Por: Armando Durán
Rafael Ramírez, la estrella todavía en ascenso del universo chavista, lo confirmó al fin a mediados de la semana pasada. El gobierno vende la red petrolera de Venezuela en Estados Unidos. “Cuando tengamos una propuesta conveniente a nuestros intereses”, fueron sus palabras exactas, “saldremos de Citgo.”
No era noticia. Desde hace meses se habla de esta posibilidad. Los 12.000 o 15.000 millones de dólares que valen sus tres refinerías, en Illinois, Luisiana y Texas, y sus 6.000 estaciones de servicio, casi todas en la costa este de Estados Unidos, constituye un botín nada despreciable, sobre todo ahora, cuando la insaciable voracidad fiscal del régimen, de tanto dale que te da a la botija, parece que la agotó por completo. Problema de caja, aunque también hay otra razón de mucho peso. Ni a Ramírez ni a su jefe les hace la menor gracia la posibilidad de que las demandas de Exon-Mobil y Conoco Phillips contra Pdvsa terminen en un embargo de los activos de Citgo.
No obstante estos poderosos argumentos, para nadie es un secreto la contradicción que significa privatizar Citgo por parte de una supuesta revolución socialista y antiimperialista. Una paradoja esta suerte de restauración capitalista, que solía plantearle a menudo George Bush padre a Carlos Andrés Pérez. Recuerdo que Bush siempre le preguntaba, sonriente y amable, cuándo México y Venezuela propiciarían una apertura de sus industrias petroleras al capital privado. Y recuerdo que CAP, como Bush llamaba a Pérez, ¿lacayo de los intereses de Washington?, siempre le respondía, con una sonrisa igual de amable, que en el caso de Venezuela nunca, porque esa riqueza le pertenecía al pueblo y nadie tenía derecho a arrebatársela. Pues bien, México ya ha comenzado a satisfacer ese anhelo norteamericano. Ahora parece que Venezuela también hará lo mismo, para mayor y suculenta gloria del neoliberalismo mundial y de su brazo armado, el FMI, aunque existen suficientes indicios de que el habitual titubeo presidencial, a la larga, impedirá el negocio.
Por otra parte, Maduro confirmó hace semanas el aumento del precio de la gasolina, necesario pero también explosivo. Tan peligroso, que el pasado jueves, tras haber pospuesto una y otra vez la decisión, declaró que “no hay apuro” para tomarla. Luego añadió que en algún momento se aplicará, pero cuando no haya peligro de generar “perturbaciones sociales y políticas.” Sin tener en cuenta que menos de una semana antes se jactaba de que el III Congreso del PSUV había expresado su respaldo absoluto a la polémica medida. Cambio súbito de rumbo que da lugar a una sospecha inquietante: ¿Este dejar para pasado mañana o para nunca jamás el aumento del precio de la gasolina también se repetirá en el caso de Citgo y en el de la misteriosa convergencia cambiaria? Reformas que le han propuesto a Maduro sus asesores cubanos y franceses, y que Ramírez, igual que los bancos de inversión de Estados Unidos y Europa, aguarda con público regocijo.
Los efectos de esta contradicción evidente entre la supuesta ideología del régimen y las exigencias que impone la catastrófica realidad de la crisis, ha facilitado que la indignación del sector más radicalmente ortodoxo del chavismo, encabezado por Marea Socialista, se propague a gran velocidad hacia las bases del PSUV. Un proceso a todas luces de irreversible fragmentación interna, que agudiza las ostentosas debilidades de Maduro, quien cada día dice una cosa sobre esto o aquello y al día siguiente sostiene lo contrario. Atrapado en el laberinto de sus indecisiones. ¿Así es que se gobierna?