Por: Sergio Dahbar
Nunca será facil ser el hijo de nadie. Menos aún si ese señor es famoso. Entre otras cosas porque las celebridades suelen dedicarse todo el tiempo a ser importantes y a mirarse en el espejo, y no tienen energías para cargar muchachos. Por eso gastan muchísimo dinero para que sus hijos no se den cuenta que su deseo está en otra parte.
De semejante axioma suele derivarse una realidad trágica: niños frágiles emocionalmente con vidas muy raras que no siempre terminan bien. Para muestra apenas un botón que no es cualquier adorno: Mario Moreno Ivanova, el hijo de Cantinflas, el humorista de la retórica latinoamericana.
Uno podría pensar que el primogénito y único vástago de uno de los hombres más populares de México (el otro era Pedro Infante) debería ser un tipo divertido, jovial, echador de bromas, ocurrente, con un don especial para el juego de palabras que en su esencia entretiene pero no dice nada, como un envión que va para adelante y para atrás sin decidirse.
Todo lo contrario, diría Cantinflas. Mario Moreno Ivanova es un hombre rubio, de rostro inflado en los cachetes, que se presenta (según cuenta el periodista Pablo del Llano, de El País de España) ante la prensa con una franela Harley Davison con un dibujo de una calavera, bebiendo coca cola light. La suerte lo ha abandonado.
La entrevista ocurre en un ático de Ciudad de México, propiedad de una novia. Allí ese muchachón de 52 años no resiste la presión y se pone a llorar. Tiene razones de sobra. Confiesa que ha vendido todo lo que heredó de su padre para pagar abogados. Ay, los abogados…
No nos precipitemos. Aquí hace falta que la historia regrese a 1959. Una mujer de nacionalidad americana, Marion Roberts, llega a Ciudad de México en un automovil, con unos amigos. Andan en busca de diversión, de unas vacaciones de ensueño en México.
Todo parece perfecto, hasta el día en que los amigos huyen con el carro y la dejan con una cuenta sabrosa sin pagar. Uno de los botones le sugiere que se acerque al ídolo del momento, Mario Moreno, Cantinflas, hombre generoso, que puede ayudarla a zanjar ese problema.
Cantinflas liquida la cuenta con eficacia. Y un año más tarde (primero de setiembre de 1960) Marion Roberts da a luz un hijo, que es adoptado por Mario Moreno y su esposa rusa, Valentina Ivanova. El primero de diciembre de 1961 Marion Roberts consume barbitúricos en el hotel Alfer de Ciudad de México hasta morir. Y su sombra desaparece para siempre.
Así nacen dos leyendas como dos fuerzas irresistibles. Una explica que Mario Moreno Ivanova es hijo de su papá y su mamá, quienes le dieron sus apellidos y sus genes. La otra versión, contraria, alega que Cantinflas era, como Perón, esteril. Y el niño de la americana sin suerte provenía de una noche de locura con otro hombre, desconocido.
Mario Moreno Ivanova era un catire divertido, redondo como una criatura Gerber, que jugaba entre los pies de su admirado padre en una mansión ubicada en la 5prominente avenida Paseo de la Reforma. Diez mil metros cuadrados de jardines, piscinas, frontón de tenis, cines con butacas para cuarenta personas, billar, asadores, baño de vapor…
Ya es hora de que aparezca como siempre la figura del némesis, ese opuesto diabólico que tendrá en jaque al héroe trágico de esta historia. Se llama Eduardo Moreno Laparade y tiene 73 años. Es hijo de Eduardo Moreno, hermano y manager de Cantinflas. Y primo de Mario Moreno Ivanova.
Eduardo, el primo, no es como Cantinflas. Habla claro y sus palabras son como dardos al corazón de su pariente. ”Mi tío no podía tener hijos y se lo compró a la chica por 10 mil dólares’’. Y Eduardo Moreno Laparade tiene en su mano un documento que vale oro: un agreement que firmó Cantinflas en 1993, cuando se moría de cáncer en una cama de un hospital de Houston.
En ese acuerdo Cantinflas cede a su sobrino los derechos de explotación de 30 películas que todo el mundo en México recuerda, venera y quiere volver a ver como un ejercicio insano de nostalgia.
Mario Moreno Ivanova asegura que recurrirá la decisión judicial que le dio la razón a su primo. Dilapidó la fortuna que heredó de su padre. El dice que en abogados. Las ex esposas y sus hijos aseguran que en drogas y dolce far niente. Su futuro es tan endeble como su origen. Sólo un milagro puede salvarlo del olvido.