Ha sido, para muchos, bastante complejo entender los aparentes movimientos zigzagueantes del Vaticano con relación a Venezuela, a su abierta y desenfadada narco-dictadura, y al sufrimiento sin límites de todos los venezolanos, incluidos quienes apostaran al éxito de la manoseada y vacua “revolución bolivariana”.
Derivada ésta en “proceso”, mudada en “chavista”, luego en “marxista” y al término en “neocubana”, hasta que al llegar Nicolás Maduro queda al desnudo como el secuestro por una aviesa claque criminal del andamiaje de nuestro Estado para sus fines delictivos trasnacionales, se opera entre nosotros un milagro político y económico al revés. De venezolanos sauditas pasamos a ser la Burundi latinoamericana, y en nombre de la democracia sustituimos los votos por las balas. No podía ser de otra manera.
La Conferencia Episcopal Venezolana, teniendo a la cabeza a ese titán de la humildad, del compromiso militante, de abierta sensibilidad para la comprensión de nuestras miserias humanas y políticas reconduciéndolas hacia su mejor senda, factor de entendimiento que es Monseñor Diego Padrón, su presidente, Arzobispo de Cumaná, ha llamado siempre las cosas por su nombre. No ha matizado la tragedia que hoy nos afecta y enluta. Tampoco se arredra en sus convicciones cuando, sin mengua de su dignidad y haciendo respetar a la Iglesia, escucha las razones de nuestros victimarios; y sin agredir también discierne sobre las falencias que aún ha de colmar el liderazgo democrático.
En unión de sus hermanos en el Episcopado presentes – los Cardenales Arzobispos Urosa y Porras, y los Obispos Moronta, Azuaje, y Besabé – y ante Papa Francisco ha sido muy claro: “Hoy en Venezuela ya no hay propiamente un conflicto ideológico entre derechas e izquierdas o entre “patriotas” y “escuálidos”… sino una lucha entre un Gobierno devenido en dictadura, autorreferencial que sólo sirve para sus propios intereses y todo un pueblo que clama libertad y busca afanosamente, a riesgo de las vidas de los más jóvenes, pan, medicamentos, seguridad, trabajo y elecciones justas, libertades plenas y poderes públicos autónomos, que pongan en primer lugar el bien común y la paz social”.
Y si se trata de la mutación constitucional que, como parte de un golpe de Estado continuado, ahora provoca el narco-régimen militar de Nicolás Maduro a objeto de realizar una asamblea constituyente comunal que le permita afirmarse con los votos de sus funcionarios y los beneficiarios de dádivas oficiales, ajusta Padrón lo vertebral. En sus palabras, que reflejan el criterio concordado de la Iglesia y su preocupación, ella “será impuesta por la fuerza y sus resultados serán la constitucionalización de una dictadura militar, socialista-marxista y comunista, la permanencia ilimitada del actual Gobierno en el poder, la anulación de los poderes públicos constituidos, particularmente de la actual Asamblea Nacional, representante de la soberanía popular, el aumento de la persecución y exilio de los opositores al sistema político dominante y la ampliación de las facilidades para la corrupción de los gobernantes y sus adláteres.”.
A Papa Francisco se le critica por la tibieza de su lenguaje al respecto, que no busca exacerbar, concilia, y es propio de una institución que por ello mismo frisa dos milenios. Quizás se le recrimina su respaldo al diálogo de utilería que convoca la dictadura a objeto de ganar tiempo para estabilizarse y apagar la protesta social. Mas lo cierto es que a través de un representante papal sólo participa para facilitar los encuentros, que la propia Mesa de la Unidad Democrática avala sin medir las consecuencias ni prevenir sobre la sabida complicidad con el gobierno de los ex presidentes que los arbitran: Zapatero, Fernández, Samper, y Torrijos. El fracaso lo reconoce y hace evidente el Secretario de Estado vaticano, Cardenal Pietro Parolin y no éstos, por taimados y pillos; tanto que el purpurado, en nombre del Papa, reclama la burla de Maduro y el incumplimiento de lo acordado por su gobierno: respeto a la Asamblea, liberación de presos, canal humanitario, y elecciones.
El comunicado que resulta del encuentro reciente entre el Santo Padre y los obispos venezolanos es crudo y revelador. Describe entre sus líneas la tentación que el mal absoluto quiso llevar otra vez a cabo ante el Solio de Pedro y a deshora: “[Algunos de los que sirvieron como facilitadores en el fallido intento de diálogo del último trimestre del año 2016, han insistido en solicitar a la Santa Sede su participación en un nuevo proceso, sin embargo, la respuesta ha sido contundente: La Santa Sede, sólo tomará parte en una nueva iniciativa de diálogo, siempre y cuando el gobierno cumpla con las cuatro condiciones ya expresadas…”.
Padrón ha dicho – con el visto bueno papal – que “diálogo en Venezuela quiere decir hoy consultar la libre opinión del pueblo soberano… Pero el diálogo en nuestro país debe tener, no como condición sino como punto de partida o presupuestos de real eficacia, los Acuerdos alcanzados, pero no cumplidos”, concluye.
Francisco está al tanto, pues, de todo lo que nos ocurre. Ha ratificado su apoyo al Episcopado y pide el acompañamiento de las víctimas. Queda conmocionado ante el milagro hecho dolor y clavado de espinas. Los obispos le han mostrado la foto de Neomar Alejandro Lander Armas. ¡Enhorabuena!
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