Por: Sergio Dahbar
Hace un año leí un artículo del premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, que entre otros temas narraba el episodio de defensa de un castaño de 50 años que se alzaba frente al edificio Pamuk en Nisantasi, Estambul. 57 años atrás, el Ayuntamiento decidió derribar ese árbol, para ensanchar la calle.
El vecindario se opuso, pero los burócratas de turno no escucharon. La mañana en que iban a talar el castaño, su tío, su padre y los demás familiares pasaron el día y la noche enteros en la calle. Defendieron ese árbol con sus vidas. Como dice Pamuk, “todos crearon un recuerdo compartido que la familia entera aún rememora con agrado y que los une a todos’’, en contra el autoritarismo ciudadano.
Siempre he pensado que el autoritarismo y la ausencia de ley son enfermedades que dañan las estructuras de las sociedades. Después de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de psicólogos (Theodore W. Adorno, Else Frenkel-Brunswik, Daniel J. Levinson y Nevitt Sanford) de la Universidad de California, en Berkeley, desarrollaron una investigación sobre el antisemitismo.
Ellos descubrieron que era la punta del odio, del clasismo, etcétera. Realizaron una investigación amplia y entrevistaron a dos mil personas. Y escribieron el libro La personalidad autoritaria.
En ese libro establecieron la diferencia entre autoridad y autoritarismo. Una persona autoritaria no tolera las diferencias, no exhibe ambigüedades, necesita soluciones en blanco y negro, correcto o incorrecto, uno o lo otro. La duda es un atentado.
La gente que ha vivido en un régimen autoritario conoce muy bien cómo se sustituye, por ejemplo, la competencia por la lealtad. Los nazis expulsaron al judío que dirigía la Opera de Dresden y pusieron a un burócrata analfabeta en su posición, que no sabía nada sobre el funcionamiento de una ópera, pero que era leal a la ideología nazi.
En Pdvsa ocurrió lo mismo que en la Opera de Dresden. En 15 años ha crecido un populismo autoritario que decidió acabar con el avispero de un solo golpe. El chavismo ve los problemas de la sociedad como si tratara de un nido sin solución. El supuesto “sacudón’’ de la semana pasada es un ejemplo de cómo usar ideas sencillas, para resolver problemas complejos.
Está prohibido pensar claramente sobre una complejidad. Reflexionar es de “burgueses’’, o de “pelucones’’, en el lenguaje limitado de Maduro. Lo terrible es que las soluciones sencillas y rápidas agravan la crisis.
Veamos el problema de la ausencia de ley. Hace algunos años entrevisté a un psicoanalista estadounidense que vivía en Venezuela, Daniel Banveniste. En algún momento de la conversación me comentó que “en Venezuela la palabra tiene un hilo flojo conectado con su objeto’’. Como así, le pregunté yo.
“Cuando era niño, tenía un triciclo y el volante estaba un poco flojo, tenía juego. Cuando llegué a Venezuela, me acordé del volante.
“Mi esposa me dijo un día que teníamos una fiesta a las ocho de la noche, pero resulta que llegamos a las nueve. El semáforo está en rojo, pero los carros pasan como si todos fueron daltónicos. Me ofrecen unas fotocopias para mañana. Voy y me dicen que estarán listas para el día siguiente. Alotro día voy y nada. No respetamos lo que acordamos’’.
Hoy ya el hilo no está flojo, sino que se terminó de cortar. No tiene relación con el objeto. Para Banveniste este estilo de vida encantador de la cultura latinoamericana es peligroso.
Por esa línea, se llega a la corrupción generalizada, a la injusticia social, a la riqueza obscena y la pobreza obscena. Y cuando la gente tiene una ley y no la cumple, eso significa que hay fuego en el sistema. En todas partes hoy en Venezuela hay fuego en el sistema.