Es torpe. Pugnaz. Carente de elegancia en el verbo y los modos. Se enorgullece de cada insulto. Que todo eso ocurriera en su vida privada, bueno, sería asunto suyo y de los suyos. Pero pasa que es la canciller. Representa a la República. Y para el mundo, o buena parte de él, es la voz de Venezuela. La voz oficial. Y eso es grave. Porque nos mal mete, nos desprestigia, nos pone en posiciones incómodas, peor, nos compromete. En el exterior algunos entienden. Otros no. Para la prensa internacional, para no pocos espacios de opinión, es Venezuela la que agrede, la que ofende, la que amenaza. Es Venezuela la mala paga. La deuda de más de ocho millones y tanto a la OEA da grima. Y que la embajadora de Paraguay lo mencione es vergonzoso. Para nosotros. Para ella es una brizna de paja en el viento. La señora ni se inmuta. Le da lo mismo. El descaro y el desparpajo la caracterizan. Si el país no pagó esos millones, ¿a dónde fueron a parar? ¿En que se gastó la señora esos tantísimos dólares? El Contralor General de la República debería hacerse esas preguntas, actuar de oficio y abrir una pesquisa. Huele a malversación.
Nos guste o no, la señora se asilla en la OEA con el cartelito de Venezuela enfrente. No alcanza con que afirmemos que no nos representa. Cada día que la señora está en tan alto cargo nos perjudica. Que deje de estarlo es una de tantas razones para elecciones, para votar y elegir un nuevo gobierno.
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