativas y comunas. Sin esos aportes y considerando la crisis económica que ha hecho que sus ventas disminuyan considerablemente, a las mujeres bordadoras de pañitos de Tucuciapón del Medio la vida se les haría imposible y su cooperativa vería cerradas sus puertas.  Su voto, ¿será libre y autónomo?
El mismo razonamiento aplicaría a cualquier sector cuya vida dependa del gobierno. Y el argumento tendría el mismo peso específico cualquiera fuera el gobierno. De hecho, en 2007 cuando trabajaba en el equipo profesional de análisis y producción de contenidos de la campaña por el No a la Reforma Constitucional planteada por el presidente Chávez, hice un ejercicio consistente en sustituir en el texto planteado la palabra “Presidente” por “Presidente Lusinchi” y con ello fuimos a reuniones con sectores que se declaraban abiertamente pro chavistas y muy anti oposición. Eso hizo que esas personas entendieran que si se permite una constitución a medida de alguien, eso se puede convertir en cuchillo para su propia garganta si cambiara el gobierno que a uno le gusta.
¿Qué dirían los oficialistas que promueven una Constituyente inconsulta y con bases comiciales “acomodadas a conveniencia de parte interesada” si ésta fuera convocada por la oposición convertida en poder? Apuesto fuertes a morisquetas a que estarían poniendo el grito en el cielo y habrían encendido la calle con protestas. Dirían tajantemente que eso es  inaceptable. Y tendrían razón. Porque no se puede aceptar que los poderosos nos pinten a los ciudadanos en la pared o que las comunidades sean vilmente engañadas y  chantajeadas.
Pero, ahora, en medio de este atroz sofocón, con la  concupiscencia de otros poderes y aún en contra de los millones de ciudadanos que votaríamos No a este nuevo disparate de una constituyente, todo indica (o no hay evidencia en contrario) que el régimen va a montar este pichaque. claro, la Asamblea Nacional Constituyente, producto de unas elecciones amañadas por diseño que darán al régimen mayoría absoluta en ella, se convertirá en el tribunal del Santo Oficio de la Venezuela del siglo XXI, el asesino de la constitución. Adiós al sistema republicano. Adiós a cualquier vestigio de democracia. Adiós a la prosperidad todavía posible. Adiós a la Venezuela libre. La ANC comandará el ejército de ocupación que ejecutará la “solución final”. Puerta abierta al sistema que impera en Corea del Norte. Y, oh paradoja, para que los que alguna vez votaron por Chávez lo entiendan, adiós a su legado.
Es muy probable que con esa nueva Venezuela que surja a partir del mamarracho de nueva constitución que harán,  buena parte de las naciones del planeta no quieran tener relaciones diplomáticas o comerciales con nosotros, salvo algunas francamente impresentables. Las sanciones, abiertas o solapadas, serán asunto de todos los días. Mucho más allá que sacar la alfombra o no atender el teléfono. Los que crean que Venezuela es “clave e importante para el concierto continental y mundial” deberían repensarlo. Dirán afuera que mucho y por años intentaron ayudar para que el colapso no se produjese y que todo esfuerzo fue inútil. Hasta en los pasillos de El Vaticano se moverán las cabezas de un lado a otro. Y repetirán la famosa frase de Miranda que marcó el status de bochinche.
El petróleo, ya elemento endeble de negociación (no sólo porque ya Venezuela es un productor medio o menor sino porque hay tecnologías en desarrollo que lo harán económicamente sustituible) dejará de ser la barajita de lujo que se pone sobre cualquier mesa. Y entonces, qué cosa, el presidente de la República se asemejará a un  reyezuelo de una republiqueta sin pena ni gloria; tendremos como vecinos al Kuwait de América, nada menos que Guyana a la cual gentilmente, como una fina cortesía, este régimen le obsequió la fuente de la juventud por los próximos años, suficientes como para que con los enormes recursos que van a recibir inviertan en desarrollar nuevas y productivas fuentes de empleo y progreso, eso mismo que este régimen con el mayor y más frondoso ingreso petrolero de nuestra historia no quiso hacer, porque en el país de los pobres, que no de tuertos, ellos se convertían en los monarcas del sigo XXI.
¿Se puede evitar esto? Pregunta equivocada. Las verdaderas preguntas son: ¿vamos a permitir esto o vamos a luchar con todas nuestras fuerzas para impedirlo? Y no me refiero a frases puntiagudas que poner en un cartel que consigan estar “top of mi dinero” y alto nivel de “recall”. Hablo de, con la mayor honestidad, decirle al pueblo, a los ciudadanos, de toda esfera socioeconómica, de toda categoría demográfica y geográfica, la verdad de lo que está pasando y de lo que va a pasar si Maduro y su combo nos clavan el chuzo de la Constituyente. Ese debe ser el foco del Frente de Defensa de la Constitución. Es una gigantesca paradoja de los tiempos que nos toca vivir que sea precisamente el respeto a la Constitución del 99 refrendada en 2007 tenga los anticuerpos para el terrible virus que con ese chuzo constituyente nos quieren inocular.
@solmorillob

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