Fusíleme a Doña Constitución

Por: Carlos Raúl Hernández

La secuencia de decisiones que el país tomó en los últimos 20 años, demuestra que la capacidad para el dadaísmo político carece de límites. Luego de acertar por décadas, pocas naciones decidieron equivocarse tanto y tan seguido. Y nadie podría extrañarse de que viniera por ahí otra “constituyente”, como si no bastara lo ocurrido desde 1999. Un contrasentido histórico, político y conceptual como ese, tal vez por lo mismo se ha convertido, después del fracaso de la vía armada, en el camino revolucionario, concretamente en América Latina. Como sostiene Antonio Negri, el filósofo de las Brigadas Rojas, “la constituyente es la revolución”. Las FARC la tienen como gran objetivo.

A partir de las constituciones americana y francesa se inventan, nacen, se constituyen, nuevos sistemas políticos, los estados liberales y democráticos, en las cenizas de las monarquías y el colonialismo.

Nacen órdenes inéditos, verdaderos experimentos que la Humanidad no conocía. En la asamblea de Filadelfia un grupo de sabios encabezados por Washington armaron la Constitución, una pieza de relojería tan aparentemente delicada que se pensó produciría un estado fallido. Según importantes pensadores, tanto respeto por la libertad individual, las autonomías federales y el derecho de cada estado de retirarse de la confederación, aseguraban el hundimiento de una nave hermosa pero incapaz de navegar, un celadón de la dinastía Zhang que se trisaría al menor impacto.

Pero lleva 225 años de vigencia, desde 1787, apenas la han tocado con enmiendas, y produjo la nación más poderosa del planeta.

Una nueva mayoría parlamentaria

Francia tuvo su primera Constitución en 1791, que llegó a ser definitiva luego de oleadas de sangre y se extendió por el resto de Europa. En el siglo XX los ogros europeos decidieron liquidarlas para establecer sus poderes personales. Karl Smith teorizó que el verdadero poder constituyente era la voluntad del führer, y en Latinoamérica, el primer paso de los gobiernos de facto suele ser confiar una nueva a los sastres. Dicen que el general golpista peruano Sánchez Cerro, molesto porque su cagatinta le señalaba que esto o aquello no podía hacerse porque lo impedía la Constitución, exclamó harto: “¡me hace el favor y me trae a esa doña Constitución y me la afusila!”. Con el fidelismo el asunto pasó de moda porque quedó claro que la Constitución revolucionaria era el fusil.

La “bolivariana” de 1999 es tal vez la peor escrita del mundo moderno. Letrina del idioma, da urticaria, atiborrada de piltrafas verbales, ripios, gerundios y derechos incumplibles. Suprime el masculino genérico para obligarnos a decir como idiotas “vicepresidentes y vicepresidentas, ministros y ministras… ” en un insulto que va desde Cervantes a Menéndez Pidal. Pero su falencia no es de garantías para una vida democrática, y de hecho el régimen ha tenido que pisotearla incansablemente para imponer la cuasi dictadura.

Un jurista declaraba años atrás que había registrado más de 1.500 violaciones, lo que demuestra que tales principios existen. El problema, entonces, no está en la Constitución sino en una mayoría totalitaria que se constituyó en 2005 por forfait opositor en la Asamblea y decidió a partir de ahí imponer una autocracia inconstitucional.

Hans, el sofá y la “Constituyente”

El papel establece los procedimientos y protocolos para el funcionamiento de los poderes públicos, pero la mayoría, también trampeada a partir de 2010, los estupra. Por eso es desopilante ver la vieja costumbre de Hans de caerle a patadas al diván, y se enfocan las baterías en cambiar la constitución o convocar “una constituyente” y no en algo menos apocalíptico y dramático, sin que deje de serlo en su medida: ganar una mayoría parlamentaria que retorne al llamado “imperio de la ley”, designe Tribunal Supremo, CNE, Contralor, y haga que todos los poderes públicos funcionen “conforme a derecho”. Por razones de precisión jurídica, pero también de estética, habría que reformar la Carta Magna pero se haría cuando fuera prudente, por medio de una reforma, asignando al nuevo congreso la tarea, o a una asamblea constitucional electa ad hoc, sometida al poder público, como hicieron los colombianos. La “constituyente” es un bicho aberrante: la entrega de dimensiones incalculables de poder a la claque que conquiste la mayoría.

Podría establecer la pena de muerte, eliminar la propiedad o nombrar a alguien presidente vitalicio o monarca. Es jugar fútbol con una bomba atómica y el país podría darse con una piedra en los dientes que el caudillo inmortal en 1999 no estaba tan sollado entonces y no lo hizo. Cualquier diferencia en un monstruo así se resuelve por aplanadora, lo que a priori banaliza la necesidad de consenso necesario en una “ley de leyes”. Pero tiene el tufo épico, corintelladesco, que llega al corazón. Es un barajo, una “volada” emocionante, “voy jugando a Rosalinda”, que crea ilusiones a los que tienen el camino político difícil. En cambio seguir la ruta marcada es mentalmente más ladrilloso, a pesar de que faltan 4 meses para las elecciones municipales, dos años para las parlamentarias y eventuales revocatorios.

@carlosraulher

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1 comment

  1. Que Editorial! Es espeluznante la historia sintetizada en él. Aterroriza pensar en el futuro de Venezuela de llegar a suceder esas “premoniciones.” Dios y La Virgen Santísima nos amparen. Carlos Raúl Hernández es como el Ángel Exterminador.

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