La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) informa que no está dialogando con el Gobierno. Mala noticia. Los que acusan a la oposición de pretender vender la República por un plato de lentejas –que serían las elecciones regionales- son los mismos que exigen concretar ya la reestructuración del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), el Consejo Nacional Electoral (CNE) y el Poder Ciudadano. ¿Acaso es posible avanzar en una reforma del Estado venezolano sin sentarse previamente a conversar con el chavismo? Esperan que los integrantes de la cúpula militar-cívica que controla el país adelanten los comicios presidenciales, importen 50 bandejas de plata a dólar Dipro y, acto seguido, coloquen sus testas sobre las mismas para facilitar la transición pacífica. Sencillo. Ríndanse, están rodeados. Tratar de aplastar al otro. La fórmula de la Venezuela Potencia. La nuez de ese maravilloso “legado”.
Habría que aclararlo. En realidad, nadie quiere “diálogo”. Así, entre comillas. Con el show de Miraflores en 2014 y la pantomima de 2016, basta. La tragedia que enfrenta el país demanda una negociación seria, que incluya asistencia profesional y una mediación internacional confiable. Tratar de concertar con el adversario una salida a la crisis no pasa por “enfriar” la calle o disipar la presión que se ejerce desde el exterior. Al contrario, la oposición debe echar mano de todo lo que tenga a su alcance para vencer la resistencia del chavismo a respetar la Constitución. Más que el “diálogo”, en 2016 fracasó la estrategia de la MUD para abordar ese proceso. El presidente Nicolás Maduro siguió un plan preciso: buscaba legitimidad, dividir a la Unidad y, sobre todo, no concretar ni la más mínima respuesta a los problemas de los venezolanos. La oposición aún no se sabe a qué fue. Para que se entienda: no se trata de censurar a la Unidad por hablar con el chavismo, sino de demandarle que asuma cualquier acercamiento con inteligencia y claridad.
Todos los caminos llevan a una negociación. Incluidos los del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro. En la Unidad nadie pide bloqueo, ni sanciones. La activación de la Carta Democrática podría alentar una mayor participación de los gobiernos de la región a favor de una solución civilizada. A diario, Maduro pone todo su empeño y tesón en desprestigiar y vaciar de contenido la palabra “diálogo”. Es natural, entonces, que el país desconfíe de la sinceridad y efectividad de cualquier intercambio entre las partes. Dinamitar la posibilidad de alcanzar acuerdos solo contribuye a incrementar la violencia. Chávez lo sabía. Maduro también. Los políticos repiten constantemente que el cambio “está cerca” o que “falta poco” para conquistar la meta. Sin embargo, quizás la señal que anunciará el retorno de la democracia sea el establecimiento de una verdadera mesa de negociación.