El aire está fétido en el cinturón de la Latinoamérica “revolucionaria”. Miles de millones de dólares corrieron en negro bajo la mesa, dejando un reguero de comisiones, coimas y manos empatucadas. Obras que no existen o quedan a medias, o peor, que mal hechas acaban destruidas. Carreteras que se caen. Hospitales sin insumos ni equipos. Escuelas que son un insulto a la memoria de Andrés Bello. Viviendas que tienen escrito en su futuro la palabra colapso. Un auténtico cementerio cuyo costo es incalculable.
Note el lector que los jerarcas de los regímenes revolucionarios y ese protoplasma viscoso que son los enchufados latinoamericanos no pasan trabajo ni penurias. Para ellos no hay calamidad, ni inflación, ni angustia. Todo bien en las alturas del poder. Pero las revoluciones hacen aguas, naufragan en el pantano indisimulable. Los pueblos son las víctimas del desorden desarrollado adrede. La malversación fue la moneda de curso. Varios gobiernos que perdieron el fervor popular dejaron las poltronas y hoy son objeto de investigaciones que destapan toda suerte de negociados. En Argentina, doña Cristina queda expuesta como lo que es, una delincuente. Igual Lula en Brasil. Lo mismo ocurrirá con Morales, Correa y varias otras figuras. Los tipos de Odebrecht cantan. Fueron millones de dólares pagados en comisiones ilegales a funcionarios gubernamentales de varios países. Venezuela metida en el brollo. No sorprende. Pero si varias fiscalías ya han solicitado información detallada, la fiscalía venezolana no mueve ni un dedo. Un silencio pecaminoso.
2017 será un año escabroso. Económicamente, socialmente, políticamente. Los asillados en Miraflores no sólo han perdido el apoyo del pueblo; la gente de a pie ha pasado del rechazo al desprecio y de allí al odio. Los uniformados, otrora respetados, son vistos ahora como cargas para un país con musculatura adolorida y anemia del corazón democrático.
Pasado el sofocón en la MUD, nueva estrategia y táctica. Con un Miraflores evaluado como una desgracia nacional, el régimen tiene que evitar elecciones. Como sea. Y gobernar a los golpes y decretos. Y entregando joyas a los rusos y los chinos. Es como vender hijas. Así de vergonzoso. De inmoral. Y, sin la aprobación del poder legislativo nacional, también ilegal e inconstitucional. No importa. Paradójicamente, el régimen pisotea día con día la Constitución. Las páginas de la Carta Magna son adorno inútil. Nada más. Ha sido convertida en letra muerta, que ni se cumple ni se acata. Ya ni disimulan. Aliados del GPP declaran que no es tiempo para elecciones. Que eso no tiene prioridad. Lo dicen con el desparpajo abusivo de quienes sienten que si se cuentan no llegan ni de últimos.
Sólo fuerzas del estado pueden contra un gobierno forajido. Suponer que “el pueblo” puede contra un gobierno felón y sin escrúpulos es una fantasía y poner sobre los hombros de los ciudadanos una responsabilidad que no le toca y para la cual no tiene recursos es un ejercicio onírico. He allí el grave problema. Pero, ¿quién en el régimen tendrá el coraje y la mínima decencia como para rebelarse? En Perú fue el Defensor del Pueblo, quien dejó de defender el puesto, corriendo graves riesgos. Se armó de valentía y moral. Y lo hizo. En otros países fueron los uniformados, o los parlamentarios oficialistas, o los fiscales, o los jueces. Hicieron mea culpa y se enfrentaron al poder. ¿Quién en el régimen venezolano tendrá las agallas con el color republicano como para gritar un fuerte “ya basta”?
Será un año convulsionado. Inevitablemente. No nos llevemos a engaño. No hay suficiente comida, ni medicamentos, ni insumos. El colapso progresa y gana espacios. La inflación se cuela por todas las rendijas como la niebla en la novela de Stephen King. No se puede esperar que millones se conformen con lo que se siembra en balcones, patios y azoteas, o con comer de lo que logran extraer de los contenedores de basura. Que se sigan enterrando niños que fallecen por falta de atención de salud. Que los pranes manden en los barrios, las calles y los palacios. Que se caigan helicópteros sin explicación tragable. Que los guisos de unos pocos hayan acabado con la posibilidad de poner sobre la mesa del venezolano de a pie un mínimo de comida.
El gran engaño queda al descubierto. Echar perfume no disimula lo fétido. La gente ya no soporta el hedor.
@solmorillob