Por: Carlos Raúl Hernández
A 30 kms de cualquier sitio poblado, en Caruachi, se haría la pantomima. No podía llegar nadie. La alta psiquiatría del Comando Carabobo se aseguró de que pasara los hipercontroles sólo una tamizada oligarquía sindical roja. Pero Guayana, un territorio sacudido por el desastre revolucionario, no perdona la farsa que destruyó las empresas básicas creadas por la democracia.
En una ceremonia fidelista, los invitados cumplirían su guión de adulancia ceremonial extrema. El Comando Carabobo, con lecciones de sicología social y comunicación nacionalsocialista, fabricaría una mentira subliminal como en toda empresa totalitaria. Asociar en el inconsciente colectivo al caudillo disminuido con esas aguas turbulentas en rebelión, que pugnan por escaparse de la cárcel de concreto que les impuso el hombre.
El experto muñidor razonaba: “nadie sabe quién construyó la represa. Si hacemos el barajo, el manoseo sicológico pavloviano que me enseñó Chirinos, en mucha gente quedará un vago sustrato de inauguración”. El pequeño Goebbels que manda VTV y la hegemonía comunicacional, se encargaría de fruncir y manipular, lo único que da sentido a su existencia y hace mejor que ultrajar la decencia.
Pintarrajean la mole con destellos luminosos para hacerla una guacamaya patriótica, y montan al Atila como si tuviera algo que ver con ella. No se imaginaba el psiquiatra de cabecera, que los sindicalistas rojos llevados a aplaudir, filtrados a través de la rigurosa pasteurización, reclamarían presionados por sus bases: contrato colectivo.
Eso desplomó la mentira visual, muñida con muescas de psicoanálisis, conductismo, antisiquiatría y mercadeo comunicacional de la destrucción. Lo único que tiene que ver este gobierno astroso, estigmado, con la generación de energía eléctrica de la que Venezuela fue exportadora y ahora menesterosa, es su abandono. Desidia, incapacidad, corrupción y revolución hacen la fórmula que aplican en Guayana.
La “Raúl Leoni”, obra de Sucre Figarella, no pudo soportar la siniestra farsa que se ejecutaba sobre su lomo y trepidó para interrumpirla. Mientras el tramoyista de los trajes de 10 mil dólares balbuceaba ante la reacción obrera, y los acusaba de “querer vivir como ricos”, la represa defendía sus fuentes históricas.
El primer proyecto eléctrico de envergadura fue el de Ricardo Zuloaga en 1897, que construyó la Planta Hidroeléctrica de El Encantado. Pero la electrificación como empresa nacional es obra de la democracia, aunque algunos nostálgicos la atribuyen a Pérez Jiménez. En una nación cuyos capitales privados eran frágiles, el primer gobierno de Betancourt en 1946 asume el plan global de electrificación del Caroní y funda la Corporación Venezolana de Fomento, con la asesoría de Burns and Roe y el apoyo del Ministerio de Fomento.
Pérez Jiménez continuó los planes y en 1956 inaugura Macagua I, cerca de Ciudad Guayana. Luego el segundo gobierno de Betancourt, influido por la “teoría del desarrollo” de los años 60, creó la Corporación Venezolana de Guayana. Entonces Hirschman planteaba la “teoría del desarrollo desequilibrado” y François Perroux la de los “polos de crecimiento”.
Ambas teorías confluyeron en la idea de crear una “aglomeración industrial” para que de allí se estimulara por diversos efectos el crecimiento de otras regiones. Y se planifican las megainversiones que se mantienen en la región durante todo el período democrático. En el informe de la CVG de 1961 se propone la explotación hidroeléctrica del Bajo Caroní por medio de 4 obras principales: Macagua, Caruachi, Tocoma y Guri.
En 1978 entra en operación comercial la décima unidad de la Central Hidroeléctrica de Guri. Ese mismo año, Carlos Andrés Pérez asistió al vaciado de la etapa final de la represa e inauguró Venalum. Y en 1986, Jaime Lusinchi concluye la última etapa de la obra y la inaugura con el nombre de “Raúl Leoni”.
Hoy las empresas de Guayana son un cementerio cargado de deudas con sus trabajadores. Recuperarlas y hacer un emporio de energía, acero y aluminio para Venezuela merecerá un esfuerzo financiero sobrehumano en el que tendrá que participar el capital privado y el auxilio tecnológico de grandes empresas internacionales.
Eso pasa por quitarse de encima este vestido venenoso que se puso el país, que lo intoxica y desangra. Está planteado el derrumbe del candidato del pasado, ante el avance indetenible de la fuerza del cambio ¿Será que el deslave ya comenzó en Guayana con la acción de los sindicalistas, aunque se arrepintieron?