Me cuesta creer que una mañana, de pronto, Roque Valero se despertó con ánimo de ser diputado. No me lo imagino caminando a tientas hasta el baño, abriendo los ojos frente al espejo y mirándose, sacudido repentinamente por una epifanía: “¡Carajo! Con esta cara de parlamentario que tengo, ¿qué hago yo cantando?” Me cuesta un poco creer que, desde el fondo de su conciencia política, tras un sesudo análisis de las condiciones objetivas del proletariado en estos difíciles momentos de la revolución, Roque Valero decidió sacrificarse en el altar de la patria, tomó la iniciativa y propuso su nombre como candidato a la Asamblea Nacional.
Roque Valero es un síntoma. Igual que las postulaciones de Cilia Flores y de las esposas de tres gobernadores. Más síntomas. Es algo que tiene nada que ver con el debate ideológico del partido. En el PSUV no se lee el Libro Azul de Hugo Chávez. En el PSUV solo se leen las encuestas. Y no saben cómo detenerlas. No saben cómo controlar el descontento. El 6 de diciembre es una amenaza más grande y poderosa que el imperio. Desnuda a la oligarquía y a las instituciones. El desespero no es un buen gurú.
Cuando el miedo toma posesión de un cuerpo, lo primero que desaparece es el pudor. El susto nunca es elegante, no tiene recato. Tenemos por delante meses cada vez más impúdicos. La revolución es una casta que no está dispuesta a perder sus privilegios. Ahora, públicamente, cada vez es más evidente que el gobierno no tiene otra utopía que seguir siendo gobierno. Para siempre.
En la rueda de prensa que dio en la sede de la ONU, en New York, Nicolás Maduro regaló una respuesta iluminadora sobre cómo el chavismo está padeciendo actualmente la democracia. El tema era el Esequibo. Pero algunos periodistas –tan impertinentes como la realidad– deslizaron sus interrogantes hacia la posibilidad de que hubiera observación internacional en los próximos comicios del país. Maduro contestó: “Venezuela no es monitoreada ni será monitoreada por nadie. No sé si tú quieres que tu país sea monitoreado, pero nosotros no lo aceptaremos jamás, por nadie”.
Suele ocurrir: el verbo monitorear no existe para la Academia pero sí existe en el habla común, en la lengua viva que se mueve cotidianamente entre nosotros. Se entiende perfectamente. Alude a la acción de vigilancia cercana, no agresiva. También puede entenderse como una suerte de control laboral, incluso de acompañamiento fraterno de cualquier actividad. Pero Maduro incorpora la palabra en un contexto totalmente diferente. Quiere integrarla a una frase con tono de consigna guerrera. Como si monitorear fuera un sinónimo de invadir. Como si el oficio de un testigo fuera una forma de agresión a la soberanía, una traición, una violación de la independencia. Cuando el chavismo tenía popularidad, el verbo monitorear no estaba manchado.
En el año 2004, por ejemplo, en otro momento político de alta temperatura, cuando se realizó el referendo revocatorio, todos estuvieron felices y contentos con la legitimidad que le otorgó al proceso la observación del Centro Carter y de la OEA. Pero los tiempos cambian, sobre todo cuando cambian las encuestas. Esta semana, el Centro Carter ha anunciado que se retira definitivamente del país. Informan que realizarán el “monitoreo” de las elecciones del 6-D desde Atlanta. Es lo que ahora quiere el poder. Que nos miren desde lejos.
El chavismo actúa como si el pueblo fuera una masa manipulable, que se le puede mentir siempre y de cualquier manera. Cuando el presidente repite que Estados Unidos busca generar un caos en Venezuela, cuando el defensor del pueblo asegura que lo ocurrido en San Félix es una jugada mediática de la derecha, cuando se pretende que un artista se convierta de manera instantánea en diputado, cuando se usan a las instituciones para tomar una grosera ventaja electoral…están subestimando al pueblo. Olvidan que el voto castigo existe. Olvidan que el 6 de diciembre todos tenemos la oportunidad de ser, legalmente, grandes conspiradores.