Por: Gustavo Roosen
La frase tradicional tomada para el título es utilizada para señalar que se trata de otro tema o que no deben mezclarse asuntos de diferente naturaleza. Aquí, sin embargo, hay algo en común: la harina es la de trigo, cereal que casi no producimos, que importamos mucho, que ahora falta en los pastificios y en las panaderías, que genera colas y provoca las consabidas acciones con las que el gobierno resuelve o piensa resolver los problemas, es decir: intervención estatal, acoso a los productores, confiscación, entrega de una actividad productiva a quien no está en condiciones de producir.
Preocupado por la visibilidad de las colas a la puerta de las panaderías, el gobierno ha resuelto acabar con el problema en el último eslabón de la cadena, no en la falta de harina, no en las limitaciones a su importación y, menos aún, en la falta de producción nacional. Nuevamente, con la pretensión de proteger al consumidor se le somete a más escasez. El ciudadano resulta así la primera víctima de la acción gubernamental. Ni qué decir de los panaderos, gente de tradición, de horario tempranero y de dedicación a lo largo del día, formados en una cultura familiar de atención al oficio, al público y al negocio.
Administrar una panadería supone una experiencia que de ninguna manera se adquiere por el mandato oficial que ordena y manda. El resultado, por lo mismo, está anunciado, como el de la ya casi olvidada ruta de la arepa. Sucederá lo que ha sucedido con las empresas y las actividades a las que se ha puesto la mano arbitrariamente, un nuevo fracaso, cuyas consecuencias habrán de sufrirlas los ciudadanos y las empresas, particularmente las pequeñas y medianas, los emprendimientos nacidos en la tradición familiar y sostenidos por el esfuerzo de generaciones y por su capacidad de innovación y de adaptación a los requerimientos de los consumidores.
La actual crisis de la harina no se origina en los hornos de las panaderías. Tiene su raíz, más bien, en políticas públicas equivocadas y en las distorsiones cambiarias mantenidas por décadas al amparo de la renta petrolera. Son estas distorsiones las que han castigado la producción nacional para privilegiar la importación y han alimentado hábitos de consumo no acordes con las condiciones nacionales de producción.
Más allá de la discusión sobre cuánto trigo podemos producir, las estadísticas muestran de manera sostenida que en Venezuela el consumo per cápita de derivados del trigo es casi tan alto como en Italia. Werner Gutiérrez, ex decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia, calcula que todo el trigo que se consume en Venezuela es importado y que la demanda nacional se sitúa en alrededor de las 1.200.000 toneladas por año, lo que nos ubica en los países con mayor consumo per cápita del mundo y entre los primeros 5 mayores importadores de trigo en América Latina.
La visión de los expertos sobre el circuito agroalimentario en Venezuela les ha llevado a la conclusión de la conveniencia de estimular con prioridad otras fuentes de carbohidratos como el maíz y el arroz, productos para los cuales tenemos capacidad de producción demostrada, tanta que hemos podido ser exportadores. Las proclamas de soberanía alimentaria de los últimos años no se compadecen con políticas que han terminado por privilegiar la importación y gravar la producción interna favoreciendo hábitos del consumo muy caros de sostener. La respuesta para la escasez de harina no puede ser la simple promesa de más importaciones de trigo, no importa si de Rusia o de otro proveedor más confiable. La respuesta adecuada, al contrario, tendría que ser políticas que estimulen al sector productivo y que garanticen la rentabilidad del sistema, además de un esfuerzo de educación de los hábitos de consumo que debería privilegiar aquello que mejor podemos producir, de modo de colmar la mesa con harina de otro costal.
La falta de pan se ha convertido en símbolo visible y expresión de la crisis en materia alimentaria que sufre Venezuela, resultado en buena medida del despropósito de políticas públicas que han venido socavando los valores y principios del buen manejo de la economía y de las empresas.