Por: Sergio Dahbar
Una de las mujeres más insustanciales que han pasado por casi todas las librerías del planeta se llama Anastasia Steele. Los distraídos quizás no lo sepan, pero se trata de la ejecutiva junior de una empresa neoyorquina que enloquece con las propuestas indecentes de su jefe, Christian Grey, en la ficción millonaria más popular de los últimos años, 50 sombras de Grey.
Hoy estuve en una librería caraqueña, y los tres libros de E. L. James estaban allí, como objetos de culto en la primera línea de fuego de la literatura erótica desprejuiciada que desinhibe a las lectoras.
Aún cuando nuestras mesas de novedades están lánguidas como estanterías de supermercados, Grey es un milagro que nunca se agota. No habrá papel sanitario, pero hay promesa de sadomasoquismo para rato.
Ya dentro de la librería busqué una autora que fuera radicalmente opuesta a E. L. James. ¿Cuál es la alternativa ante la cantidad de tonterías que narra esta publicista en tres novelas absolutamente prescindibles? Inevitablemente pensé en la brasileña Clarice Lispector. Treinta y seis años después de su fallecimiento, y luego del conflicto entre herederos por los derechos de autor, sus Obras Completas (editora Rocco) se consiguen en Brasil, y en español a través de editorial Siruela. Monte Ávila Editores publicó por primera vez en nuestro idioma La pasión según G.H. (1969). Aún así, sus libros son desconocidos por el público general.
Su vida es un enigma. El escritor Carlos Drummond de Andrade firmó el siguiente epitafio: “Clarice venía de un misterio y partió hacia otro. Quedamos sin saber la esencia del misterio. O el misterio no era esencial. Era Clarice viajando hacia él”.
Vino al mundo en una aldea de Ucrania, Tchecheinik. Sus padres sobrevivieron a la larga noche de la cacería antisemita y escaparon con aquella niña de dos meses por una travesía europea que desembocaría en el más grande de los países de América del Sur.
Se residenciaron frente al Atlántico, en Recife.
Clarice Lispector perdió a su madre a los 9 años de edad y no había cumplido 20 cuando quedó totalmente huérfana. Mudada a Río de Janeiro, con algunas materias aprobadas de Derecho y cargos ocasionales de profesora o redactora periodística para sobrevivir, escapó de las penurias que la acosaban de la mano de un diplomático, Maury Gurgel Valente.
Una de sus escasas felicidades vino en forma de libro, el primero que había escrito para conjurar días de tristeza, Cerca del corazón salvaje, título tomado de Joyce.
Lispector quería que su literatura fuera como un recto al estómago de los lectores, lo logró. Con fragmentos de conciencia que revelaban su convulso estado de ánimo.
Recorre el mundo con su esposo y publica en Brasil nuevas obras: La araña, La manzana en la oscuridad, Lazos de familia… “Escribir es tratar de entender, es tratar de reproducir lo irreproducible’’.
¿Acaso hay algo de lo que no se puede hablar? Su primer nombre fue Hala, pero sus padres prefirieron cambiarlo por Clarice cuando llegaron a Brasil en 1922. Quizás era una manera de borrar el pasado: Mania, su madre, fue violada en Ucrania por soldados rusos. Así contrajo sífilis. Existía un mito familiar: Clarice había sido engendrada para curar a su madre. “Pero yo no curé a mi madre y siento hasta hoy esta culpa. Me hicieron para una misión y yo fallé. Mis padres me perdonaron el hecho de haber nacido. Yo no”.
Ya fuera en forma de diario, carta o memoria de lo vivido, sus miedos y angustias cobran vida en sus páginas, como el insecto (La pasión de G.H.), que nos recuerda el horror ante la posibilidad de volver a la pobreza de la infancia.
“No tengo cualidades, sólo fragilidades”, confirmaba. El 16 de septiembre de 1968 en la noche se durmió con un cigarrillo encendido entre los dedos. La colilla provocó un incendio, que casi atrapa fatalmente a sus hijos.
Para salvarlos, se quemó la mano derecha y las piernas. El cirujano plástico Ivo Pitanguy logró curar algunos daños, pero no salvó su extremidad.
Las secuelas psicológicas tardaron en curarse. Falleció aferrada a los perros que había amado toda su vida el 9 de diciembre de 1977, en la soledad de un hospital, acosada por un cáncer de ovarios, sin advertir que su dolor se había transfigurado en obra inmortal.
Por eso, Caetano Veloso se preguntaba: “¿Qué misterio tiene Clarice?”