Publicado en prodavinci
La mar nunca fue tan gruesa y la sensación de que van a hacer naufragar el barco embarga de nuevo a los pasajeros más veteranos. Muchos ya fueron víctimas de un naufragio no hace tanto tiempo, en aguas mucho más tranquilas. El barco se llamaba “Democracia Representativa”, pero, de manera injusta, quedó para la historia con el remoquete de “la cuarta república”. Se fue a pique a finales de los noventa y, curiosamente, pocos lo lamentaron. La historia de ese hundimiento había comenzado años antes, cuando oficiales y tripulantes se amotinaron y ajusticiaron al capitán al mando, antes de sacarle al barco el tapón de proa.
Era el barco en el que todos navegaban y aunque tenía innumerables defectos y fallas, servía perfectamente para la travesía. Cada cierto tiempo, cambiaba de capitán y tripulación y algunas mejoras se le hacían. Y entonces, por ahí, a mediados de los ochenta comenzó una suerte de motín silencioso de tripulantes, algunos muy notables. Era una mezcla rara, un diputado una vez denunció que formaban parte de “una conspiración antihistórica”. Era una especie de masonería gaseosa pero mortal, que se conoce como la antipolítica.
El caso es que por aquellos años, armados de cualquier instrumento o razón –por mala que fuese– comenzaron a horadar el casco que, aunque viejo y curtido, se mantenía a flote y transportaba al pasaje por el mar siempre azaroso por el que ha tocado siempre navegar.
Su reclamo mayor era que Venezuela (el barco, sus tripulantes y pasajeros) no se podía calar más la corrupción de AD y Copei, la CTV, de una PDVSA que daba “colitas”, del Congreso de la República y de una Corte Suprema de abogados viejos que gobernaban el barco. La campaña duró años, hasta que lograron dinamitarlo y hundirlo. Antes, tuvieron buen cuidado de colgar de sus palos a las instituciones –que aunque deficientes y fallosas eran perfectibles–, a antiguos capitanes, a muchos de sus tripulantes y a uno que otro pasajero de segunda clase.
Aunque el sentido común enseñaba que no había otro barco con el que navegar, prefirieron seguir adelante con el plan. Antes que reparar a la vieja “Democracia”, se imponía hundirlo y buscar un barco nuevo. Se echaron al mar en botes salvavidas y como los pasajeros del Titanic, miraron el hundimiento. Los jefes del motín y sus seguidores entre los pasajeros, entonces una vasta mayoría, lo celebraron jubilosos. Los menos, los que no estaban de acuerdo, guardaron un prudente silencio. Luego de una deriva relativamente corta, decidieron abordar un barco nuevo que ofrecía a los amotinados la participación y el protagonismo que en la vieja “Democracia” tan malvadamente les negaban.
No les importó que el capitán de ese nuevo navío fuese un pirata embustero y embaucador –auténtico Blacamán, vendedor de milagros–, que había sido ya juzgado por tratar de asaltar a “Democracia” a punta de tanquetas. No les importó porque ese capitán, se llamaba Hugo, y su tripulación, tan o más pirata que él, eran las caras nuevas que tanto habían reclamado: Diosdado, Nicolás, Cilia, los Tarek, Iris, Jessy, Darío, en fin. Contaban en las bodegas con un tesoro que repartían a manos llenas y el jolgorio era eterno. Hasta que terminó, por supuesto. Entonces vino la debacle. “Para hacer el cuento corto”, de pronto se dieron cuenta de que aquel no era un barco cualquiera, sino una galera romana, con esclavos remeros y todo, que navegaba bajo bandera cubana, con reales chinos. Lástima que lo hicieran cuando ya tenían grilletes en los tobillos.
En medio de la tragedia y de enormes errores, poco a poco, con infinita paciencia, un grupo de los tripulantes, sobrevivientes de “Democracia” y voluntarios de una nueva generación, comenzaron a construir una barca en la que escapar e intentar liberar a los ahora esclavos de la galera. La tarea tomó años y un buen día la botaron al mar. La bautizaron MUD.
Buena parte de los tripulantes esclavizados y pasajeros lograron abordar. El trasvase de gente de la galera a la barca fue indetenible y es mucho más la que ahora navega en ella que la que se quedó en la galera. Por supuesto, por su origen, la MUD es precaria y tiene problemas de todo tipo, incluyendo el de comando –a veces no se sabe quién es el capitán–, pero mal que bien, incluso con reveses dolorosos y una que otra división, sirve al propósito que se ha buscado: llegar a la tierra prometida y construir una nueva y mejor “Democracia”.
La diferencia de tamaño entre los dos navíos enfrentados es enorme y aunque la mayoría está montada en la MUD, no ha bastado para abordar la galera, tomarla y cambiarle el rumbo. Las caras nuevas, 17 años más tarde, han devenido en auténticos monstruos, maestros del terror, particularmente diestros en marramucias de todo tipo para tratar de hundir la barca. Por eso, entre la hermandad de la antipolítica, la expresión “caras nuevas” ha sido proscrita.
Pero, las ahora caras viejas de la galera, no son la principal amenaza. El mayor peligro lo constituye un grupo numeroso de tripulantes y pasajeros, al parecer inspirados en la antipolítica, como ya hicieron sus predecesores con “Democracia”, no paran de agujerear el barco. Cada vez que algo no les gusta o no están de acuerdo, lejos de expresarlo de otra manera, o de ponerse a construir una barca como a ellos les gusta, le abren a la MUD pequeños agujeros en el casco y el agua no para de entrar. Quienes entienden que no hay otro barco, que ni siquiera existe la posibilidad de volver a la galera romana, no encuentran ya qué hacer para convencerlos de su error. Tratan de persuadirlos diciéndoles de que en el mar más vale tener un barco defectuoso que no tener barco alguno. Pero no entienden. Ya ni siquiera es porque quieren caras nuevas, ahora se quejan por todo (el médico de a bordo dice que tienen el síndrome de la gata Flora), amenazan con lanzarse al agua con su gente, desprestigian a los conductores de la barca, creen que son pendejos, ladrones, traidores, blandengues, desprovistos de testículos y también de cerebro. Son más peligrosos que sus predecesores porque ahora cuentan con dos armas poderosísimas: twitter y Facebook. No paran de dispararlas.
En fin, la cosa ha llegado a un punto en el que los pasajeros que ya fueron víctimas del primer naufragio, comienzan a darse cuenta de que, de seguir así, también van a echar a pique a esta barca, y, como se trata de una película, tienen muy en cuenta que, además, nunca segundas partes fueron mejores. No entienden los pasajeros sensatos cómo, a pesar de que la MUD atravesó lo peor del océano y los puso a tiro de tierra, desconfían tan ciegamente de ella. A estas alturas ya no saben qué hacer. No dejan de considerar que a lo mejor los críticos tienen razón. Que es verdad que la MUD no sirve para un carajo, pero, de lo que sí están seguros, es que esa es la única nave que con la que cuentan, y si la hunden se van a… eso mismo.