Por: Maria Alesia Sosa Calcaño
En febrero de 2006 conocí en Madrid a Jaime, un español de veintipocos años que estudiaba medicina. Era amigo de mi hermana, quien estaba haciendo un año de estudios en España. Cuando nos conocimos, intercambiamos los típicos comentarios de cada uno de nuestros países. Que si Madrid, que si Los Roques, que si el Salto Ángel. Lo bonito, lo bueno, lo que uno está acostumbrado a vender del país, allá afuera.
Jaime había visitado Venezuela pero no para hacer turismo, sino en una ocasión muy particular. Luego de ver las devastadoras imágenes de la tragedia de Vargas en diciembre de 1999, decidió agarrar sus maletas y viajar a La Guaira para sumarse como voluntario y ayudar a las miles de víctimas y damnificados del deslave. Me conmovió enormemente su solidaridad, por supuesto le dí las gracias mil veces, con siete años de retraso.
Me contó también, que la noche antes de abordar el vuelo hacia Maiquetía, su padre, ingeniero civil de profesión, le pidió que observara con especial atención el puente que comunicaba la ciudad de Caracas con La Guaira. Le dijo que aquel viaducto era referencia de ingeniería, y que los profesores en la facultad lo mostraban como ejemplo una y otra vez.
Jaime, con timidez y prudencia, me reconoció que no le había sorprendido el famoso viaducto. Normal, habían pasado cincuenta años desde su construcción, y seguía siendo la única autopista que comunicaba la capital con el ahora estado Vargas.
Además, tuve que darle la mala noticia a Jaime, o quizás iba ser mala para su padre, de que dos meses antes, en diciembre de 2005, el viaducto había sido clausurado, porque estaba a punto de colapsar. Como en efecto colapsó en marzo de 2006, justo un mes después de mi conversación con él.
Han pasado 11 años, y en estos días me llega un vídeo donde se ve la tripulación de un vuelo de Iberia abordando un yate pequeño para poder llegar al Aeropuerto de Maiquetía, porque el puente Guanape, que comunicaba la zona del Hotel Olé Caribe, donde se hospedaban y Maiquetía, se desplomó. Además, el colapso de esta estructura dejó incomunicadas a las poblaciones de Punta de Mulatos, Macuto, Caraballeda, Caribe, Tanaguarenas y Naiguatá al Este del Litoral Central.
Posteriormente hablé con una fuente encargada del traslado, y me confirmó, que simplemente “les hizo el favor” de llevarlos. Ante la emergencia, los varguenses movieron cielo y tierra para que la tripulación de Iberia embarcara su vuelo. Y literalmente, tuvieron que embarcarse para llegar al principal aeropuerto internacional de Venezuela.
Aunque el español que graba el vídeo, se lo toma con jocosidad, lo que nos provocó a muchos venezolanos al verlo fue indignación y vergüenza. Porque sabemos que la caída de este puente, del que quizás antes ni conocíamos su nombre, no es un hecho aislado. Es la precisa fotografía de un país en decadencia, de la destrucción, de la desidia y de la mediocridad. Los pilotos y aeromozas de Iberia subiéndose al barco, nos recuerdan lo cuesta arriba y complicada que se ha vuelto la vida en nuestro país.
Sólo me consuela saber que recibí miles de mensajes de personas indignadas, y devastadas por la imagen, igual que yo.
A Jaime le perdí la pista, no supe más de él. Me imagino que ya no se atreve a ir de misión humanitaria a Venezuela, y que su padre ya no habla maravillas de esa ingeniería arcaica. Si lo vuelvo a ver, tendría que contarle que ya no salimos en los libros, ni nos mencionan en las escuelas de ingeniería. Que somos un país muy diferente al que él visitó. Que las estructuras se han quedado obsoletas o se han caído por ineficiencia y olvido. Que los puentes metafóricos de las cosas que nos unían, también se han caído. Que estamos cada vez más aislados del modernismo y del mundo. Que hace unos días sus compatriotas tuvieron que llegar en lancha a un aeropuerto. Tendría que contarle muchas cosas, pero mejor sólo le digo: Jaime, en Venezuela ya no hay puentes.