Por: Elías Pino Iturrieta
En situaciones como las que vive Venezuela las turbulencias son una parte esencial. La reunión de esas turbulencias ha producido el panorama crítico que tiene al gobierno de cabeza, sin saber exactamente cómo salir de un escabroso atolladero, pero también un conjunto de fricciones en el seno de la oposición. Si ocurren en el comando de la dictadura también deben suceder entre sus adversarios, se puede afirmar en sana lógica. Si hay zancadillas entre los cabecillas de la “revolución”, ¿por qué han de librarse de ellas los que habitan la otra orilla? Es lo menos que se puede esperar en un ambiente de inestabilidad que, en lugar de dar señales de apaciguamiento, muestra todas las ganas de continuar; en un conjunto de desafíos frente a los cuales habitualmente no se tiene respuesta certera. Tal es la situación a ojo de buen cubero pero, aunque no pueda ser milimétrica, una observación relativamente detenida puede descubrir suficientes elementos para pensar que, en el caso de la oposición, hay fuerzas y figuras interesadas en atizar el fuego mediante la utilización de procedimientos subalternos.
Manejemos algunas evidencias palmarias sobre el asunto. Se ha divulgado la información relacionada con una sigiloso movimiento del coordinador de la MUD, Ramón Guillermo Aveledo, a quien se atribuye una conversación ocurrida en Washington con autoridades del gobierno estadounidense, destinada a evitar sanciones contra representantes del régimen venezolano y, en especial, a impedir que se investigaran las vagabunderías de un grupo de personas a quienes llaman “bolichicos”. Falso. Aveledo hace tiempo que no se detiene en la capital del imperio, aunque quizá no le hayan faltado deseos de pasearse por sus avenidas para descansar de la agobiante faena de evitar que el encierro bajo su cuidado se salga intempestivamente de toriles. Se ha divulgado la especie en relación con un hermético cónclave entre el gobernador del estado Miranda, Henrique Capriles, con el ministro Rodríguez Torres, con el propósito de establecer acuerdos inconfesables. Falso. Jamás sucedió ese encuentro del cual se producen evidentes perjuicios para quien se ha convertido en líder fundamental de la sociedad democrática. Por último, ahora se ha machacado la historia en torno a las maniobras llevadas a cabo por Julio Borges, coordinador general del partido Primero Justicia, para detener un inminente golpe militar. Falso. Jamás se llevó a cabo el pretendido aquelarre del dirigente con unas charreteras deseosas de llevarse a la dictadura con los cuernos, ni cabe en normal cabeza que una persona caracterizada por su civilidad tenga vínculos e influencias capaces de detener un cuartelazo a punto de estallar.
¿De dónde salen semejantes infundios? Hay una primera respuesta, fácil de corroborar: provienen de los intereses de sectores de ultraderecha establecidos en Miami, movidos por la impaciencia, por la falta de escrúpulos, por una lamentable pero esperable irresponsabilidad y, ¿quién sabe?, por el protagonismo perdido mientras los supuestos “villanos” no han dejado de dar la cara frente a la sociedad. Que el gobierno maneje los hilos de la campaña de descrédito no resulta difícil de imaginar, sabiendo como sabemos que sus salas situacionales son expertas en el trabajo de enlodar reputaciones para pescar a sus anchas en río revuelto valiéndose de individuos hasta quienes pueden llegar sin dificultad su mano larga, y sus ardides de laboratorio. Pero existe una especulación sobre la autoría de los hechos, relacionada con un enfrentamiento interno de liderazgos, de nuestros liderazgos, de los que también luchan contra la dictadura, en lo cual no quiero ni siquiera pensar. Sería lo más encanallado de la puesta en escena.
Cualquier cosa puede pasar en épocas de turbulencia, cualquier ignominia. No estamos ante una pelea gentil entre querubines y serafines, ni presenciamos un torneo de caballerías en la corte del rey Arturo. Allá la dictadura con sus urgencias, pero la salvaguarda de la unidad de las fuerzas de oposición obliga a la preservación de sus liderazgos, o a que la escritura de una columna como esta que ahora concluye trate de evitar que los derrumben con golpes bajos.
¡Gracias Sr. Pino por encender una luz entre tanta oscuridad!