Incertidumbres – Fernando Rodriguez

Por: Fernando Rodriguez

La Toma de Caracas es una proeza de tal magnitud que salvo que sedescarga (2) padezca de extremos grados de estupidez o cinismo indica un memorable hito en la lucha contra la destrucción del país. Seguramente no así manifestaciones del miércoles 7, aunque no exentas de significación y notables en más de una región. No obstante aun los grandes éxitos democráticos recientes siempre dejan una inquietante pregunta por el paso siguiente que nos toca dar. Sabemos, verbigracia, de lo enredada que ha resultado la etapa posterior a las elecciones de diciembre que parecían anunciar un futuro inmediatamente luminoso, seis meses más o menos para acabar con las tinieblas. Hoy somos suficientemente cautos como para dar fechas, pero allí sigue la bruma. Yo diría que no es inútil situar el problema principal hoy con una estridente tautología: habrá o no habrá revocatorio en 2016. Bueno, si pasa una u otra de las opciones sus resultados van a ser dramáticamente contradictorios.

Por supuesto que no vamos a intentar dar una respuesta a semejante dilema, nadie además nos ha dado una convincente, solo pretendemos decir que ese clima de incertidumbre no parece el más adecuado para movilizar conciencias y acciones en la dirección adecuada. Caminar a tientas siempre es desconcertante. Lo cual pudiese parecer contrario a los enormes y certeros avances antes indicados. Pero me atrevería a apuntar algunos matices de estos que cierta significación adicional pueden tener. Por ejemplo, sin quitarle un solo mérito a la victoriosa marcha de Caracas, pareciese que la significación mayor que esta tiene –somos aplastante mayoría y lo demostramos en carne y hueso, sin miedo, en la recuperación de la ansiada vía pública–, creímos ver en ese millón de conciudadanos en movimiento por la libertad un tono peculiar: no fue una marcha ni muy agresiva ni muy festiva, más bien cauta y poco dada al eslogan lapidario o picaresco o a la fanfarria musical. Valor hubo en ese gesto mayúsculo enfrentado a la campaña aterrorizante con la que el gobierno quiso ahuyentarlo, pero algo parecido a incertidumbre, a cautela, a otear la naturaleza del nuevo horizonte también lo marcaba. Muchas cosas había en el fondo de esa actitud. Acaso la cólera de Villa Rosa o, quién quita, de dos, tres, cientos de Villas Rosas. El itinerario más recto pero imprevisible del revocatorio. Un diálogo que aparece y desaparece fantasmagóricamente con una rara tenacidad sin que nadie pareciera hacerlo suyo. O por qué no algunos generalotes que le ganen la partida a otros generalotes y nos pongan a todos en perfecta formación.

En todo ello también subyace otra pregunta no menos enigmática, a lo mejor la otra cara de lo anterior: ¿cómo sobrevive un gobierno tan descompuesto: sus mentiras descocadas y continuas, las locuras de su líder, la masacre incesante de Constitución y leyes, el asco planetario, la crisis económica más cruel e insensata? ¿Dónde está la última viga que sostiene este edificio que se cae un poco cada día?

A partir de hoy lo que queda de las huestes chavistas de antaño, gordas de demagogia y petróleo, es una banda de caciques ignorantes y asustados pero capaces de hacer sangrar todavía más el país con sus peores armas de guerra y su vocación delictiva. Y la incertidumbre, paradójicamente, crece. ¿Qué va a decir el infame CNE en unos días? ¿En qué diablos anda el misterioso Zapatero? ¿Para dónde vamos a coger si el ente electoral termina por decir lo que tantos tememos que va a decir?

Sería demasiado pedirle a la MUD y asociados, en estas horas de esperanza y fe en el futuro, esforzarse por una creciente sinceración del laberinto que vivimos, al menos en la medida que manejen menos versiones y callejones sin salida que la gente de a pie. Si el país democrático ha demostrado que puede guerrear como lo ha hecho, podríamos decir que es un derecho adquirido y probablemente una saludable medida. A lo mejor la clave que falta para que el sol cante como un gallo.

 

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