Tuve el gusto de conocer a Jean Maninat, columnista de este diario y de los mayores expertos en James Bond que existen. Sé de él hace ya tiempo y una vez me atrajo un comentario ácido que hizo sobre Skyfall (2012), del director brasilero Sam Mendes. No indagué sobre lo que sugería porque en línea siguiente Maninat suavizaba su juicio y lo atribuía a considerarse tal vez tradicionalista en lo que se refiere a Bond. Después vi la película y comprendí que las observaciones eran más bien comedidas, porque se trataba de una auténtica piltrafa cinematográfica que desperdició la mágica canción de Adele, según me parece inspirada en una oda (sin J) de Horacio. Suena que Mendes –que no estima mucho a la sociedad kapitalista– intentó destruir a Bond, vulneró casi todos los símbolos esenciales de su imagen y hasta chocó el legendario Aston Martin.
Hay un grave trastorno iconoclasta en Hollywood: hemos visto morir a Superman, y a Batman convertirse, de superhéroe en una especie de gánster amargado. Y James ya no es el mismo. En Quantum (2008) cuyo argumento se desarrolla en Bolivia, impide un golpe de Estado contra Evo Morales y es la primera vez en su larga vida en la que no se acuesta con la chica-Bond (Olga Kurilenko). Hollywood es la materialización del espíritu de cambio, indiscutiblemente el mayor distribuidor de cultura democrática, -alta, media y baja- que haya existido jamás, multiplicado por N por su engranaje con la televisión. Al tiempo es de los más poderosos factores de modernización social, y cañón subversivo contra las aberraciones en el entramado del poder. Para el Oscar 2017, por primera vez un Presidente de EEUU le declaró la guerra y a Meryl Streep, una pelea mal casada.
La izquierda contra el cine
Sus grandes temas desde siempre son corrupción judicial, violación de la ley por las grandes corporaciones, racismo, iniquidad del poder político, miseria de los líderes, destrucción del ambiente, tráfico de drogas y sus beneficiarios, turbideces de la Iglesia, mafia y corrupción policial, entre otras. Por la cantidad de ingresos y empleo que produce, el cine es una de las cuatro mayores industrias del planeta junto a la automotriz, las altas tecnologías y la energía. En los años 30 fue un milagro que contribuyó a recuperar la economía mundial. Como cualquier poder social autónomo, desde que nació fue blanco del odio de conservadores de izquierda y de derecha. Goebbels convirtió a Leni Reinfestal en cineasta oficial del régimen y sus grandes obras, Olimpia y El triunfo de la voluntad, son esenciales hoy día para entender el nacionalsocialismo.
Los filósofos de la izquierda alemana confundieron el medio con el mensaje y crearon contra él un rencor que aún respira, pese a su anacronismo. Adorno, Horkheimer y Marcuse elaboraron la seudoteoría contra el cine y la TV que creó escuela y todavía repiten en las universidades, uno de los más graves fracasos y errores intelectuales del siglo XX. Habría que hacer un arqueo de la cantidad de disparates y simplezas que se inventaron, tergiversaron y exageraron para hacer ver que los seres humanos éramos entes vacíos de moralidad y juicio que manipulaban con una película y sus contenidos subliminales. Hasta los sociólogos norteamericanos se embarcaron en demostrar semejantes badulaques. Y para terminar la faena desde la derecha, el tristemente conocido senador Joseph McCarthy descubrió, por el contrario, que Hollywood era un nido del comunismo.
Insurge la derecha contra
Desató entre 1947 y 1954 una persecución contra productores, guionistas, actores y técnicos que inmortalizó Arthur Miller en Las brujas de Salem. El senador y su Comité Contra Actividades Antinorteamericanas citan a declarar a 41 figuras importantes de la industria cinematográfica. 19 de ellas decidieron no asistir porque hacerlo era una violación a derechos constitucionales y para su defensa se creó el Comité de la Primera Enmienda, encabezado por superestrellas: Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katherine Hepburn, Kirk Douglas, Henry Fonda, Vincent Price, Gene Kelly y David O. Selznick. Algunos extraordinarios creadores extranjeros tuvieron que irse del país, Bertold Brecht, Fritz Lang, Charles Chaplin y John Huston, quien era americano, renunció a su nacionalidad y se hizo irlandés. Exactamente igual que los tribunales de Inquisición, el comité invertía la carga de la prueba.
El acusado tenía que demostrar su inocencia y para ello debía denunciar a quienes fueran comunistas o simpatizantes. Como siempre en el zoo humano, hubo reptiles que incriminaron a sus compañeros (Orson Wells dijo de ellos que “entre sus piscinas y la dignidad humana, se quedaron con sus piscinas”). Jack Warner, fundador de Warner Bros y luego Louis Meyer, de la Metro Goldwyn Meyer lo hicieron a sus trabajadores y en menor medida Humphrey Bogart también se quebró. Pero también hubo leones y refulgen dos inquebrantables, a los que hoy dedican una cinta: Kirk Douglas y el guionista Dalton Trumbo, cuyas memorias resplandecen después de tantos años. Este último, para poder trabajar tenía que firmar con nombres falsos, como muchos que reivindica Woody Allen en El testaferro. Al final la libertad, la decencia y el cine se impusieron.
@CarlosRaulHer