Cada vez que contemplo las descomunales colas que durante larguísimas horas se hacen en nuestro país para adquirir alimentos, recuerdo los cuentos de un venezolano, un tanto perverso él, que vivió en Checoslovaquia cuando todavía era una nación y, además, parte del bloque soviético.
Contaba con cierta desfachatez que a pesar de no ser muy agraciado tuvo la mayor actividad sexual de toda su existencia gracias a la escasez. No había leche suficiente para los infantes. Las madres hacían el sacrifico que fuese necesario para conseguirla. Como el caballero citado estudiaba y tenía conexiones con gente del Partido Comunista en Budapest, conseguía leche suficiente y la donaba a madres vistosas a cambio de favores sexuales.
II.
Porque ese es uno de los efectos más duros de la escasez: la degradación de los humanos. Lo contó muy bien Primo Levi cuando relata en Si esto es un hombre las humillaciones a las que, por un mendrugo de pan, podía someterse una persona en los campos de concentración nazi.
Ahora lo estamos viviendo los venezolanos en carne propia. La escasez y el monopolio de la distribución de alimentos en manos del gobierno rojo son una auténtica maquinaria generadora de corrupción. La más evidente es la de los bachaqueros. Esa operación de economía mágica que consiste en que alguien invierte 300 bolívares –más o menos lo que cuesta una bolsa de harina PAN regulada– y cien metros más allá, al salir del mercado en donde la encontró, los convierte en entre 1.500 y 2.500 bolívares, montos que llega a pagar por ella –dependiendo de los grados desesperación– un ciudadano que no puede o no quiere hacer entre las 2 y 16 horas de cola para obtenerla al precio absurdo que le fijó el gobierno.
III.
Pero el bachaquero al detal, ese que se ha ganado el odio de muchos mientras se convierte en la salvación de otros –de los ancianos que viven solos, por ejemplo– es solo la punta del iceberg. La cadena de corrupción que ha generado la “justa distribución de la miseria” es muy larga. Es como la cadena alimenticia en la que los animales se van comiendo unos a otros.
El bachaquero al detal obtiene un beneficio especulativo de su comprador. El policía o guardia nacional que pone “orden”, lo obtiene del bachaquero cobrándole un peaje por dejarlo pasar o adelantarlo en la cola. El administrador y los empelados del depósito de la tienda o supermercado lo obtienen vendiéndole al bachaquero al por mayor bultos de alimentos, por ejemplo, de harina PAN, que luego el revendedor lleva a una arepera que los necesita. Un alto empleado del gobierno, sin hacer cola ni llevar sol, obtiene un camión entero, por ejemplo, de azúcar, y lo revende a la panadería o fábrica de dulces que lo requiere. Es lo que la leyenda negra dice que hace en San Cristóbal un primo del gobernador Vielma Mora. Y así sucesivamente.
IV.
A diferencia de aquellos que son resultado de catástrofes naturales o conflictos bélicos, los fenómenos de escasez resultantes de regulaciones estatales generan grandes desigualdades y frustración social. Quienes más sufren son los más pobres y los que se hallan más distantes del poder político o de las redes de delincuencia. Es más probable conseguir alimentos si tienes mucho dinero, un familiar preso en una de las cárceles controladas por pranes, un amigo en el gobierno o si militas en uno de los colectivos paramilitares del aparato rojo. Por eso la dosis de envidia, rabia, impotencia y frustración que va acumulando la población se va expresando en una sociedad cada vez más amarga, poco solidaria y violenta.
La imagen que guardaré de este momento histórico la vi ayer en una cafetería de Chacao. Mientras un hombre joven y evidentemente sano come directamente lo que recoge de una bolsa de basura, detrás de él pasa una camioneta gigantesca, una Toyota Fortuner, todavía olorosa a nueva, con los vidrios absolutamente oscuros. Un motorizado adelante va abriéndole paso. Otro atrás, vigilante. El socialismo del siglo XXI.