Por: Jean Maninat
Francisco, como ningún otro papa, ha develado al mundo los engranajes de la maquinaria que mueve a la Iglesia católica, probablemente el partido político vigente más antiguo sobre la tierra. Quienes no hemos sido tocados por la fe a pesar -o gracias- a haber estudiado en establecimientos educativos católicos, no podemos sino admirar su persistencia en la historia y su extraordinaria contribución al intelecto humano.
Sus grandes pensadores han dejado algunas de las mejores páginas en la saga por entender qué diantres hacemos caminando por este planeta en vías de extinción, o de renovación, según nos situemos en la diatriba ecológica sobre nuestro destino, materialista y terrenal. (Por más que se argumente, el desgaste de la capa de ozono nada tiene de espiritual, con el perdón de los chamanes seculares de la flora y la fauna).
Sólo la Iglesia católica, entre los representantes de los tres grandes monoteísmos, ha logrado crear tan sofisticada amalgama de intereses terrenales y espirituales. ¿Hay algo más hermosamente mundano y divino que los tesoros que guarda el Vaticano en sus entrañas? ¿Hay algo más terrible que los secretos guardados acerca de los abusos sexuales cometidos por gente del clero a niños y jóvenes feligreses?
El papa Francisco llegó al trono pontificio provisto de una aureola progresista, y una postura de “pana de la cuadra”, amigable y bonachón, a pesar de su magna investidura. Su autoproclamada misión era la de acercar la Iglesia a las aceras del mundo, quitarle polvo y telaraña a su mensaje, refrescarlo para atraer a la juventud cada vez más lejana de Roma, y confrontar los grandes temas contemporáneos frente a los cuales la doctrina católica solo tenía respuestas con olor a incienso y naftalina. Su papado le ha dado una nueva energía a la institución, pero ha despertado los demonios que anidan en su seno, refractarios a todo cambio por leve y superficial que sea.
El diario español El País, en su edición del 9 de septiembre, ofrece un reportaje titulado La conspiración contra el Papa, donde su autor, Daniel Verdú, desmenuza los últimos enfrentamientos entre los bandos rivales luego de que el arzobispo Carlos Maria Viganò, acusara en una carta de 11 folios al papa Francisco de encubrir los abusos sexuales. El ocultamiento no sería cosa nueva, la denuncia tocaría incluso a Juan Pablo II, probablemente el papa más carismático y querido por creyentes y no creyentes. Pero, curiosamente, la denuncia del encubrimiento no viene de los sectores “reformistas”, sino de los grupos ultraconservadores que promovieron la carta con tintes de homofobia.
No es que cause sorpresa este nuevo rifirrafe entre purpurados. Benedicto XVI tuvo que dimitir en medio de una cruenta lucha contra los llamados cuervos, que a pesar de no haber sido criados por el pontífice alemán, le querían sacar los ojos. Hubo de todo en ese momento, pero lo más dañino fue la filtración de documentos para denunciar el supuesto lavado de dinero a través del Instituto para las Obras de la Religión(IOR) también conocido como Banco Vaticano. Fue, tras ese turbulento período que Jorge Mario Bergoglio fue electo por sus pares como Sumo Pontífice.
Le costó al entonces cardenal cinco rondas de votaciones y dos días de cónclave, para lograr las voluntades suficientes y ser electo. Se pensó que con su elección se abrirían nuevos espacios para la reforma de la curia romana y de la Iglesia católica en general. Pero, tras cinco años en el trono papal es poco lo que ha logrado reformar, ante la terca oposición de los sectores más conservadores en la curia romana. Sin embargo, el papa Francisco ha movido sus fichas y ha ido nombrando purpurados electores afines a su pensamiento con el fin de asegurarse que quien lo suceda venga del mismo círculo.
No obstante, nada está asegurado, ya que a pesar de la inspiración del Espíritu Santo, el cónclave elector es manejado por seres humanos con los pies bien puestos sobre la tierra y duchos en la negociación de los diversos intereses vaticanos. Por lo pronto, habrá que esperar el efecto del desafío de los sectores conservadores a la autoridad del papa Francisco y su reacción para derrotar la sublevación. No todo esta dicho.
Benditas, pero turbulentas, son las aguas que corren bajo las calles vaticanas.
@jeanmaninat