Por: Alberto Quirós Corradi
Se entiende que en países como la Cuba actual después de 50 años de represión, intolerancia, confiscación de todo lo privado y “escasez” con tarjeta de racionamiento, cualquier gesto del régimen que aparezca como una apertura hacia algo diferente sea aceptado con alegría. Como, por ejemplo, “permitir” algunas actividades comerciales de sus ciudadanos y, con algunas restricciones, darles el derecho de propiedad de sus viviendas. Algo que para la Cuba prerrevolución era lo más natural del mundo. En todo caso, lo que sorprende es que una sociedad cubana como la de antes se adaptó al nuevo régimen. La perla de las Antillas, sitio preferido de turistas e inversionistas. De una clase media culta y educada, que al emigrar fue fuente de desarrollo y crecimiento de otras latitudes.
El caso Venezuela es otro. Veníamos de 40 años de democracia y libertad cuando llegó al poder este régimen. Poco a poco se han ido entregando principios inalienables que eran el sustento de nuestra sociedad democrática. Aprobamos una nueva carta magna incumplible, y como tal nos acostumbramos a sus violaciones. Nos confiscaron propiedades del agro y del sector urbano y lo aceptamos. Con el barril de petróleo a 100 dólares y hasta más, aceptamos que se regalara nuestro dinero a países, unos maulas, otros de condición económica precaria, para captar su apoyo en esferas internacionales y su silencio cómplice. Los culpables somos todos. Unos, por entrarle a sangre y fuego, “rodilla en tierra”, al tesoro nacional; y otros, por acostumbrarse a que les violen a diario sus derechos, a que los insulten, los priven, sin razones, de su libertad, les impidan el derecho de protestar pacíficamente, que les provoquen escasez de alimentos básicos, de medicinas, de atención adecuada en los hospitales públicos y hasta en las clínicas privadas. Que condene al sector más pobre del país a permanecer en esa condición al eliminar fuentes de trabajo y despilfarrar y robarse los dineros que financiaban subsidios que, por su naturaleza, no podían ser sino temporales. Vaciada la caja, lo que queda es escasez, hambre, enfermedades y pérdida de calidad de vida.
No es posible ni aceptable que una sociedad como la nuestra, que tenía una clase media fuerte con una calidad de vida que era la envidia de otras naciones, acepte esta situación. El problema era que al lado del desarrollo urbano y de la modernidad visible había un elevado porcentaje de pobreza. El cambio era necesario y por eso un militar que les dijo a los excluidos del sistema lo que necesitan oír llegó a la Presidencia de la República. Lástima que no aprovechó la coyuntura favorable que le deparó el destino: altos precios del petróleo y apoyo popular irrestricto. El reto era lograr un desarrollo económico con inclusión del sector más pobre. Para ello se requería una política que lograra que todos los venezolanos se sumaran a un mismo esfuerzo. Por el contrario, el régimen creó una nueva exclusión, precisamente la del sector productivo nacional. Paulatinamente tomó cuerpo el objetivo de destrucción nacional que, ya triunfante, ha cambiado hasta los temas de conversación que antes llenaban nuestra vida social. Comentábamos una película, una obra de teatro, el desempeño de un Omar Vizquel en las grandes ligas, el mundial de fútbol, la última novela de nuestro autor favorito, las amas de casa se intercambiaban recetas culinarias, los restaurantes de Caracas tenían fama continental. Los precios del petróleo subían y bajaban, los gobiernos cambiaban y, como reza el dicho, “éramos felices y no lo sabíamos”. Hoy el tema de conversación es dónde se consigue azúcar, harina y otros, y este cambio cultural nos parece normal. Nos alegramos cuando después de mucho trajín conseguimos la medicina o el alimento que antes estaba a nuestra disposición en cualquier establecimiento.
Nos estamos acostumbrando a un nivel de vida que no merecemos. Si seguimos esperando por una solución mágica terminaremos como en Cuba. Ya tenemos una generación que no ha conocido otra cosa que el chavismo. Si esta toma el poder, no tendremos ni memoria de lo que una vez fuimos.
Este articulo de Alberto Quiros Corradi “No hay que acostumbrarse” no tiene desperdicio!