Por: Jean Maninat
A los artistas con Capriles
Si diéramos rienda suelta a la imaginación y nos figuráramos a unos observadores interplanetarios auscultando estos 14 o 15 años -según el calendario con el que se mida la capacidad de aguante de cada quien- signados por el despropósito gubernamental y el delirio destructivo llevado a cabo a nombre de un socialismo inexistente; seguramente los ubicaríamos preguntándose a mil años luz y con asombro intergaláctico: ¿de dónde habrá sacado el nervio esta especie que llaman la oposición para resistir y no dejarse aniquilar por quienes han jurado sobre tumbas y sarcófagos perseguirla hasta no dejar intacto ni el polvo de su huella?
Siguiendo el desvarío, los supondríamos eligiendo entre sus mejores exploradores a un selecto grupo de excelsos “mimetizadores”, los llamados Zelig, para desplazarlos hacia el globo terráqueo y mediante un vertiginoso zoom-in ubicarlos en la puerta del metro de Quebrada Honda con un billete multiviajes, como todo vehículo de aproximación vernácula.
Los veríamos dispersarse escaleras abajo hacia los andenes, ya confundidos con el tropel colorido que entra y sale; y quizás por mero azar, o no, nuestra mirada se plegaría a Zelig 9, veterano reportero de oficio, perspicaz como ninguno para encontrar los hilos invisibles de toda historia y palpar el pulso subterráneo de los acontecimientos. Y como el relato es de nosotros y el albur de nuestro dominio, nos toparíamos con una copia de su parte del informe final a los regidores del lugar donde habita y se gana la vida:
“No dejan de ser curiosas, para nuestros estándares, las costumbres que animan a los moradores indóciles del territorio que hoy sometemos a nuestra lupa. Cultivan una alegría de vivir primaria y la celebran mediante el ejercicio reiterado de las consagraciones que los entusiasman. Gustan de la música: un pianista, un guitarrista, una flauta, el sonido enfático de un cuatro, el síncope de una percusión altiva o el rock desenfadado de unos jóvenes, les otorga la entereza para enfrentar la intemperie de la calle. Alguien acorrala una historia, la cuenta, y les regala esa parte de ellos mismos que llaman una novela o un libro, (suelen reunirse para festejarlo como si del nacimiento de una criatura se tratase), mientras que otro atrapa una alondra en vuelo y les deja un poema, según el testimonio de Eliseo Diego, un poeta cubano y católico. Actrices y actores celebran sobre las tablas las tragedias y los agrados que son la materia de la vida, y en las telenovelas se relatan los quehaceres insubordinados de quienes quieren retener su lugar en el mundo. Alguien traza una línea con desparpajo y sobresalta con una caricatura al más somnoliento de los desprevenidos. Alguien diseña las vestimentas que hacen la existencia más llevadera, y otro les acerca sobre la grama las películas que ayer les eran ajenas. Alguien pinta y otro esculpe y alguien más con su cámara cuenta historias descabelladas. Alguien diseña un apartamento y otro talla la madera que lo habita. Alguien sazona los fogones y otro pesca, crece o cultiva la materia prima que los alimenta. Alguien desmonta con entusiasmo en las universidades los signos de interrogación que nos deja la Historia. Y casi todos, desde el temprano amanecer hasta la noche tardía, recurren a sus radios para que unas voces familiares los acompañen en el ir y venir de sus andanzas, bien narrándoles los portentos de los hechos cotidianos, bien sorprendiéndolos con la melodía que tarareaban apenas al despertarse.
Si me preguntan, allí está la fortaleza de sus supuestas debilidades. En el amasijo de las hechuras arriba indicadas, y en otras que escapan al olfato de este sabueso sobregirado en años, parecen haber encontrado la ocurrencia que dispara, día a día, la capacidad de resistencia para no dejarse arrebatar por una casta burocrática, el aire que les llena los pulmones y el pedazo de tierra sobre el que caminan”.
@jeanmaninat