Una no sabe. No sabe si lo que tenemos como presidente es un holograma o un cascarón vacío. Aterra más lo segundo que lo primero. Porque si así fuera, entonces el problema es mucho más grave. Porque si bien un holograma es una imagen que da la sensación de realidad, un cascarón vacío supone que el presidente no tiene posibilidad ni capacidad para entender al pueblo y menos empatizar con sus dolores, carencias e inmensas penalidades. Un cascarón vacío no tiene como entender que el problema no está en que alguien hizo una foto de unos bebitos acuñados en unas cajas de cartón en un hospital en Barcelona, sino la gravedad de la existencia de tales cajas que son usadas como cunas. Un cascarón vacío no tiene cómo comprender que el problema no está en la torcida interpretación de varios artículos de la Constitución Nacional, sino en tener que recurrir a semejante expediente para justificar el más absurdo aferrarse al poder cuando ya es innegable que el pueblo no lo quiere en el cargo. Hay algo muy insólito y profundamente antidemocrático en un presidente para quien más importante es la poltrona de Miraflores que entender que desde allí tiene que cumplir los mandatos de un pueblo y no ignorarlo olímpicamente. Seguramente habríamos de remontarnos al siglo XIX para hallar un presidente más enclenque políticamente o con menos poder que Maduro. Entonces, si ya es innegable que el pueblo no lo quiere en Miraflores, ¿quién lo mantiene allí? O, más importante, ¿quién gobierna en Venezuela?
El 12 de octubre de 2016 será día de entrenamiento, como hacen todos los equipos que van a competencia. Los tres días asignados para la recolección de manifestaciones de voluntades (uf, qué pomposidad en el nombre) deben ser vistos no como un preámbulo, no como un trámite burocrático por ante un CNE que no sabe de algo tan relevante como la dignidad, sino como el Grito de Venezuela. Hacer la cola para intentar poner la huella es gritar. Hacerlo por millones, mucho más que los cuatro necesarios, es gritar. Y gritar es exigir, es dignificar a este país que los poderosos convirtieron en pichaque. Es decirnos a unos y otros y al mundo entero que no sabemos si conseguiremos superar los escollos nos ponen, pero que no se diga que fue porque nos rendimos, no será por falta de esfuerzo nuestro que esta situación continúe. Esta lucha nada tiene de romántica gesta. No es una epopeya sobre la que los bardas puedan escribir versos para cánticos históricos. Dejemos las ternuritas para los bebés, para los cachorritos, para los boleros que se bailan en un ladrillito. Esto no es una narrativa. Es un hecho cierto y palpable. A la presidencia, quien sea que en realidad la ejerza, hay que decirle en voz clara e inteligible que ya no más, que se acabó, que el país no se va a inmolar por unos pocos que creyeron que Venezuela era su patio de vulgaridades.
Así las cosas, nada de cancioncitas cursis, nada de discursos almibarados, nada de agua de pachulí para tapar el hedor. Hay que gritar y decir basta ya al absolutismo decadente que padecemos.
Haga la cola. Estoicamente. Los ciudadanos tienen el poder. Y le toca usarlo.
@solmorillob